Donald Trump prometió en su campaña e inmediatamente después de ser elegido por segunda vez como presidente, llevar a cabo deportaciones masivas y expulsar a millones de inmigrantes indocumentados de territorio estadounidense. Hace esto utilizando una narrativa facciosa—repleta de prejuicios, generalizaciones y falsedades—y alegando que las personas que trabajan en Estados Unidos de manera irregular o sin estatus migratorio son un riesgo para la seguridad nacional y la seguridad pública del país (dado que cometen crímenes y actos viles y hostiles, entre ellos actos terroristas en contra de “Americanos inocentes”). Bajo este tipo de premisas que distorsionan la realidad, el hoy presidente estadounidense firma y pone en marcha una serie de acciones ejecutivas durante los primeros días de su segundo mandato con el objeto de avanzar en una agenda de detenciones y deportaciones masivas. Dichas acciones pretenden supuestamente “proteger al pueblo americano de una invasión (véase: https://www.whitehouse.gov/presidential-actions/2025/01/protecting-the-american people-against-invasion/).
Debido a las escandalosas declaraciones sobre este tema por parte de la Casa Blanca y al ruido mediático que captura los deseos del ala MAGA en la política estadounidense, se generaron fuertes expectativas cargadas de preocupación entre la comunidad de inmigrantes indocumentados y de alerta por parte de los gobiernos de países expulsores de mano de obra no calificada. El miedo reina en las calles de Estados Unidos, dado que Trump podría hacer uso de una expansión del programa de “expulsión acelerada” (expedited removal), combinado con redadas masivas en vecindarios y en lugares de trabajo que concentran a inmigrantes indocumentados en ese país. En los primeros días de la segunda administración de Trump, todos esperaban ver múltiples vuelos con deportados y retornos masivos de personas sin estatus legal a sus países de origen.
Para hacer frente a la crisis humanitaria que se prevé se genere con estas detenciones y deportaciones masivas, el gobierno de México puso en marcha la estrategia de repatriación “México te abraza” que plantea “recibir de manera cálida y humana a las mexicanas y mexicanos que sean retornados de Estados Unidos a nuestro país” (véase https://www.gob.mx/cms/uploads/attachment/file/971337/28enero25_M_xico_te_abraza.pdf). La estrategia, en principio, parece apropiada y bien pensada, respondiendo adecuadamente a algunas de las necesidades inmediatas de los mexicanos que retornan a su país después de un proceso por demás tortuoso—sea cual fuere la condición de casos individuales o familias. Como parte de la estrategia “México te abraza”, el gobierno mexicano planeó inaugurar varios centros que darían atención integral inmediata (de corto plazo) a nuestros connacionales deportados.
Tuve la oportunidad de visitar uno de estos centros de atención a repatriados mexicanos (CARM): El “Albergue Flamingos” en la ciudad de Tijuana, Baja California. También platiqué con el coordinador, Arturo Valentín García Rosas, y con el formidable equipo que brindaba una atención integral y extraordinaria a las personas que deporta Trump. El perfil de los deportados es muy variado y las historias son muy diversas y ricas (muchas de ellas trágicas; otras interesantes). Sorprende que hasta ahora—y sólo a partir de que Donald Trump promete deportar masivamente a nuestros connacionales sin papeles en la Unión Americana—el gobierno de México realice un esfuerzo serio para recibir a sus “héroes y heroínas”, como los ha denominado la Presidenta Sheinbaum, reconociendo su formidable aportación a la economía mexicana por las cuantiosas remesas que envían con sudor y lágrimas. Pero no obstante las décadas de abandono por parte del gobierno mexicano hacia los deportados—quienes después de haber dado tanto a México, suelen caer en el olvido, la miseria e incluso en la adicción—se reconoce el esfuerzo actual empujado por las políticas kafkianas de Donald Trump.
Pero, ¿dónde están los miles y miles de deportados que prometió Trump? Al día de hoy, el presidente estadounidense no parece haber cumplido su promesa. Las deportaciones de mexicanos ya han sido masivas desde hace tiempo (sobre todo en el periodo presidencial de Barak Obama) y han respondido a los ciclos económicos y a las necesidades laborales en Estados Unidos. A la fecha, no se registra un incremento dramático en el número de repatriaciones hacia nuestro país. En realidad, los números se mantienen en un nivel relativamente bajo si atendemos a las expectativas que generó en un inicio el actual presidente estadounidense. Por una parte, ello es entendible dado el elevado costo de las acciones planteadas, el tiempo que lleva la organización de las mismas y los actuales flujos migratorios (que se mantienen en niveles bajos a la espera de mayor claridad y nuevas políticas migratorias y de asilo).
No sabemos en realidad el futuro de las anunciadas “deportaciones masivas” o incluso si éstas se llevarán a cabo. Los tiempos político-electorales y los avances tecnológicos podrían hacer factible un incremento visible de las deportaciones en el mediano plazo. Hasta ahora, el show mediático (que incluye las declaraciones temerarias de Trump y su actual secretaria de prensa, o las imágenes de centros de detención en El Salvador) parece dominar el tema, pero no sabemos en qué terminará todo esto. Al acercarse las elecciones intermedias, le convendría a Trump hacer alarde de logros visibles en esta área, mostrando que cumplió su promesa. No obstante que aún no se cuenta con los suficientes robots o máquinas para reemplazar el trabajo no calificado de nuestros connacionales, es posible que los números se incrementen en algún punto.
La realidad es que en el corto plazo—y con la información con la que contamos—no se vislumbra un cambio radical, pero la incertidumbre es grande. Preocupa que dada la relativamente poca afluencia en los funcionales y muy bien administrados centros de atención a repatriados mexicanos, estos se cierren y de operar. La necesidad de mantenerlos abiertos es mucha; se requieren para siempre. El programa “México te abraza”, con sus fortalezas y debilidades, debería continuar y extenderse para brindar un apoyo integral—y de mucho más largo plazo—a estos héroes y heroínas que vienen haciendo de nuestra nación y su economía “grandes”. Es una deuda histórica del gobierno mexicano con aquellos que con su millonario envío de remesas han contribuido a la riqueza del país. Ojalá que las bravatas de Trump hayan dado un impulso permanente a la atención a los repatriados mexicanos. Nuestros deportados necesitan toda la atención por lo mucho que han aportado.
Nota: Mi más profundo agradecimiento a María Galleta, Robert Vivar, Hugo Castro, la Coalición Pro Defensa del Migrante, y a muchos más miembros de la sociedad civil mexicana que han dado atención a nuestros deportados cuando el gobierno parecía mirar hacia “otro lado” y cuando el tema—aunque crucial—no estaba en la agenda pública.