Por Guadalupe Correa-Cabrera
En esta ocasión contaré la historia de un fraude, que es también una tragedia personal que no quisiera se volviera a repetir. Además de llevar este caso a dos cortes (dentro y fuera de México), deseo narrar lo sucedido para evitar que el sujeto que me defraudó lo siga haciendo con otras personas. Hablo del caso del editor freelance José Antonio García Rosas, que en su cuenta de LinkedIn (https://www.linkedin.com/in/jose-antonio-garcia-rosas/details/education/) se presenta como “Director de Comunicación y Marketing / Director Editorial”. Aquí se encuentra su fotografía y toda su información profesional.
De acuerdo con la información que aquí se incluye y, según se presentó conmigo también, el sujeto ha trabajado en Citibanamex, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), Cengage Learning, Random House Mondadori México y Selecciones del Reader’s Digest. García Rosas presume “más de 10 años…reportando directamente a CEOs de América Latina, Estados Unidos y Francia, en instituciones de más de 5 mil empleados y manejando presupuestos superiores a $2 millones de dólares”. Además, se ostenta como “escritor de discursos de personalidades de talla mundial” y como un “apasionado de la innovación y la transformación digital”.
Mi relación profesional con José Antonio Rosas comenzó formalmente el 5 de julio de 2024, cuando acordamos que él traduciría uno de mis principales libros (escrito originalmente en inglés) al español y lo editaría como un texto de divulgación, dado que era un manuscrito esencialmente académico pero que yo quería que fuera accesible para todo público por la importancia del tema: el paramilitarismo criminal, las redes de crimen organizado transnacional y los mal-denominados cárteles de la droga en México.
García Rosas y yo acordamos que el pago total se le haría a través de mi universidad en Estados Unidos cuando hubiera terminado el trabajo. Comenzando este proceso, el editor freelance me entregó una prueba de unas cuantas hojas del libro que yo revisé. Estuve de acuerdo en la manera que él propuso editar el material. Hablábamos constantemente para coordinarnos, pues yo escribiría una sección adicional que él incluiría al final del libro, junto con otras partes inéditas que enriquecerían el material original y lo harían un texto básicamente distinto y enfocado en un público amplio (no sólo para académicos, como el libro original).
García Rosas se mostró siempre excesivamente amable y receptivo, pero nunca quiso mostrarme más adelantos del trabajo. Decía que iba trabajando muy bien y que quería que yo viera el trabajo hasta que estuviera más completo. Yo confié en él porque parecía experimentado, profesional y porque constantemente presumía de su trabajo en la OCDE y otras organizaciones internacionales, así como de su supuesta buena relación con diversas editoriales mexicanas. También me repitió un par de veces que fue “jefe de redacción” en Random House. Se presentaba como una persona conocedora del medio. Incluso me ofreció conectarme en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara con algunas editoriales que podrían estar interesadas en mi trabajo. Su labia le resultó muy efectiva, pues yo creí que trabajaba con un profesional. Todo fue una mentira.
Después de dos meses de supuesto trabajo, García Rosas me habló para pedirme un favor urgente. Me dijo que tenía un grave problema y me pidió ayuda. Me pidió le adelantara el pago total por el trabajo que acordamos pues tenía una emergencia—enfrentaba un problema familiar de gravedad—y necesitaba urgentemente el dinero. Yo me apresuré a ayudarle y pedí a la persona encargada en mi universidad de efectuar el pago total a García Rosas lo más rápido posible. Me preocupó su “emergencia” familiar y quería ayudarlo, adelantándole el pago para que hiciera frente a sus obligaciones. Insistí mucho para que se le realizara el pago (tengo prueba de todo ello en comunicaciones con mi universidad) y finalmente se le depositó a su cuenta directamente el total de la cantidad acordada (según la cotización que él mismo envió a la institución en la que yo trabajo).
