Libertad García Cabriales
No te desprendas de tus ilusiones. Cuando se hayan ido es posible que aun existas, pero habrás dejado de vivir
Mark Twain
Cuando mis hijas eran pequeñas, vivimos en Pachuca. Una ciudad bella, tranquila; con vientos helados por las tardes y parques hermosos, bien cuidados. Nunca he vuelto desde entonces. Al lugar donde has sido feliz no debieras jamás de volver, dice Sabina. La verdad yo sí quisiera regresar, pues me han dicho que la “bella airosa” está ahora más bella, con sus áreas históricas y modernas bien enlazadas a través de buena planeación. Tengo buenos recuerdos de la capital de Hidalgo, por supuesto los deliciosos pastes, pero también las flores, las tradiciones, la gente y las minas de plata, donde tuve la suerte de estar varios metros bajo tierra y vivir para contarla.
En mi memoria muy especialmente los días de Reyes Magos, una tradición muy arraigada en el centro del país, donde los niños esperan ansiosamente su llegada, incluso más que a Santa Claus. En ese contexto, recuerdo los maravillosos desfiles de los adorados magos por las calles principales de Pachuca en carros alegóricos monumentales, acompañados por alegres comparsas y vistos por multitudes emocionadas. Nunca olvidaré el rostro de la ilusión en mis hijas,
cuando las llevábamos de la mano a ver la cabalgata de esos magos que les harían felices por la mañana al descubrir sus regalos en el árbol.
La ilusión, eso que de niños nos hace sentir gozosos y se repite en la juventud cuando nos enamoramos, también cuando tenemos hijos pequeños y se va
perdiendo en el tiempo casi sin darnos cuenta. Los magos de oriente son un emblema de esa ilusión, una forma de hacer sentir el amor a través de una historia
contada durante miles de años. Y luego está la tradición de los obsequios a los niños, que como el niño Jesús reciben regalos la noche de reyes. Creer conlleva
mucho de ilusión. Manuel Vicent dice que la infancia termina cuando la razón se impone a la ilusión al darnos cuenta que nuestros padres no son inmortales. La
certeza de la muerte nos arrebata el paraíso. Lo decía también Sartre: la vida deja de tener sentido en el momento en que pierdes la ilusión de ser eterno.
Pero si contradecimos al sabio, podemos creer que tal vez también el hecho de sabernos mortales nos hace renovar la ilusión con cada amanecer. El amor es hijo de la ilusión decía Unamuno, quien por cierto hizo una de las bellas poesías al respecto: “vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar”. Por ello, para no perder la ilusión hace falta sentirnos como cuando niños a través de amar y ser amados. Amor a la gente, a la naturaleza, a la vida. Amados por la familia, por las amistades, por quienes nos regalan tiempo y sonrisas. Estoy leyendo otra vez Cien años de soledad y una frase al respecto me impactó mucho: “les dedicó sus horas mejores”, dice García Márquez refiriéndose a José Arcadio Buendía y el tiempo dedicado a sus hijos.
No sé usted a quién le ha dado sus “horas mejores”, pero sin duda hay o hubo ilusión en ese tiempo dedicado; aun cuando después tal vez se haya
desilusionado. Porque donde hay ilusión puede haber desilusión. Y no sólo en el amor. Hay quien le dedica sus “horas mejores” al trabajo, a una profesión, a una causa, a la política, entre otras cosas. “Qué no haya ilusos, para que no haya desilusionados”, decía Gómez Morín, hablando de política, terreno en el cual se da bastante la desilusión. Además, la palabra iluso tiene una connotación negativa. Pero esa es otra historia diría la nana Goya.
La ilusión, como el deseo, es necesaria a cualquier edad. Ser joven consiste en tener proyectos dice el poeta. Renovar las ilusiones cada día, aunque nos demos
frentazos con una realidad colmada de violencia e indiferencia. Alimentar la ilusión para no morir de realidad, decía un maestro. Creer que se puede construir mundos mejores y que cada quien podemos alentar con pequeñas acciones la esperanza de todos. Suena iluso, tal vez lo sea, pero no podemos vencernos ante la sinrazón. Para no perder la ilusión en estos tiempos hace falta una gran dosis de valor, pero siempre hay motivos para renovarla. Mientras escribo pienso en los pequeños y amados hijos de mis hijas en los que se repite el rostro de la ilusión que alguna vez vi en sus madres buscando las huellas de los magos en el jardín.
En lo más crudo del invierno, aprendí por fin que dentro de mi hay un verano invencible decía el gran Camus. Estar vivo(a), defender la alegría y ver nuevas
flores abriéndose a la vida pese al invierno, son motivos suficientes para no perder la ilusión.