La lagartija estaba ahí; adentro del globo que hice con mis manos; y a través de los destellos de luz entre mis dedos puedo verla; con su panza como un globito de pulsiones incesantes, cuya velocidad explica la relatividad del tiempo. Por cada que respiro, ella hace seis ciclos completos, y sus ojos, esos minúsculos puntitos, ven el mundo; me ven a mí. La frontera entre su especie y la mía se abre mientras nos miramos. Digo que es tan hermosa como una piedra palpitante, y mi amigo, cuya vida no le ha permitido ver a los otros seres, que no son humanos, como relevantes, comenta que el mata a cualquier lagartija que se le atraviesa, “ porque pican”; mis ojos voltean como puñales y le gruño que lo que le pica es la inmensa soledad de los que están encapsulados de las tantas y tan magnificas formas de la vida. Qué inconmensurable mal ciega a tantos para no alcanzar a notar la importancia real de todos los seres? O será que si la ven, pero les gana la urgencia de sacrificarla con el pretexto de que son de otras especies? Cual es el placer que encuentran, por ejemplo, los cazadores, cuando matan un hermoso tigre? Quisiera morderlos, pero ellos, que son depredadores normalizados, no son monstruos, y mi amigo mata lagartijas tampoco lo es; son sólo parte de algo oscuro que cargamos todos en un impulso inconsciente de destrucción, cuando al corazón le pasa algo. Si realmente nada humano nos es ajeno, hay que asomarse y examinar esos abismos. Óscar Wilde iba más allá, y decía que todo humano mata de alguna forma lo que ama. No lo sé; yo amo profundamente los gatos, los reptiles y las piedras; y sin embargo he lastimado personas como pasar por casa. Por lo tanto, no podré aventar ni la primera ni ninguna piedra, sin que me acusen de hipócrita incongruente; pero cuando menos esta lagartijita, este dragón en miniatura, no va a morir hoy; no en mi guardia.