En su libro Los Días y los Años, Luis González de Alba, a quien tuve oportunidad de entrevistar a su retorno de su exilio en Chile, señala la extrañeza de la delegación de la Federación de Estudiantes de Alemania que lo visitaron, junto a otros, en la prisión de Lecumberri, luego de la jornada del 2 de octubre, por la liviandad del pliego de peticiones planteado por el Consejo Nacional de Huelga del movimiento estudiantil de 1968 al gobierno. Les pareció casi insubstancial.
¿Que contenía el pliego petitorio?: «Los estudiantes exigimos a las autoridades correspondientes la solución inmediata de los siguientes puntos: libertad a los presos políticos; destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea, así como también el teniente coronel Armando Frías; extinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo de la represión y no creación de cuerpos semejantes; derogación del artículo 145 y 145 bis del Código Penal Federal (delito de disolución social), instrumentos jurídicos de la agresión; indemnización a las familias de los muertos y a los heridos que fueron víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio en adelante; y, deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policía, granaderos y Ejército».
¿Porqué 26 de julio? Ese día, los estudiantes conmemoraron el inicio de la Revolución Cubana y hubo algunos desmanes que las autoridades castigaron con detenciones momentáneas. ¿Por qué prendió la chispa que ahora es una narrativa épica con la colosal mentira de la Masacre de Tlatelolco? Porque el gobierno mexicano no atendía las presiones de las dos potencias que se enfrascaron en la Guerra Fría y, en cambio, fue sede de los XIX Juegos Olímpicos de la Cultural y la Amistad.
Ahora, los maestros “revolucionarios” están exigiendo al gobierno un aumento salarial del 100 por ciento y derogación de la ley de educación de 2007. Además, que los atienda en persona la presidenta de México. Son la misma carne de cañón que se da por satisfecha si a cambio de “su lucha” le permiten seguir en la holganza y el abandono de las aulas, haciendo de la educación en México un elefante reumático metido en un pantano, como dijera, don Jesús Reyes Heroles.
Ninguna coincidencia es que estas manifestaciones se dan cuando el gobierno de la Cuarta Transformación está enfrentando los golpes que el gobierno de los Estados Unidos le asesta de acuerdo al talante con el que amanece el presidente Donald Trump. Son exigencias tan irracionales que van de lo trágico a lo ridículo. Por fortuna, la presidenta se formó en la lucha social en las calles y sabe muy bien cómo se las gastan los líderes magisteriales.
Conoce a fondo las triquiñuelas de la Gordillo que desde su natal Chiapas engendró a la Coordinadora para hacer el uno-dos con el Sindicato y así posesionarse del sistema educativo, del sistema electoral y si no la paran, llegar hasta la Presidencia de la República con algún testaferro, porque no tiene empaque para esos niveles. Ya perdió en las negociaciones formales de la SEP y el SNTE, que dieron como resultados un mejoramiento sustancial de las condiciones laborales.
Ahora, va por la mala y para ello cuenta con los emisarios del pasado, los pripanistas y la moralla del PRD, con el apoyo de fuerzas externas que ya han dejado de ser tan misteriosas. Nomás que se van a topar con pared. El pueblo de México está abrumadoramente con su presidenta y ya conoce bien a los líderes charros del sindicato más pervertido de la América Latina. Los maestros mismos, en un rasgo de congruencia y honestidad, repudian los desmanes de la Coordinadora, que ya no hará huesos viejos.
(FC/AM)