Leticia Calderón Chelius
Uno de los temas centrales en la campaña electoral para ganar la presidencia en Estados Unidos fue la migración. Detrás de la evaluación de los electores sobre la economía personal deteriorada en el gobierno de Biden por el alza de la inflación respecto al primer gobierno de Trump, la migración constituyó el otro referente para hablar de un sinnúmero de preocupaciones que sin lugar a duda definieron la postura política de los estadunidenses a la hora de votar.
Con supuestos como el que la seguridad nacional está amenazada por la llegada de extranjeros a su territorio, el aparente poco control de sus fronteras, la creencia de que se destinan recursos inmerecidos a quienes llegan y, hasta la amenaza a su identidad fundacional como nación, son los puntos más importantes que se usaron en la campaña, no sólo la de los Republicanos, sino que también por parte de los Demócratas, aunque con menos histrionismo. Así, frente al supuesto peligro que la migración trae consigo, la necesidad de una mano tan dura como la que Trump promete encontró respuesta abrumadora en las urnas.
Pese a este discurso tan aceptado por las mayorías, en un análisis detallado se puede demostrar que hay mucho de hipocresía en la manera como se habla de la migración cuando se sabe que la economía estadunidense requiere permanentemente de mano de obra para mantener sus ritmos de crecimiento, que hay entre 8 y 10 millones de vacantes de trabajo resultado sobre todo del proceso acelerado de jubilación de una generación (último coletazo de los Babyboomers), sumado a millones que adelantaron su retiro del mercado laboral como respuesta a la experiencia traumática que dejó la pandemia de COVID y, el hecho de que Estados Unidos tiene una población cada vez más envejecida que históricamente ha encontrado en la migración un relevo generacional indispensable para asumir productivamente el nivel de vida que incluye el peso del pago de pensiones de quienes se retiran.
No obstante este escenario de sobra estudiado, el imaginario colectivo de la mayoría sobre la migración logró un consenso que electoralmente apoya la propuesta de Trump sin matices ni opciones ni alternativas.
Entre otras cosas, iniciar su segundo mandato con una política de deportación masiva, “la más grande de la historia” repitió el candidato en cada mitin, aumentar las restricciones para solicitar asilo y limitar el acceso a visas de trabajo, estudio y hasta para turismo. También prometió revisar y en su caso implementar nuevamente un programa conocido como “Quédate en México” para obligar a quienes pretenden solicitar asilo a Estados Unidos a permanecer en territorio mexicano hasta recibir turno en una corte migratoria de ese país.
La frontera se presentó como un objetivo en sí mismo, no sólo como intervención directa sino en las políticas que se instrumenten en ese territorio, que es el punto en que nuestros países conviven de manera cotidiana. Esto se extiende a la idea de hacer más difíciles los cruces y buscar implementar alguna medida como fue con el Titulo 42 que se justificó por cuestiones de salud por la pandemia y que permitió cancelar la movilidad e intercambio entre las comunidades fronterizas por más de un año.
Como compromiso de campaña también se habló de otras medidas como eliminar programas como el CBP que permitió a miles de migrantes iniciar sus trámites de solicitud de audiencia desde una plataforma virtual y que, junto con la eliminación de otros programas como el TPS dirigido a ciertas nacionalidades —no incluye la mexicana—, cerraría esa vía de movilidad.
Las visas para estudiantes, como ya ocurrió en su primer mandato, se podrían cancelar o duplicar los requisitos y tiempos administrativos. Anteriormente esto ya complicó la posibilidad de que se mantuviera la circularidad académica que por mucho tiempo funcionó entre ambos países y que ahora de por sí, se encuentra en un punto bajo. De lo más extremo que se anuncia, porque toca la propia esencia de la identidad estadunidense, incluye eliminar la obtención de la ciudadanía a hijos de inmigrantes sin papeles, independientemente de que hayan nacidos en Estados Unidos.
Muchas de estas medidas han sido implementadas antes y algunas fueron detenidas en las cortes de apelación e incluso llegaron a la Suprema Corte, pero en esta ocasión y con el paso de los años, el partido republicano ya tiene mayoría de jueces favorables a Trump, que demás ahora podría sumar nuevos nombres afines a su ideología para darle a esa instancia jurídica un giro conservador total.
Ante el temor de que estas medias arranquen y sin que medie especulación alguna porque así las anunció Trump en sus mítines, las votó la mayoría del pueblo estadunidense y ya se implementaron en su primer mandato con enorme dolor para las comunidades afectadas y una gran presión para el gobierno mexicano, queda claro que desde México lo sensato es prepararse para un escenario que siempre es complicado pero que sube el tono por el estilo del personaje que Estados Unidos eligió por mayoría contundente. A esto es a lo que le dicen Deja vú, “lo ya visto, lo ya vivido”, y parece que no hay duda de que hacia eso vamos.
Docente e investigadora del Instituto Mora
Presidenta del patronato de Sin Fronteras I.A.P
@letichelius