Lo sucedido ayer en Ecuador muestra, entre otros ángulos de necesario análisis, la hipocresía de grandes medios convencionales de comunicación y de políticos de derecha que cierran los ojos y suavizan hechos profundamente antidemocráticos, electoralmente fraudulentos pero acoplados a los intereses dominantes; en el caso ecuatoriano, la continuidad en el poder de un auténtico peón de Estados Unidos, Daniel Noboa, cuyo historial político es el de un auténtico depredador institucional en su país, ansioso por ceder lo que el gobierno de Donald Trump le pida para consolidar un poder que ayer, de manera tramposa, obtuvo en segunda vuelta una continuidad para un segundo periodo, desde ahora en entredicho.
Daniel Roy Gilchrist Noboa Azín (rey servidor de Cristo, el segundo y tercer nombres) nació en Miami, Florida, 37 años atrás. Es hijo del hombre más rico de Ecuador, y su educación profesional fue realizada por completo en Estados Unidos.
Llegó a la presidencia del país sudamericano luego de que el banquero Guillermo Alberto Santiago Lasso Mendoza fue sometido a un juicio político instaurado en su contra por la Asamblea Nacional (104 votos a favor, 18 en contra y tres abstenciones, bajo acusaciones de corrupción en el grado de comisión por omisión), en el caso llamado originalmente El gran Padrino y, posteriormente, Encuentro. Al siguiente día del inicio del proceso legislativo de enjuiciamiento, Lasso disolvió la Asamblea Nacional, usando la figura legal de la muerte cruzada, se retiró del cargo y convocó a elecciones adelantadas en las que se dio por ganador a Noboa.
Ya en el poder, Noboa ha ido de escándalo en escándalo, con un sello constante de desprecio por la legalidad y el atropello como fórmula de gobierno. Ha favorecido sus intereses empresariales, ha procurado hasta de manera vergonzosa hacerse útil para Estados Unidos (fue a la residencia de Donald Trump, en viaje oficial para buscar una entrevista que asegura se dio, aunque no hay pruebas ni resultados de ello) y ahora se ha acomodado todo para quedarse cuatro años en la Presidencia.
Noboa no pidió licencia al cargo para ser candidato, así que hizo campaña electoral al mismo tiempo que seguía ejerciendo la presidencia, en violación a la legalidad ecuatoriana. A su vicepresidenta, Verónica Abad, le impidió encargarse de la presidencia en tanto él fungía como candidato. Un día antes de las elecciones decretó el estado de excepción, para frenar y castigar el ejercicio opositor de derechos de reunión y expresión, entre otros. Las irregularidades denunciadas por la candidata opositora, Luisa González –a quien se considera parte de la corriente política en su momento encabezada por el ex presidente Rafael Correa– no fueron procesadas con posibilidades justicieras, pues las autoridades electorales y el control mediático e institucional están a cargo de Noboa.
Al poder estadounidense le acomoda muy bien el triunfo de Noboa, así sea fraudulento, pues, de consolidarse, constituiría un freno a la citada corriente correísta (en cuyo contexto se produjo el bárbaro asalto a la embajada mexicana), sumaría una pieza de la franja derechista al tablero latinoamericano (con el argentino Milei y el salvadoreño Bukele como figuras señeras) y fortalecería el desprecio por las leyes e instituciones (que aparte de los dos presidentes mencionados en el anterior paréntesis tienen como guía y modelo al propio Trump).
Ayer mismo, políticos relevantes y medios de comunicación dominantes en el espectro de Estados Unidos ya asumían con normalidad el triunfo de Noboa, con el señalamiento favorecedor en el sentido de que es un político en abierto combate contra las drogas. En realidad, el junior en mención servirá como peón de Washington en la represión social, la militarización a cuenta del crimen organizado, la cesión de recursos naturales y la mayor derechización de la región sudamericana. ¡Hasta el próximo lunes!
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