Mi amiga Car le puso ZARZAMORA a la última perra que rescató de la tortura de una azotea sin techo ni agua; y a mi me recordó a mi mamá Jesusita, la que antes de ser mi abuela que me crió, fue tiple de las carpas que hace mucho presentaban los chotises y las zarzuelas a todo lo largo de la frontera, y que ya siendo mi abuela, sentada bajo la lila, cantaba algunas tardes la zarzamora.
En su tiempo, la frontera era todavía lugar donde aún se podían ver de vez en cuando los comanches. Uno de ellos se enamoró de la zarzuelista y a ella le tocó arrebatarse del comanche; que la enseñó lo que era el amor y el dolor, y la pasión, que cuando se arranca se queda en carne viva, y que nunca acaba de sanarse, a pesar de que hayan pasado muchos años, y que ya seas una vieja que canta bajo la Lila.
Mi abuela volvió a casarse y tuvo la suerte de encontrar marido rico, pero nunca volvió a querer como quiso al comanche aquel, que fue mi abuelo, padre de mi padre; que por cierto fue un artista, que pintó murales, algunos todavía existentes, como los del teatro de Albuquerque.