El poder y la fama suelen ocasionar una suerte de vértigo que inmuniza a la gente contra el pudor
Xavier Velasco
Las estadísticas siempre hablan: de cada 100 nuevos matrimonios, se divorcian en México casi 40. Las cifras son similares en el mundo, aun cuando en algunos países aumenta el número de divorcios. Diversos factores se analizan como causas, aunque cada historia es diferente. Y todo empieza en una boda. Ceremonia que desde la antigüedad ha representado un lazo entre dos personas. Se dice que la primera boda de la historia se realizó en Mesopotamia más de dos mil años antes de Cristo. Desde entonces, millones de bodas de todos tipos se han sucedido en el mundo. Y no siempre por amor. No hay que olvidar los numerosos enlaces acordados sin tomar en cuenta a los contrayentes. Y no sólo en las familias poderosas.
El tema de las bodas da para mucho. Y más todavía el del matrimonio. Porque no es lo mismo una cosa que otra. La boda es un evento, el matrimonio es un compromiso, una institución, un sacramento para muchos, un pacto que va mucho más allá de las ceremonias. Incluso las referencias históricas del matrimonio como tal, nos hablan de miles de años antes que la primera boda. En la actualidad, muchas cosas han cambiado, la vida se alargó y el matrimonio se acortó. En cada cultura, los enlaces tienen sus propias formas, pero el propósito casi siempre es el mismo: compartir un proyecto de vida, aunque las estadísticas terminen en otra cosa. Pero eso sí, la fiesta se prepara con esmero y cada vez se gasta más en morondangas para hacer un espectáculo de una celebración trascendente, en franca imitación a los famosos. Eduardo Galeano lo dice bien: vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto.
Tiene razón. En nuestro tiempo, muchas bodas se han convertido en “show”. Aquellas celebraciones sencillas, donde se requería un milagro divino para transformar el agua en vino, son consideradas poca cosa frente a la desmesura en las bodas de muchos ricos y famosos que buscan ser vistos y adorados. Así la muy reciente boda, baile, show del milmillonario en Venecia. Con un costo aproximado de 25 millones de euros, el muy mediático y ultra lujoso casorio duró tres días y resultó todo un desfile de “celebridades”, a contentillo de los famosos desposados. Y también los más ricos del mundo imitan. Porque la boda era como un “remix” del enlace del James Bond y su bella abogada, pero con más millones y menos elegancia. Así, los novios sonreían y saludaban entre subidas y bajadas a las góndolas, mientras en la histórica ciudad, las protestas subían de tono con mantas y maniquíes de los novios aludiendo al despilfarro y la falta de conciencia. Uf.
Pero en un mundo cada día más “anestesiado” por las pantallas, sentirse parte de ese glamour millonario, parece más importante que atisbar en nuestras conciencias para pensar y sentir lo verdaderamente esencial. En ese contexto, asistimos fascinados a las bodas ajenas como la del magnate, que ni en el mundo nos hace, solo para engrosar su lista de clientes. Y usted dirá con razón: cada quien hace con su dinero un cacahuate. Sin duda. Pero hay excesos que ofenden y lo peor, contagian de banalidad a una sociedad que parece más plástica que los enormes pechos de la desposada. Y no hablamos sólo del físico, sino también de la mente. Juan José Millás lo dice bien, con tanta ingesta de micro-partículas plásticas, hasta el cerebro se infesta y terminamos pensando en forma plástica, artificial, vacía de conciencia.
Y hablando de vacíos y ofensas a la inteligencia, hace unos días vimos también en ese afán de ser adorados, a un gobernador norteño presumiendo el impresionante closet de su pequeñita colmado de ropa y donde muestra orgulloso los 120 pares de zapatitos de la menor. Nada más porque lo vimos, pero está de no creerse tamaña desmesura de un gobernante en un país lacerado por la pobreza. Porque los besos millonarios en la boda veneciana, son de un magnate empresarial no de un servidor público. Gran diferencia. En cambio, el vídeo de la parejita naranja enseña algo más que un clóset. Exhibe la descomposición y la ignorancia de algunos miembros de la “clase política” nacional, que ni en las monarquías vemos. Ay. ¿En qué momento llegaron a las sillas de mando personajes tan vacíos, tan insensibles, tan ignaros?
Lo más triste es la gente que ha normalizado esas disparatadas conductas entre los políticos olvidando que deben ser ejemplo de cordura. Pero han perdido el pudor como diría en un texto sin desperdicio el escritor Xavier Velasco: creyendo que el universo gira en torno de ellos, aturdidos por su glamoroso desorden mental y creyendo que se les envidia. ¡Pobres! No sé si el karma, pero la historia se encargará. Estoy segura.
(LG/AM)