García Rosas resolvió su problema y todo parecía ir muy bien, pero comencé a desesperarme pues cada vez que le pedía un adelanto del libro, él me daba largas y decía que me entregaría “todo el trabajo completo ya muy pronto”; siempre decía que estaba a punto de terminar. Llegó el momento en el que yo le envié mis partes del texto para que las integrara con el suyo, y ahora sí le exigí con determinación todo su trabajo. No recibí respuesta suya por dos días, hasta que me dijo me llamaría por teléfono (que “era urgente”). Cuando lo hizo, me enteré de lo peor. El supuesto “apasionado de la innovación y la transformación digital” me dijo que “se le había caído la computadora y había perdido todo lo ahí contenido”, incluido—por supuesto—el trabajo que habíamos acordado que completaría. Le pregunté si tenía el material respaldado en alguna parte, en alguna nube. El “experimentado editor profesional” me dijo que no solía trabajar en la nube. En ese momento, me di cuenta que todo había sido un fraude.
La situación se tornó muy tensa y le pedí que regresara a la Universidad el dinero que se le había pagado; me dijo al principio que sí lo haría. Desafortunadamente, eso nunca sucedió y su actitud se tornó desafiante. El tono amable que siempre utilizó cambió completamente y sus mentiras resultaron evidentes. Se envolvía más y más en sus historias inverosímiles (como la un niño que inventa que su perro que “se comió la tarea” y por ello nunca fue entregada). Obviamente, yo estaba muy enojada porque me di cuenta que “me habían visto la cara”. Le insistí que devolviera el dinero a la universidad y decidió dejar de contestar mis llamadas. Después de esto, lo puse en contacto con las autoridades de mi institución encargadas de los pagos y los contratos. En lugar de regresar el dinero o enviar el trabajo, como se le instruyó, amenazó diciendo que tenía abogados y pidió que yo no me comunicara más con él. Sin acceder a su petición, se le insistió entonces (desde la Universidad) que entregara el trabajo o regresara el dinero. Todos los responsables administrativos de la Escuela donde trabajo, incluyendo el Decano, fueron copiados en estos mensajes. Existen múltiples testigos de este desafortunado incidente.
José Antonio García Rosas decidió desaparecer. Nunca entregó ni el dinero, ni el trabajo. Desde la Universidad se le pidió varias veces que lo hiciera. Nunca más contestó; simplemente desapareció. Todo lo anterior está perfectamente documentado. Las autoridades de mi universidad encargadas de pagos de este tipo están perfectamente al tanto del caso y el desfalco. Existen múltiples comunicaciones institucionales con él, así como la prueba de la transferencia bancaria a su cuenta en México. Todo esto es información confidencial que se desahogará en tribunales. Además de las autoridades de la universidad, el editor José Luis Torres fue testigo de todo lo ocurrido. Torres, como un actor clave en este proceso, mantuvo contacto con García Rosas en todo este incidente y pudo corroborar las múltiples mentiras del sujeto.
Existen entonces pruebas contundentes y múltiples testigos que dan fe del atraco y del fraude del que fuimos víctimas (yo y mi institución) por parte de José Antonio García Rosas. Decidí escribir mi testimonio y compartirlo en el espacio público—y entre todo actor relevante del mundo editorial en México y América Latina en un texto por separado—para evitar que otra persona vuelva a ser víctima de un fraude por parte de este personaje sin ética y aparentemente experto en las artes de la mentira y el engaño. Su tono amable y aparentemente profesional esconde una falta de moral y vergüenza que no tienen nombre. Los recursos que se canalizaron a través de mi universidad eran parte de mi cuenta de ingresos indirectos y son también resultado de mi trabajo y esfuerzo. José Antonio García Rosas se embolsó esos recursos y simplemente desapareció. Por favor, compartan este testimonio entre todo aquel que consideren pertinente para evitar que alguien más caiga en el engaño y pierda sus recursos en manos de este sujeto.
Nota 1: Cabe destacar que el material inédito que le envié por correo electrónico a José Antonio García Rosas se encuentra ya protegido y con derechos de autor desde el año pasado [realicé los trámites pertinentes a través de un abogado, inmediatamente después de que me enteré del desfalco]. Si este sujeto intenta utilizar o compartir dicho material, él y los involucrados se atendrán a las consecuencias en el ámbito legal.
Nota 2: El acto que acabo de describir deja en mal la imagen de los mexicanos en una institución estadounidense—en una era muy difícil para nuestros connacionales en el vecino país. La gran mayoría de los trabajadores mexicanos en Estados Unidos son trabajadores y honestos. Las muy reprobables acciones de José Antonio García Rosas no nos representan como mexicanos, pero sí afectan nuestra reputación en el extranjero.