Por Fortino Cisneros Calzada
A la larga lista de pifias y trapacerías de Norma Piña como funcionaria del Poder Judicial y ahora como presidenta de la Corte (que ha demeritado), se suma el ridículo. Dijo, oronda y sin recato, en el Encuentro Internacional sobre Independencia Judicial: reflexiones desde la Judicatura, que: “Hay que alzar la voz para defender la independencia judicial porque es un patrimonio de la humanidad”. Esta afirmación tan peregrina, contradice la sumisión de la Corte de los poderes fácticos.
Como tribuno ante el ágora, soltó de su carraspiento buche que: “Preservemos la independencia judicial, es nuestro patrimonio, es un patrimonio de la humanidad. La independencia judicial es un derecho de todas las personas, es un derecho del pueblo. Este cuerpo internacional tiene precisamente el objetivo de continuar construyendo un México que garantice de mejor manera los derechos de todas las personas”. ¡Jijos!
Con un poco de licencia, se le puede otorgar el beneficio de la duda y asumir que es más infusa que confusa, porque lo que dijo es un absurdo: nada tiene que ver la independencia judicial con los derechos de las personas ni del pueblo. “El Poder Judicial es el órgano encargado de resolver conflictos entre las personas y entre los órganos del poder público, así como de proteger los Derechos Humanos establecidos en la Constitución y los tratados internacionales”. ¡Tan, tan!
El Poder Judicial es un órgano y su independencia un requisito sine qua non, no un derecho; su independencia entendida como cualidad o condición de independiente, es la libertad, como la de un Estado que no es tributario de otro, la de un poder público autónomo en el ámbito de su competencia, en este caso de lo contencioso, y judicial que deriva del latín iudicialis y significa perteneciente o relativo al juicio, a la administración de justicia o a la judicatura.
Lo que sí es un derecho, negado permanentemente por la Corte y sus cortesitos, es la justicia. En el histórico discurso de Luis Donaldo Colosio del 6 de marzo de 1994, el candidato inmolado por renegar del proyecto neoliberal, dijo: “Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla”. ¡No te hagas, Piña!
Su sustituto deshizo la Corte, mandó al carajo a los ministros forrándolos de billetes para que no pillaran y entronizó a Luis María Aguilar Morales para crear el monstruo que ahora actúa como Chucho, el Roto; pero, al revés. El ladrón robaba a los ricos para dar a los pobres; los de ahora roban a los pobres, despojándolos hasta del pan para sus hijos, para seguir engrosando colosales fortunas de magnates de dentro y de fuera.
Perla magnífica de doña Piña es: “Este cuerpo internacional tiene precisamente el objetivo de continuar construyendo un México que garantice de mejor manera los derechos de todas las personas”. Asumir que un Encuentro Internacional sobre Independencia Judicial: reflexiones desde la Judicatura, sea un cuerpo ya linda en los valles de la demencia. En todo caso, es un evento y quizá de ahí pueda salir un cuerpo; pero, ¡mmm!
Y, luego que: “… tiene precisamente el objetivo de continuar construyendo un México que garantice de mejor manera los derechos de todas las personas”. México es un país, existe como tal desde 1824, cuando Guadalupe Victoria mandó al carajo a los fifís del Primer Imperio y creó la República federal, representativa y popular. México no puede garantizar nada; en todo caso, el gobierno que el pueblo mexicano se dé a sí mismo, puede hacerlo. Pero, para ello no necesita guajes, menos internacionales.
De todo lo dicho y hecho, lo único bueno es que Piña ya se va. Se va de la peor manera, pues su megalomanía le impide hacerlo con decoro. Los aborígenes, luego de la noche oscura del neoliberalismo que se resiste a morir y va por el mundo engullendo todo lo que encuentre a su paso, habrán de alcanzar su derecho a la justicia y lo harán con tersura y elegancia, poniendo a cada quien en su lugar.