Si hay algo que es difícil en este mundo es sostenerse en la misión de ser bueno a cómo de lugar; sosteniendo la humildad y la dulzura precisamente con quienes te agreden y te humillan. Por eso aquello de nombrarse Francisco; para defender las causas perdidas de aquel Francisco de Asís cuya filosofía de perdonar y amar a los despreciables sigue siendo la antorcha más insoportable y más pesada. El Papa que se ha muerto hoy, sin ser perfecto, porque se doblegó ante el poder de genocidas cuando Argentina tiraba al mar a sus muchachos, se reivindicó para siempre abanderando las cruzadas que nadie en el poder establecido quiere enarbolar, menos aún como figura suprema de la máxima autoridad eclesiástica del planeta en este tiempo, marcado por la intolerancia más atroz. Ponerse como Papa del lado de los pobres es casi obligatorio, y todos sus antecesores, cuando menos de palabra, se inscribieron como adeptos de los desposeídos; pero ninguno abogó como este Papa Francisco por todos los distintos; los distintos de sexo, los los distintos de religión, los distintos de credo; su abrazo incluyó a lesbianas, maricones, comunistas, musulmanes y a todas las variantes de humanidad con toda la carga de otredad con la que vienen. Por eso hoy, que murió el Papa Francisco, el mundo hará una pausa; y cada uno, y una, meditaremos en nuestro propio equipaje de represalias y rencores, y quizá en nombre de la reconciliación y el perdón saquemos unos cuantos de esos fardos que nos pesan, y por una vez, re-iniciemos el día, la semana, y la propia existencia menos resentidos, menos hostiles, menos malos.
(EC/AM)