La situación política en Estados Unidos es crítica; el otrora imperio continúa en franco declive. Lo anterior se refleja claramente en el tema migratorio y, para muestra, los recientes acontecimientos en la ciudad de Los Ángeles, que dieron lugar a que Donald Trump decidiera desplegar a 2,000 elementos de la Guardia Nacional como respuesta a las protestas en contra de las redadas operadas por ICE y CBP para avanzar en las deportaciones masivas que tanto ha venido prometiendo el hoy presidente estadounidense. En efecto, esto parece ser un desafortunado “espectáculo” que exhibe a un país cada vez más inestable, violento y dividido. Trump parece no dar una, abriendo todo tipo de frentes y confrontándose con múltiples actores en una gran diversidad de temas, dejando a la sociedad de su país más polarizada y más vulnerable que nunca. Sus acciones recientes se han concentrado en las ciudades (que denomina) “santuario” y asigna gran cantidad de recursos al Departamento de la Defensa para hacer cumplir las leyes migratorias, haciendo gala de una gestión muy pobre en cuanto al manejo de los recursos de los contribuyentes.
Una vez más, Trump se extralimita en sus funciones y activa la guardia nacional sin una solicitud del gobernador de California, a quien intenta provocar distorsionándole el nombre para hacerle burla en su red social Truth Social. El gobierno de Estados Unidos muestra cada vez menos seriedad y profesionalismo; además, denota incapacidad para mantener la cohesión social y hacer frente a los problemas en unidad. La nación que antes fue un imperio pierde la brújula ante el descontento social y las divisiones que se reflejan claramente en los dimes y diretes en el espacio público y la imposibilidad para resolver los problemas más urgentes que enfrenta la ciudadanía. Además, se crean problemas adicionales y se ejerce un gasto innecesario en políticas que claramente no resolverán los problemas reales.
La migración indocumentada nunca ha sido un problema para Estados Unidos, sino todo lo contario. La razón por la que los trabajadores no calificados entran al país sin documentación no tiene que ver con su deseo de cometer crímenes o violar la ley, sino con el hecho de que no existen vías legales para hacerlo, mientras que existen numerosísimas fuentes de trabajo vacantes en espacios que no son valorados por los ciudadanos estadounidenses. Los migrantes indocumentados reciben salarios mucho más bajos que cualquier ciudadano, regularmente pagan impuestos (muchas veces con números de seguridad social adquiridos en el mercado negro) y, además, no reciben los beneficios o la pensión a la que tendrían derecho a cambio de sus contribuciones al sistema debido a su estatus migratorio. Ello ha sido un negocio redondo para Estados Unidos. Trump supuestamente terminará con este esquema—injusto para los migrantes y beneficioso para los empresarios y consumidores estadounidenses—pero no parece tener un plan B.
No se entiende cómo pretenden, él y su equipo gobernante, cubrir las vacantes en el mercado de trabajo que dejarán libres los detenidos y deportados en masa. No se vislumbra que esas plazas sean ocupadas en el futuro por ciudadanos desesperados; esos no son los trabajos que están esperando los estadounidenses más necesitados o aquellos individuos con estatus legal. En ese contexto, si se materializan además las deportaciones deseadas por el trumpismo, el costo recaerá en la ciudadanía, que en su conjunto enfrentará desabasto y deberá pagar mucho mayores precios por los bienes y servicios que necesita. El costo de la actual política migratoria lo asumirá la sociedad estadounidense en su conjunto, que se encuentra enfrentada y más polarizada que nunca. Por otro lado, enfrentará quizás el autoritarismo y la represión que caracterizan hoy a otras sociedades en el mundo y de las que ese país se había salvado relativamente. Las nuevas facultades que se ha adjudicado el ejecutivo, la contrainsurgencia y el envío de militares a las calles en grandes ciudades de la Unión Americana no auguran nada bueno para las libertades, ni los derechos humanos en ese país.
Por último, este tipo de políticas redirigen los recursos hacia sectores no productivos y que concentran aún más el ingreso. La militarización en las calles de Estados Unidos para resolver el problema migratorio parece estar basada en falacias y en la desatención fundamental a las necesidades reales de la sociedad “americana”. Al igual que con la construcción de un muro fronterizo, las detenciones y deportaciones masivas benefician más bien a los contratistas del Departamento de la Defensa, es decir, al llamado “complejo militar-fronterizo-industrial”. Este gasto del gobierno eleva la demanda agregada, pero no genera gran desarrollo, ni innovaciones tecnológicas que beneficien a grandes sectores sociales. Al final, mayormente se generará inflación.
Estados Unidos sigue deshumanizándose y deteriorándose en los ámbitos económico, político, social y cultural. Éste es un proceso que ha tomado tiempo; no es todo culpa de Trump. Sin embargo, este último y el movimiento que encabeza—que salió avante ante los pésimos resultados del anterior régimen—parecen dar una estocada fundamental a un imperio ya decadente. Trump y la base republicana desinforman al público y, al igual que con el tema del fentanilo, crean enemigos imaginarios para justificar sus malas decisiones. Además, diseñan políticas que lejos de ayudar a reconstituir el tejido social y reconstruir la economía estadounidense para hacer de nuevo posible el sueño americano, contribuyen a un declive aún más rápido y pronunciado de un imperio decadente.
(GC/AM)