El gobierno de Estados Unidos ha librado claramente una guerra fallida contra las drogas desde el siglo pasado. Cuesta trabajo entender la ineptitud y fracaso de sus líderes. Dicha guerra parece tener objetivos reales distintos, relacionados más bien con la geoestrategia, la geopolítica y el control social dentro y fuera de las fronteras de ese país. Esto puede explicarse por la aplicación constante y consistente de estrategias antinarcóticos anacrónicas que han derivado en la epidemia de adicción a las drogas más aguda que se ha registrado en el mundo, no obstante, los muchos miles de millones de dólares que se han destinado por décadas para supuestamente combatirla—pero sin éxito alguno. De haber querido realmente abatir el grave problema de las adicciones y evitar la destrucción de la sociedad estadounidense ocasionada por el consumo de drogas, el gobierno de Estados Unidos debiera haber modificado su estrategia desde hace mucho tiempo y demostrados resultados en la dirección correcta.
Las acciones implementadas por las agencias gubernamentales encargadas de las operaciones antinarcóticos de Estados Unidos (la DEA en particular) han seguido un rumbo alterno—y aparentemente bien pensado—que nos deja ver cómo la guerra contra las drogas de Estados Unidos ha sido efectivamente (como lo han reconocido algunos) una guerra contra los pueblos de América principalmente, incluyendo al pueblo estadounidense. Ahora mismo, la administración trumpista se embarca en una “guerra contra el fentanilo”—que es, a manera de slogan, la segunda fase de la estrategia para supuestamente enfrentar la “epidemia de los opiáceos y opioides”, implementada en el primer periodo de Donald Trump como presidente. Las acciones diseñadas hoy para hacer frente al grave problema de adicción a las drogas en Estados Unidos vuelven a mostrar su sinrazón e inconsistencia.
Si el gobierno del presidente Trump quisiera realmente enfrentar con éxito y frontalmente uno de los principales problemas que hoy aqueja a la sociedad del país que gobierna, el enfoque a utilizar sería multidisciplinario y equilibrado, poniendo especial atención en resolver el grave problema de consumo de drogas ilícitas dentro de Estados Unidos. Este último debería ser considerado como una verdadera crisis de salud pública y las autoridades deberían centrarse en investigar y desmantelar las redes de distribución de narcóticos dentro de la Unión Americana (además de fuera del país). Después de eso, claro, es necesaria la cooperación y coordinación con los países productores y distribuidores de drogas. Asimismo, el papel de las grandes farmacéuticas estadounidenses, la producción de drogas sintéticas y precursores en ese país, el lavado de dinero del narcotráfico por parte de la banca internacional (los bancos más grandes con sede en Estados Unidos) y la facilitación del tráfico de drogas y su distribución por parte de actores nacionales (como las armerías o autoridades estadounidenses corruptas, por ejemplo) deberían ser los ejes torales de una estrategia verdaderamente efectiva contra el consumo de drogas ilícitas.
Desafortunadamente—y pareciera que intencionalmente—las acciones que propone siempre el gobierno estadounidense (y sobre todo la presente administración trumpista) van en la dirección opuesta a lo que claramente debería de ser. En primer lugar, el actual gobierno de Estados Unidos se empeña en implementar su estrategia enfocada en abatir a los “capos de la droga” o los reconocidos “señores del narco” (en inglés denominada como kingpin strategy), la cual ha demostrado ser más que fallida desde el inicio de la guerra contra las drogas. Pero en la era actual de una crisis por consumo fentanilo, la administración trumpista va más allá con su torcida estrategia. Primero, el Presidente, por orden ejecutiva, denomina a los carteles mexicanos como organizaciones terroristas internacionales; además, amenaza con intervención militar directa en territorio mexicano y refuerza masivamente sus esfuerzos militaristas concentrándose en la frontera sur.
Trump prepara a sus tropas en la frontera para supuestamente enfrentar a los carteles de la droga mexicanos—a los cuales parece asignarles una capacidad de fuego extraordinaria y no acordes a las dinámicas propias de dichas organizaciones. Por otro lado, se enfrasca en una lucha contra los actores que facilitan las acciones del narco, haciendo uso de la nueva denominación de los carteles como grupos terroristas. Curiosamente, los actores criminales que identifica se ubican casi exclusivamente en México y son mayormente de nacionalidad mexicana. En este contexto, retira visas a políticos mexicanos corruptos por su posible participación en delincuencia organizada, sanciona a tres instituciones financieras mexicanas (CIBanco, Intercam Banco y Vector Casa de Bolsa) supuestamente por su papel en el lavado de dinero ligado al tráfico del fentanilo y detiene al hijo de un legendario boxeador mexicano por sus vínculos con el narco y tráfico de armas.
Sin proporcionar mayores pruebas fehacientes para justificar dichas acciones, el gobierno de Estados Unidos parece ir “con todo” contra el narco mexicano. No obstante, lo anterior, aún no puede comprobar el grueso de sus acusaciones y, lo que es peor, no le es posible demostrar cómo, bajo las actuales condiciones de demanda o consumo interno de narcóticos ilícitos, las acciones recientemente implementadas y la estrategia general trumpista de guerra contra el fentanilo realmente resolverán el grave problema de adicción a las drogas en los estados Unidos de América. El enfoque principal antidrogas del trumpismo parece estar mal direccionado pues se concentra en lo que sucede fuera del país y omite un enfoque fundamental en lo interno.
Una estrategia exitosa debería basarse más bien en la distribución de narcóticos en la Unión Americana, el grave problema de salud pública que desemboca en la crisis de adiciones actual, la responsabilidad de las grandes farmacéuticas, la producción de drogas sintéticas en territorio estadounidense, así como en los grandes bancos que lavan la mayor parte del dinero del narco (véase https://smallwarsjournal.com/2024/01/26/drugs-elites-and-impunity-paradoxes-money-laundering-and-too-big-fail-concept/). Si el objetivo real de Trump es “volver a hacer a América Grande” y combatir la crisis del fentanilo a cabalidad, debería efectuarse un verdadero viraje de timón en la estrategia antinarcóticos.
De otro modo podríamos pensar que el objetivo real de la estrategia militar trumpista “contra el narco” es otro y que no radica en una cruzada honesta para librar a los estadounidenses de las drogas sintéticas—y del fentanilo en particular. Considerando las acciones diseñadas e implementadas hasta ahora, la guerra de Trump contra el fentanilo es en realidad una guerra imaginara. El militarismo antidrogas de Trump podría ser más bien una forma de control social interno y una estrategia geopolítica que le permitiría tener injerencia más allá de sus fronteras, sin ayudar a su población.
(GC/AM)