Sebastián Olvera
Un balance del sexenio
Transformar proviene del latín transformāre, que pude interpretarse como modificar algo. Cambiar proviene de cambiare, que es sustituir una cosa por otra. En términos sociopolíticos, los cambios son procesos que generan variaciones en áreas de la realidad, mientras las transformaciones son alteraciones profundas del orden. Por ello, históricamente, los procesos de transformación son menos frecuentes que los de cambio.
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se propuso impulsar una transformación profunda de la vida pública del país en su sexenio. Según precisa él mismo en la página 231 de su libro Gracias, la cuarta transformación gira “…alrededor de cuatro ideas fundamentales: rescatar a las instituciones políticas del Estado, cambiar el modelo económico, moralizar al gobierno y crear una nueva corriente de pensamiento”.
Durante el sexenio que está por terminar se han producido cambios remarcables. Algunos de ellos son la reducción de la pobreza, cierta recuperación de la soberanía nacional, el aumento histórico del salario mínimo, la construcción de megaproyectos de infraestructura o el alto crecimiento económico del sudeste del país.
Entre la intención y el hacer, no obstante, hay un tramo de realidad que no puede ser ignorado. No es fácil transformar la realidad, pues esta es el producto de fuerzas sociohistóricas de larga data. El carisma, la pericia política o estar a la cabeza del gobierno, resultan condiciones muchas veces insuficientes cuando se trata de modificar dichas fuerzas.
Con esto en mente, sugiero preguntarnos si en el sexenio de AMLO se llevó a cabo una transformación completa de la realidad o si más bien lo que se produjeron fueron cambios y en qué medida beneficiaron a las mayorías populares. Para ello, a continuación, analizo los cuatro objetivos del proyecto político del presidente ya enunciados en su relación con la generación de bienestar y justicia sociales.
El rescate de las instituciones políticas del estado significaba para Andrés Manuel tomar el control del aparato gubernamental para impulsar su programa de reformas. Hay que reconocer que efectivamente se generó un cambio destacable en este sentido, ya que es la primera vez en la historia moderna que llega al poder un gobierno de centro-izquierda.
Esto se consiguió gracias al apoyo de decenas de miles de personas que se identificaron con el proyecto de AMLO. También, a que supo capitalizar electoralmente el hartazgo social masivo, producto de décadas de desigualdad extrema, abusos de las élites y descenso general de la calidad de vida.
Algunos de sus logros más relevantes en gobernabilidad son eliminar el fuero presidencial, canalizar 2.7 billones de pesos para financiar programas sociales, disminuir el robo de combustible (huachicol) a niveles inferiores al 6% o incrementar la recaudación fiscal hasta conseguir una cifra récord de 3.5 billones de pesos.
Tales cambios, sin embargo, no han significado una modificación sustancial de la realidad política. El sistema político mexicano ha experimentado cambios, algunos intensos (como la última reforma al Poder Judicial), pero la estructura de las relaciones de poder continúa intacta en lo fundamental.
Pese a que el arribo de Morena les ha restado capacidad a las elites políticas y económicas, éstas siguen manteniendo su influencia suficiente sobre el sistema político. Son de todos conocidos ejemplos de políticos criminales, como Francisco Cabeza de Vaca o Miguel Ángel Yunes, que continúan en posiciones de poder o los grandes empresarios corruptos, como Salinas Pliego o Germán Larrea, que siguen amasando grandes fortunas.
Para cambiar el modelo económico, el gobierno de Andrés Manuel impulsó una política social destinada a sectores poblacionales sensibles. Además, promovió una reforma laboral para facilitar la organización sindical e incrementó el salario mínimo como no se había hecho en décadas.
Como resultado, según el Coneval, la población en situación de pobreza se redujo en 5.1 millones de personas. También, el ingreso laboral básico experimentó un aumento real de aproximadamente 110%. Ambos son logros remarcables que han mejorado la calidad de vida de millones.
No se puede dejar de observar, sin embargo, que una tercera parte de la población del país continúa en situación de pobreza (casi 47 millones de personas). Los ingresos laborales, por otra parte, siguen siendo insuficientes. Para que el salario mínimo logrará cubrir la canasta básica ampliada, debería de ser de al menos $554.44; esto es 2.2 veces mayor al actual.
De modo que, aunque se generaron cambios positivos en materia económica, el sistema no se ha transformado porque sigue basándose en la desigualdad y la explotación.
La moralización del gobierno, por su parte, es otro tema complicado. Aquí el gran proyecto de AMLO fue el combate a la corrupción. Con esa idea en mente, se promovió la Ley de Austeridad Republicana, se tipificó la corrupción como delito grave y se fundó el Sistema Nacional Anticorrupción.
Pero, estos cambios no generaron los alcances esperados. Ninguno de los grandes casos de corrupción ha sido resuelto. Permanecen en la impunidad quienes se beneficiaron de la Estafa Maestra y su desfalco de 7 mil millones de pesos o el caso de Agronitrogenados-PEMEX, que cometió fraude por alrededor de 200 millones de dólares. Si bien ambos son casos de fraude previos, también permanece impune el caso SEGALMEX, que durante la administración actual se estima generó un desvío de al menos 15 mil millones de pesos.
