Yo encontré el amor por mi pueblo, guiada por los antiguos mapas de Berlandier, un extranjero que reprodujo en detalle lo que vió durante su vida en las tierras alrededor de la Boca del Río Bravo desde las primeras décadas del siglo diecinueve, y que incluían escritos y dibujos de un mundo que ya no existe, pero que registra un pasado lleno de explicaciones del carácter de lo que somos.
Luis Berlandier fue un boticario francés que llegó con La Comisión de Límites a lo que todavía no era frontera, pero que ya enfrentaba los avances invasores en 1829, y conoció cómo nadie la tierra, las plantas y las tribus del norte que aún no se habían extinto, y aprendió su lengua y se fundió a tal punto con los comanches, que anduvo con ellos en la caza de bisontes en las inmensas planicies del noroeste de Tejas, cuando todavía eran de Mexico. Para cuando la Comisión se disolvió, ya Berlandier estaba irremediablemente enamorado de estas tierras y se quedó en Matamoros ejerciendo de médico y boticario hasta que a los 46 años se ahogó en el río San Fernando por quererle ganar a la corriente. Pero durante los 21 años que convivió con un pueblo, que en ese entonces sufría en primer plano los avances bélicos que terminarían por convertirlo frontera, el apasionado Berlandier recorrió todas las fiestas, atendió partos, platicó con toda la gente, se casó y tuvo hijos y a la hora de la verdad se enlistó del lado mexicano en la guerra de invasión y fue capitán y el médico encargado de los heridos en las batallas de Palo Alto y Resaca de la Palma. Cada paso de esos tiempos, fue detallada y amorosamente registrado en los apuntes de Berlandier, que después de su muerte fueron arrebatados por los gringos, pero que al igual que todo el territorio al norte del Río Bravo, siguen vigentes, como poderosas semillas de la identidad de lo que seguimos siendo.
(EC/AM)