Libertad García Cabriales
Las almas que no son como Bibi Arreola, no saben lo que es vivir para hacer el bien a tanta gente.
Marisa Avilés
La última vez que conversé con Bibi Arreola fue una noche de ballet en el festival internacional de nuestro estado el pasado octubre. Estaba sentada en la segunda fila del teatro Amalia y la observé atenta, erguida, feliz frente al fascinante evento.
Al término de la danza y cuando la gente iba dejando las butacas vacías, me acerqué para saludarla. Elegante como siempre, impecable de cabeza a pies, lucía un traje sastre rosa que enmarcaba una sonrisa llena de luz. Después de abrazarnos y decirnos que nos queríamos, hablamos del ballet y disfruté de su sabiduría, de ese saber que sólo alcanzan quienes logran la vida buena.
Al día siguiente me habló por teléfono. Antes de comunicarla, su amada Marisa me comentó: no sé qué le dijiste a Bibi, pero está feliz y te quiere agradecer tus palabras. Así era ella, una mujer extraordinaria en muchos sentidos: generosa, amable, desprovista de toda soberbia y siempre dándonos lecciones de vida, aún sin proponérselo. Poco después, ya no platicamos, pero nos abrazamos en su maravillosa fiesta de cumpleaños hace un par de meses. Un desayuno organizado por Marisa, donde se reflejaba el enorme gusto de amigas y familia por estar ahí, celebrando los noventa de nuestra querida Bibi. Nunca la vi tan bella como ese mediodía, con la dicha en su voz recitando y citando con su prodigiosa memoria, cada una de las poblaciones de la ruta maya.
Así la recordaré siempre, plena de un vitalismo desbordante que ni la muerte ha podido vencer, pues se queda como ejemplo en muchas personas. No la volví a ver. Me dolió en el alma saber de su partida, saber que nunca más me hablará con esa su característica ternura, sentir esta orfandad de su presencia bondadosa, compartida por muchos en esta su ciudad tan amada. Pero no quiero hablar sólo del dolor por su muerte, sino celebrar su vida, su suave caminar por este mundo con el cual logró dejar un significativo recuerdo colectivo. Sin aspavientos, sin alardes, sin hipocresía; Bibi vivió dejando profunda huella, incluso más que muchos políticos. Porque ella tocaba corazones. Lo hizo como hija, esposa, madre, abuela, maestra, servidora pública, integrante y fundadora de diversas instituciones, como artista, como promotora cultural, como amiga.
Porque Bibi Arreola tuvo el muy raro don de hacer sentir bien a quien trataba, incluso sin conocerlo. Y nunca en nuestra larga amistad, la escuché hablar mal de nadie. No cualquiera. Piense usted a cuántas personas conoce con esas virtudes y verá que no son muchas. Ya lo dijo Marisa en su hermosa poesía: “quienes no son la Bibi Arreola no saben lo que vivir en la fe, defender la alegría y nunca criticar a nadie”. Tuve el privilegio de constatarlo. Lo mencioné alguna vez en otro de mis textos dedicados a ella, un pequeño homenaje en vida, a su grandeza de espíritu, a su ser amorosa. Ese altruismo con el cual definió su trayectoria. Igual visitando las prisiones con alimentos y medicinas para los reclusos, que llevando el maná de los libros a quienes no podían adquirirlos.
Por eso escribo esta humilde elegía. Porque esta ciudad Victoria se ha quedado sin una de sus mejores hijas.
Pero los muros de un histórico museo nos cuentan de tu esencia y en muchas escuelas resuena tu canto a la vida, tu amor sincero por esta tierra María Isabel Arreola. Florecerás cuando todo florezca, digo con el poeta.
Y aún cuando tus ojos ya no verán el brotar de la primavera en la alameda, estarás en la memoria de los árboles, en tus obras, en tu hacer y quehacer de amorosa mujer que hizo de su vida una obra de arte. No es fácil lograr la vida buena, que nunca será lo mismo a la buena vida. Honrar la vida es otra cosa, despertar cada día para dar lo mejor y repartir el bien por donde pasas. No para las fotos en redes, no para las portadas ni los titulares, no con afanes de protagonismo. Así lo hizo Bibi y ese es su legado.
Hija y madre de poetas, la vida de Bibi fue también como poesía andante. Desde su niñez alimentada por letras, su juventud personificando a Sor Juana y bailando huapango, hasta su plenitud alentando siempre la cultura y las artes. Humana como cualquiera, pero capaz de la grandeza, Bibi tuvo el valor de no conformarse con vivir solamente, pues decidió cultivar y cultivarse literal y metafóricamente. Así en lo personal como en lo colectivo. La familia formada con Carlos Adrián Avilés es el mejor ejemplo. Un matrimonio feliz hasta la muerte e hijos y nietos plenos de su humanismo. Desde aquí mi abrazo con profundo cariño para la familia toda, en la conciencia de que Bibi vive en muchos sentidos: “cuando el legado es grande arropa la muerte. Amaina el dolor cuando el ejemplo enriqueció la vida de quienes se quedan”.
En tiempos de abundancia en sinrazón, prepotencia e indiferencia, el ejemplo de personas como Bibi se engrandece. Mientras escribo, me duele saber que ya no leerás como cada semana, estas mis letras. Me consuela saber que te fuiste como los justos y vivirás en el corazón de tus amados, de todos quienes te conocimos y te quisimos.
No te decimos adiós Bibi Arreola, sino hasta siempre. ¡Gracias por tanto amor!