Aún más preocupante resulta el hecho de que ninguna investigación federal importante prospere para ofrecer justicia cuando involucra altos funcionarios y mandos. El caso del bloqueo que, a partir de 2022, experimentó la investigación para ofrecer justicia y verdad sobre los 43 estudiantes de Ayotzinapa es quizá la muestra más clara de la persistencia de la corrupción en el aparato estatal.
Sobre la creación de una nueva corriente de pensamiento, se puede decir que el sexenio de Obrador ha detonado un proceso de politización que involucra a sectores numerosos de la clase trabajadora, la juventud, las comunidades campesinas y los sectores populares.
El espectro de la comunicación, por otra parte, ha sido fuertemente modificado por la Mañanera y los medios independientes. De modo que existe hoy mayor diversificación de las fuentes de información y el monopolio de los grandes medios se ha ido desarticulando.
Estos cambios, pese a todo, no están exentos de contradicciones. Si bien es cada vez más la gente que se informa y opina sobre política, las capacidades de emitir puntos de vista propios e informados son aún limitadas. La necesidad de defender lo que se ha hecho bien muchas veces hace que se pierda el sentido de proporción y la capacidad crítica.
Por otra parte, el reformismo nacionalista del presidente genera confusión sobre temas importantes. Pareciera que todo mal es obra de la corrupción y se obvian, así, problemas igual de graves como la explotación, la violencia de género o la desigualdad.
Se ha incurrido, además, en excesos contra organizaciones y actores que defienden causas justas. En 2019, el presidente llamó radicales de izquierda conservadores a los miembros del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua, que se oponen al Plan Integral Morelos. Samir Flores, uno de sus integrantes, fue asesinado un mes después. Si bien lo dicho por Obrador no causo el asesinato, sí contribuyó a generar el contexto en el que se produjo. Lo peor es que no hubo acto alguno de disculpa y hoy, a casi 6 años de distancia, continúa impune.
Entonces, ¿Cuál es el saldo del sexenio? Todo parece apuntar a que la idea de una transformación profunda terminó por materializarse en los cambios que le fue posible impulsar al gobierno. López Obrador quiso modificar el sistema mediante reformas que no tocaran de los grandes intereses de las elites. Esto fungió como una limitación en los cambios que promovió.
Lo anterior no anula que, pese a sus limitaciones, el Sexenio de Andrés Manuel ha generado una experiencia de mejora para millones. Esta experiencia, aunque aun no puede ser calificado como bienestar social, es percibida como un cambio positivo por mucha gente. Algo en sí mismo importante.
Reconocer esto, por otra parte, no debe impedirnos ver las limitaciones que persisten. México sigue siendo el país en el que la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa permanece sin resolverse 10 años después. En donde 3 de cada 10 personas no logran salir de la pobreza, hagan lo que hagan. También, un lugar en el que la juventud encuentra más fácil ingresar al crimen organizado que acceder a educación de calidad o empleos dignos. Es, asimismo, un país en el que las mayorías trabajadoras enfrentan largas jornadas laborales a cambio de salarios que no alcanzan para lo elemental para una vida digna.
No quiero sugerir que la persistencia de estos y otros grandes problemas es responsabilidad completa de AMLO. Transformar una realidad como esta, no puede ser ni un proceso breve, ni la obra de una sola persona.
Para conseguir bienestar y justicia sociales, la participación de las mayorías populares en la vida política del país es imprescindible. Apoyar a candidatos progresistas, salir esporádicamente a las calles y criticar el neoliberalismo son avances importantes en la conciencia colectiva, pero aún profundizarse para generar una transformación profunda.
Esto aplica para todas y todos los de abajo: obreros manufactureros, trabajadoras del hogar, operadores de transporte, jornaleras agrícolas, trabajadores de la construcción, trabajadoras informales, estudiantes, amas de casa, campesinos pobres, pequeños agricultores y ganaderos, comerciantes chicos y medios, profesores y profesionistas precarizados. Independientemente de que hayan votado o no por Obrador y Sheinbaum.
Sería útil que durante el segundo gobierno de la 4t se tenga presente que la acción organizada e independiente del pueblo trabajador es fundamental. Es el método para impulsar los cambios que son convenientes, exigir los que son necesarios y detener los que resultan perniciosos.
En este sexenio, incluso con las limitaciones y los errores, se produjeron avances. Con la participación organizada e independiente de las mayorías, estos se podrían ensanchar y aprovechar para impulsar las transformaciones que nos encaminarían hacia sociedades que gocen de bienestar y justicia. No perdamos la oportunidad.
A diez años de la desaparición de nuestros compañeros de la Normal Rural de Ayotzinapa, desde este medio nos sumamos a la exigencia colectiva de verdad y justicia.
¡Nos siguen faltando 43!