Libertad García Cabriales
Si practicas la equidad, aunque mueras no perecerás
Lao Tsé
Alguna vez la muerte pisará nuestro huerto, digo a la manera de Serrat. No sabemos cómo ni dónde, pero ciertos estamos de nuestro ser mortales. Nadie se salva. Ricos, pobres, guapos, feos, poderosos, menesterosos, viejos, jóvenes, sabiondos, ignaros. Todos tenemos alfa y omega, principio y fin. Y precisamente eso hace que la vida merezca ser vivida. Nadie querrá acabar como la Sibila de la mitología, quien buscando ser inmortal, pidió a los dioses no morir, pero al olvidarse pedir permanecer joven, se convirtió en una horrible pasa casi milenaria que pedía a gritos la muerte.
Todos tenemos el mismo destino, el meollo del asunto está en qué hacemos en este camino llamado vida. Porque si sabemos a dónde vamos irremediablemente, deberíamos aprovechar cada día como el último y hacer con nuestra vida lo mejor posible. Por desgracia, la mayoría prefiere no pensar en la muerte y vivir como si tuviéramos todo el tiempo del mundo por delante. Así se desperdicia mucho tiempo; en la banalidad, la dejadez. Y peor todavía, pensando en consumir y acumular, olvidando que nada te llevarás cuando te vayas, como dice otra canción.
Así pues, pensar la muerte es pensar la vida, pues es destino de todos. Cada día muchos seres vivos a nuestro alrededor se despiden de su residencia en la tierra. De formas diversas, con edades distintas, en lugares disímbolos, cada día mueren 150 mil personas aproximadamente. Nadie, ni quien se dice el más poderoso del mundo, puede asegurar si despertará mañana. Nadie. Pero pocos construyen su vida con esa conciencia. Pocos ganan tiempo de vida para sí mismos y también lo ofrecen a los demás en servicio.
Hoy pienso la muerte y celebro la vida de un gran ser humano que hace unos días partió hacia la luz eterna, el Magistrado Federal del Poder Judicial de la Federación, Gonzalo Higinio Carrillo de León. Cuando supe de su partida, sentí un hueco en el alma, dada la admiración y el aprecio que le tenía. Estas letras son mi pequeño homenaje para un gran servidor público y ser humano. Nacido en Reynosa, desde niño tuvo inclinaciones hacia la generosidad, la responsabilidad y el estudio. Cursó la carrera de leyes en nuestra ciudad Victoria, distinguiéndose como un estudiante excepcional. Algunos de sus maestros lo consideran incluso el mejor alumno en la historia de la facultad por todas sus prendas académicas y humanas. Dotado para la oratoria, muy pronto se convirtió en líder, incursionó en política y de ahí a una carrera impresionante en el ramo de la justicia.
Licenciado en Derecho, con Maestrías en Filosofía, en Derecho Fiscal, en Justicia Adversarial, Doctorado en Derecho y muchos otros postgrados; no podría enumerar en este espacio todos los cursos realizados e impartidos, ni los cargos obtenidos por el abogado Carrillo en su trayectoria como garante de la justicia. En un ambiente donde mucho se habla y se palpa la corrupción, en un terreno nada fácil, nuestro amigo Gonzalo Carrillo siempre salió con su plumaje limpio. Juez, secretario técnico, asesor jurídico y magistrado en diversos tribunales colegiados, el licenciado Carrillo estuvo además muy activo en la formación de las nuevas generaciones de abogados como docente en varias instituciones del país, donde dictaba cátedras y conferencias con frecuencia.
Así lo conocí, cuando le solicité participar en un foro en el marco del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, aceptando con la generosidad que lo caracterizaba y desplegando en su participación su impactante conocimiento. Un juez justo. Tal vez eso era lo más admirable en su persona, sus afanes justicieros, su bonhomía, su ser cristiano en toda la dimensión de la palabra. No en los dichos, sino en los hechos. Muchas veces estuvo apoyando a los necesitados, lo mismo a los golpeados por los desastres naturales que a los marginados por la pobreza. La justicia y el amor al prójimo fueron sus estandartes.
En un mundo, donde como bien dice Muñoz Molina, la irracionalidad y la ceguera contagian a las mayorías, en escenarios donde los millones sometidos a los dictados de la tecnología, celebran a los locos poderosos que hacen la guerra; los justos son más necesarios que nunca. Ya lo decía Borges en su poema, esas personas salvan el mundo. Mientras escribo me duele mucho saber que el juez Carrillo ya no estará como adalid de la justicia. Se fue cuando más falta hace gente honesta, preparada y generosa. Pero nos deja su gran ejemplo de probidad, servicio público y amor al prójimo.
Descanse en paz el magistrado Carrillo. Vive su ejemplo.