Libertad García Cabriales
No puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre ti, pero puedes evitar que anide en tus cabellos
Proverbio chino
Hoy escribo en el que algunos llaman el día más triste del año. Tercer lunes de enero, día muy frío, por cierto. Según el sicólogo Cliff Arnall, de Reino Unido, el día es considerado así por varios factores, entre ellos el duro invierno, las crisis económicas y emocionales después de las fiestas y la dificultad de recomenzar y cumplir con las metas de un año nuevo. Pamplinas, diría la abuela. Todos los días puede ser alegres o tristes, según las circunstancias, la mente de cada quien. El susodicho sicólogo bautizó así el día con motivo de una campaña publicitaria, luego entonces, parece ser que llenan la cabeza de “Blue Monday”, para que compres cosas que alejen la tristeza.
El día más triste. Y encima el señor Trump llegó muy filoso a la Casa Blanca, me dice una amiga, porque yo preferí no ver la ceremonia y preparar a esa hora mi clase acerca del Antiguo Egipto, reafirmando la certeza de la mortalidad de todos, siempre, por más poderosos. Una cosa es cierta. El invierno deprime y no es fácil vivir alegre en estos tiempos, cuando las noticias nos agobian, las crisis aprietan, el desaliento avanza. Crisis políticas, corrupción, miseria espiritual, pobreza material, depredación ambiental, discriminación, descomposición en todos sentidos. Los casos de podredumbre en lo público y lo privado salen a la luz cotidianamente. El síndrome de la “hybris”, dirían los sabios antiguos, este creerse superiores, mareados por el poder y el dinero, con cambios en los estados mentales y causando graves perjuicios a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Nada es nuevo bajo el sol. Ahí están los faraones egipcios y emperadores romanos como ejemplo. Y muchos más. Pero al final todo mundo sucumbe bajo el más filo más temido, el de la guadaña. Acuérdate que eres mortal, dice bien la frase de la antigüedad.
El día más triste. Así lo sentí, no porque lo anuncien y lo publiciten, sino porque me enteré muy temprano de la partida al jardín celestial de una buena y bella amiga. Una mujer de alma buena y transparente, quien me deja bellas memorias en el corazón. La tristeza existe, las pérdidas duelen, las malas noticias pesan. Huecos, tiempo baldío, vacíos, ausencias, pozos hondos. Vivimos tiempos difíciles y aunque las redes reflejen sonrisas y felicidad, nuestra sociedad está fracturada, enferma, urgida de esencia, no de apariencia. Y nadie puede tirar la primera piedra. Ante las crisis, los expertos ofrecen soluciones que parecen fáciles, pero no lo son en un mundo dominado por el consumo. La mejor manera de combatir la tristeza, nos dicen, es volver a lo esencial, desconectar del ruido y lo rápido, acercarse a la naturaleza, contemplar la belleza, cultivar los afectos, construir relaciones sólidas, desprendernos de lo superfluo y ayudar a quienes están en desgracia, conscientes que todos estamos expuestos al dolor en todas sus expresiones.
Contra la tristeza, contra la violencia, contra la indiferencia, contra el egoísmo que domina al mundo, bueno sería cada quien pensar y hacer algo para mitigar los daños. No podremos cambiarlo todo, pero sí tocar vidas, transformar pequeños espacios, sembrar esperanza, generar paz, alegría en algo o alguien. Siempre que haya un hueco en tu vida llénalo de amor, decía el gran Amado Nervo: “¿Qué índole de amor? No importa. Todo amor está lleno de excelencia y nobleza”. Tiene razón Nervo. Ante los vacíos que causan dolor, ante las dolorosas pérdidas, apelemos al sentimiento más poderoso. Suena complicado, pero no lo es. Todos podemos darlo. Y no tiene precio.
“Nada perdemos con alegrarnos”, dice el poeta. Lo sabemos: siempre hay cosas que nos duelen. A todos nos duele algo, a todos nos han dañado, nos han engañado, nos han vulnerado alguna vez. Pero toda vida requiere un esfuerzo generoso para la alegría. No el placer de las pantallas que es sólo un estimulante fugaz. Javier Marías dijo que siempre hay que esforzarse por dar a luz en el fondo de nuestra alma un mínimo manantial de alegría para uso propio y para repartir a los otros. No es difícil hallarla: En las sonrisas de los niños, en la belleza de un paisaje, en el eterno descubrimiento del arte, en la lectura de un libro, en la conversación, en la sensación de una caricia, en el aprendizaje de algo, en el dar y recibir, en tantas cosas.
Por fortuna, cuando usted lea estas líneas, el llamado “lunes triste” habrá pasado y a pesar de todos los dolores y las pérdidas, estaremos celebrando un nuevo sol en nuestras vidas. Se vienen tiempos oscuros dicen los analistas, confiemos que al final del túnel, está la luz.