Estados Unidos vive una nueva era política dentro de lo que parece ser un nuevo orden económico internacional. La configuración de ese nuevo orden se dirige y acelera desde América en el marco de guerras arancelarias y un nuevo proteccionismo—que algunos enmarcan dentro de un régimen neomercantilista. Podemos hablar entonces del fin de la era del libre comercio como paradigma global o del “fin” del “fin de la historia” para el “último hombre” que tan mal dibujó Francis Fukuyama en los 1990s. La “transformación” de la política mexicana parece ser de una dimensión parecida, pero estaría amparada por una ideología distinta. Hablamos hoy de la segunda etapa del trumpismo y del segundo piso de lo que se conoce como la Cuarta Transformación. En Estados Unidos gobierna la “extrema derecha” y en México domina la “izquierda” en la arena política.
En Estados Unidos se intenta poner fin a los contrapesos al poder ejecutivo; en otras palabras, el objetivo parece ser concentrar en la presidencia de ese país capacidades extraordinarias. Las decenas de órdenes ejecutivas firmadas por Donald Trump durante el primer día de su segundo mandato serían sólo una muestra de lo que se avecina en este sentido. Los ataques a los jueces y a las decisiones en el seno del poder judicial que no van de acuerdo con el proyecto MAGA (Make America Great Again) acompañan a una serie de medidas que se deciden en y se imponen desde la Casa Blanca, sin consultar con nadie más. Todo ello ocurre bajo el paradigma de la Ilustración Obscura (Dark Enlightenment) promovido por el bloguero neorreacionario (NRx) Curtis Yarvin (relevante hoy entre varios empresarios de Silicon Valley), la teoría del ejecutivo unitario (unitary executive theory), la nueva reforma apostólica y la ideología (antes mucho más popular) de QANON (Yaworsksy 2025).
Por su parte, en el caso mexicano, también se promueve abiertamente el fin de los contrapesos y la concentración de poder, pero ahora en el partido Morena—primero bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador y ahora bajo el popular mandato de la primera mujer presidente de México: la Dra. Claudia Sheinbaum Pardo. Nace entonces un nuevo partido hegemónico que revive el corporativismo del siglo pasado del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y que concentra a todos los sectores económicos y sociales, incluyendo a los empresarios. Este nuevo arreglo institucional se encuentra al final resguardado por las fuerzas armadas, las cuales han ido extendiendo sus capacidades como nunca hubiéramos imaginado, revirtiendo así el orden que surgió a partir de la Revolución Mexicana—cuando los militares regresaron a sus cuarteles después de un sangriento movimiento armado. La reforma judicial y la subordinación de todos los organismos autónomos al poder federal—dominado por Morena—marcan entonces el final del orden neoliberal que se forjó en el seno de Washington (en “consenso”) y que exaltaba la democracia y los libres mercados.
Pero esto no sucedió por accidente. Tanto en Estados Unidos como en México, el fin del orden liberal ha estado avalado por las mayorías. El gran éxito del obradorismo y la popularidad de la primera mujer presidente en México permiten la “regeneración” de un partido hegemónico, con un proyecto asistencialista que sobrevive a la militarización. Por su parte, el pueblo estadounidense reacciona ante la caída de lo que fue su imperio y la pérdida del sueño americano, culpando a los migrantes y a los cárteles mexicanos. Así, encuentran grandes afinidades con el proyecto MAGA que hacen de la agenda antiinmigrante y la posible invasión a México, dos de sus pilares fundamentales.
Ambos proyectos parecen anclarse en el (neo)populismo y en una suerte de (neo)nacionalismo que hace sentido en el contexto de un nuevo orden económico internacional y el auge de un nuevo imperio chino. Los nuevos reaccionarios de la “ilustración obscura” que adoptan y promueven los tecnócratas billonarios de Silicon Valley en Estados Unidos dictan la política migratoria y comercial a los otros reaccionarios de la periferia (México) que recrearon el nuevo PRI—de color guinda y resguardado por militares.
Al final, las que alguna vez fueron consideradas subculturas—especialmente en Estados Unidos—se convierten en las nuevas normas de un sistema multipolar. Y así, desde América se desintegra el orden que se consolidó al terminar la Guerra Fría para dar paso al dominio de la tecnocracia en un mundo hipervigilado, donde el poder se concentra en el ejecutivo (en caso de Estados Unidos) y en el partido hegemónico (en el caso de México). Así, sin importar la ideología dominante en dos proyectos político-ideológicos aparentemente distintos—uno de izquierda y otro de extrema derecha—se van erosionando los contrapesos y se pone fin al orden liberal. Y en las dos naciones vecinas se consolida el dominio de las elites tecnológicas y del gran capital transnacional (también vinculado a China). La ausencia de contrapesos les facilita a las élites su operación directa en las funciones del Estado. Personajes como Elon Musk, Carlos Slim y Altagracia Gómez cada vez participan más directamente como voceros y operadores de populares gobiernos neopopulistas, al tiempo que avanzan sus agendas y protegen sus intereses en una nueva era iliberal y postcapitalista.