La democracia en México no ha sido fácil ni rápida. Durante muchos años, el país estuvo dominado casi por completo por un solo partido, el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Aunque había elecciones, en realidad casi todo se decidía desde la Presidencia. Las reglas no eran claras ni parejas, y había mucho control político y clientelismo.
En los años noventa comenzó un cambio importante. Se crearon instituciones más independientes, como el IFE (hoy INE), y eso permitió que las elecciones fueran más limpias y que distintos partidos tuvieran una verdadera oportunidad de ganar. Fue el inicio de una etapa más democrática y plural que posteriormente permitió la alternancia política en nuestro país.
Ahora, en 2025, México vive otro momento clave. En los últimos años, Morena como fuerza política ha crecido mucho y ha ganado espacios en todos los niveles de gobierno, actualmente tiene la Presidencia, la mayoría en el Congreso y gobierna en más de 20 estados. Esto, por supuesto, de ninguna manera es algo negativo por que refleja la decisión de los votantes. Pero sí es importante analizar lo que puede pasar cuando una sola fuerza política concentra tanto poder al mismo tiempo.
La historia muestra que cuando no hay contrapesos políticos claros (como una oposición fuerte, instituciones independientes o prensa crítica) el poder puede empezar a usarse sin límites. No se trata de quién gana, sino de cómo se gobierna y si hay suficiente vigilancia para evitar abusos.
Un ejemplo muy claro es Hungría. Ahí, el partido del primer ministro Viktor Orbán llegó al poder por la vía democrática. Pero después empezó a cambiar las leyes, tomar el control de los medios de comunicación, influir en los jueces y la oposición poco a poco quedó reducida y debilitada. Hoy, aunque siguen haciendo elecciones, la democracia está muy limitada. Ya no hay competencia real. Ya no hay equilibrio. Todo gira alrededor del mismo partido.
Por supuesto que no queremos que algo así suceda en México, pero si seguimos debilitando nuestras instituciones y concentrando todo el poder en una sola fuerza política, el riesgo existe. Y no se trata de alarmar, sino de hacer un análisis y una prospectiva posible.
En México, una de las propuestas más discutidas hoy es la idea de que los ciudadanos elijan por voto directo a jueces, magistrados y ministros atendiendo una necesidad urgente de reformar el Poder Judicial. La forma suena democrática, pero en realidad puede traer retos importantes. La mayoría de las personas no conocen bien a quienes trabajan en el Poder Judicial, ni saben cómo elegir a los más preparados.
Esto puede hacer que esas elecciones terminen siendo dominadas por campañas políticas, partidos o figuras públicas con más visibilidad, no por quienes realmente tienen la experiencia y la formación necesaria para impartir justicia. Y eso es un riesgo, porque los jueces deben ser imparciales, no depender de votos ni de partidos.
Su trabajo es aplicar la ley con justicia, no quedar bien con los votantes ni con los políticos. Si los jueces se convierten en parte del juego electoral, se pierde su independencia y eso afecta directamente la calidad de la democracia.
Votar es muy importante, pero no es lo único que define a una democracia. También se trata de respetar las reglas, escuchar distintas voces, proteger a las instituciones que no están bajo control del gobierno y permitir la crítica sin descalificaciones.
Algo que se ha visto es que todo lo que viene del gobierno se presenta como “la voluntad del pueblo” y en muchas ocasiones cualquier persona que piense distinto es atacada o descalificada. Esto no ayuda al debate, al contrario, divide más a la sociedad y debilita el diálogo necesario en una democracia sana.
México no necesita que un solo partido tenga todo el poder. Necesita una democracia fuerte, con equilibrio, discusión, vigilancia ciudadana y transparencia. Una democracia donde todos puedan ser observados, cuestionados y, si hace falta, limitados. Incluyendo el partido en el poder claro está.
Porque al final, la mejor defensa de la democracia no es un partido, sino una ciudadanía que entiende que el poder no se aplaude sin pensar, se vigila con responsabilidad.
Nos leemos la próxima.