La preocupación de los hombres por la felicidad ha generado muchas obras que contienen pequeñas fracciones de la esencia del ser humano; pero, en todas se echa de ver la contaminación del ideario del o los autores. Por ejemplo, es magnífica la tesis del Papa Francisco que asegura que la alegría es vivir en Cristo; sin embargo, tiene las limitaciones que excluyen a quienes profesan otras denominaciones y, en especial, a los librepensadores.
En las condiciones actuales, cuando la humanidad padece los estragos de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis: hambre, peste, guerra y muerte, se torna imperativo recuperar la risa. Cualquier persona con un poco de sentido común entiende que además de la realidad lacerante del exterminio en Palestina, la pugna entre las potencias, el deterioro de los sistemas de salud y la ineficacia de los tratamientos fraudulentos, hay una guerra mediática que siembra pavor y desesperanza.
Sin ver televisión, leer noticias o estar permanentemente enchufado a la red, el impacto mediático llega a todos y genera una psicosis, esto es, un trastorno mental caracterizado por una desconexión de la realidad que conduce a un estado permanente de estrés. Se vive con preocupación, con miedo, con ansiedad y, como consecuencia, sin posibilidad de reír, ser alegre o ser feliz. Lo típico es acudir a los enervantes para obtener estadios pasajeros de euforia, a un alto precio.
Montaigne afirmó: “Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron”. Si pudiéramos evaluar los eventos negativos que hemos atravesado en la vida con perspectiva y distancia, nos daríamos cuenta de que la mayoría de ellos no han sido en realidad tan dramáticos como los hemos vivido nosotros. Muchas veces nuestros pensamientos sobre las cosas son los que más nos perjudican, los que más dolor y malestar nos producen.
De ahí la importancia de que el ser humano recupere la alegría. ¿Cómo? Simplemente, valorando la vida. El único requisito para ser feliz, es estar vivo. A partir de ahí, basta con rechazar la andanada de mensajes que nos inducen al temor y la ansiedad. Sí, hay un genocidio en Gaza; pero, desde aquí no hay nada qué hacer, excepto elevar una oración. Trump está desatado en su megalomanía; pero, para darle respuesta elegimos a Claudia, una estadista de talla universal.
Quizá sea necesario oír y, si es posible, cantar a Antonio Machado: “Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar. Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más;/ caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar”.
Tanta es la necesidad de recuperar la risa, la alegría, la felicidad, que actualmente hay sesudos tratados al respecto. Quizá alguno sea muy eficaz; pero, sin la determinación personal de ser feliz, de nada sirven. Lo mejor es haciendo camino: al levantarse, «Gracias, Señor», luego: «Buenos días» y así, a lo largo del día enriqueciendo nuestras relaciones sociales viendo sólo lo bueno de las personas y las cosas y dejando de lado lo feo. Seguramente que vale más la alegría que la crítica. La risa, ni se diga: ¡vale oro!