Por Carla Huidobro
Hace unos años, tuve un jefe que, a pesar de tener un diagnóstico oficial, me dijo que «simplemente usaba mi autismo como una excusa para ser difícil». Este comentario no solo fue hiriente, sino que también reflejó una profunda insensibilidad e ignorancia respecto a la neurodivergencia. Es preocupante cómo las instituciones, que deberían ser lugares de inclusión y apoyo, a menudo fallan en reconocer y respetar las diferencias neurodivergentes.
La neurodivergencia abarca una variedad de condiciones neurológicas, incluyendo el autismo, el TDAH, la dislexia, entre otras. Estas condiciones no son elecciones ni pretextos; son realidades que influyen en la manera en que las personas perciben y se relacionan con el mundo. Sin embargo, el desconocimiento y la falta de empatía prevalecen en muchos entornos laborales y educativos.
Comentarios como el que recibí de mi jefe no solo son despectivos, sino que minimizan las experiencias y desafíos reales de las personas neurodivergentes. Las instituciones tienen la responsabilidad de crear entornos inclusivos que reconozcan y respeten la neurodiversidad. Esto implica capacitación en neurodivergencia para todos los niveles de la organización, desde la alta dirección hasta el personal de base. La sensibilización y la educación pueden ayudar a desmantelar prejuicios y fomentar una cultura de comprensión y apoyo. Es crucial que las instituciones implementen ajustes razonables y adaptaciones para apoyar a las personas neurodivergentes. Esto puede incluir horarios de trabajo flexibles, entornos de trabajo tranquilos, y el acceso a tecnologías asistivas. Estas adaptaciones no son privilegios, sino derechos que permiten a las personas neurodivergentes desempeñarse de manera efectiva y contribuir plenamente a sus roles.
Un diagnóstico oficial de una condición neurodivergente es un reconocimiento de una realidad neurológica. Negar o minimizar este diagnóstico es una forma de violencia institucional. Las personas neurodivergentes a menudo tienen que luchar para ser tomadas en serio y para que se reconozcan sus necesidades. La autodefensa se convierte en una herramienta esencial, pero no debería ser la única forma de garantizar un trato justo. Las instituciones deben asumir la responsabilidad de proporcionar un entorno equitativo y respetuoso. La insensibilidad de las instituciones ante la neurodivergencia es una problemática que requiere atención urgente. No podemos permitir que el desconocimiento y los prejuicios continúen marginando a las personas neurodivergentes.
Es fundamental que trabajemos hacia un futuro en el que todas las personas, independientemente de sus diferencias neurológicas, sean respetadas y valoradas. Crear entornos inclusivos y empáticos no solo beneficia a las personas neurodivergentes, sino que enriquece a toda la sociedad, promoviendo diversidad, comprensión y humanidad.
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