Por Libertad García Cabriales
En cuanto el sufrimiento de los niños está permitido, no existe amor verdadero en este mundo.
Isadora Duncan
El vídeo recién publicado es impactante. James Elder, comisionado de la UNICEF,
habla, en el día 250 de la guerra, desde un hospital de Gaza, donde nos muestra
el dolor escalofriante de la confrontación a través de las heridas, los gritos y la
muerte de muchos inocentes, especialmente niños. La infancia de Gaza requiere
un alto al fuego, dice con desesperación, mientras las bombas siguen cayendo.
Las imágenes no dejan lugar a dudas, la devastación, el sufrimiento, el profundo
dolor en los rostros de los niños, que viven su infancia con terror en el alma. De no
ser porque lo vemos en tiempo real, no podríamos creer el horror inconcebible.
La guerra se manifiesta cada día con su arsenal de horrores mientras la mayoría
de la población en el mundo está indiferente a la brutal matanza. Las cifras son
espeluznantes. Se habla ya de más de casi 40 mil muertos palestinos y casi cien
mil heridos, además de las numerosas víctimas bajo los escombros, de las que no
se tiene conocimiento exacto Luego están los millones de desplazados, los
caminantes en carreteras, dejando sus hogares para buscar refugio con el miedo
en el rostro. Por el lado de Israel, el número es mucho menor, pero no dejan de
ser pérdidas. Porque cada muerte, en cualquier lado de la guerra, representa un
sueño fracasado, una vida cegada, un futuro cancelado; un dolor infinito para sus
amados.
Como en la Franja de Gaza, la guerra se ensaña en muchos lugares del mundo,
en diversas formas. Las bombas siguen resonando en Ucrania por ejemplo,
mientras Putin recién inició su quinto mandato en una ceremonia fastuosa,
sintiéndose más poderoso que nunca. Las noticias de ayer hablaban de las
crudelísimas mutilaciones en los cuerpos de los soldados. Un hoyo en el
estómago siento al ver las imágenes. A nadie le gusta, lo sé. Ni ver, ni escuchar
de las guerras, prefieren cambiar de canal, ver cosas bonitas, dicen mis amigas.
Ya bastante tenemos con el diario vivir, añaden. Pero aunque nos neguemos a
verlas, las guerras están ahí, cerca y lejos. Y son una amenaza para todos.
En las reuniones sociales, en las mesas de café y hasta entre algunos sesudos
funcionarios aquí y en China, se prefiere hablar de otras cosas. Del debate entre
los candidatos a presidir el llamado país más poderoso del mundo, por ejemplo.
Qué si son viejos, si son culpables de una y mil cosas, si Taylor Swift será factor
de triunfo. Porque por desgracia a la mayoría de la gente no le importa la victoria
de alguno de ellos por el cese de la guerra, de las guerras en el mundo, pues
mucha cuchara tienen los vecinos en ese ajo bélico. Pero prefieren comentar
quien tiene mejor “handicap” de golf. Uf.
Y hablando de horrores, aquí mismo hace unos días, escuché en una mesa
cercana de restaurant, comentarios repletos de saña acerca de un vestido y una
boda reciente. Dardos explosivos como bombas detallando el acontecimiento con
un veneno que ya quisiera la viperina lengua de un tal Pepillo. La cara de los
novios, la posibilidad de amor metálico, la vestimenta y estatura de los invitados y
hasta el origen social. Daba pena escucharlos, más todavía porque entre los
filosos criticones estaban “empleados” de los criticados. El deporte favorito de
muchos pueblos es practicar el escarnio. Y en algunos escenarios, esta capital
podría ganar las olimpiadas del chisme.
Chisme, banalidades, burlas, indiferencia. ¿A quién le importan los niños de la
guerra, las madres de los desaparecidos, los soldados amputados, el hambre en
el mundo, la depredación ambiental? A muy pocas personas por desgracia. José
Antonio Marina habla incluso del fracaso de la inteligencia: “La inteligencia fracasa
cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa, de
solucionar los problemas afectivos, sociales o políticos, cuando se desaprovecha
las ocasiones, cuando se despeña por la crueldad o la violencia”. Por su parte,
Ernesto Sábato afirmaba que el hombre no se detiene en los encuentros humanos
porque está atestado de ambiciones. Y claro, siempre frente a las pantallas: “El
estar monótonamente sentado frente a la pantallas anestesia la sensibilidad, hace
torpe la mente, perjudica el alma”.
Anestesiados, apáticos, indiferentes, superficiales. Huyendo de los temas
profundos; prefiriendo comprar cosas, llenar el vacío con diversiones pasajeras,
hablando mal del otro, antes que mirar el interior y reflexionar acerca de lo
verdaderamente valioso. Y peor, la indiferencia puede engendrar desamor,
conflicto, violencia. La mayoría de los especialistas coinciden que el mejor
antídoto contra los males de nuestro tiempo es acercarnos a los demás, hacer
contactos verdaderos, profundos: “Contra el horror y la violencia, el imperativo es
reforzar la convivencia”. En tiempos “donde hacer dinero se ha convertido en una
adicción”, es necesario combatir la indiferencia con acciones concretas.
Mohammed Yunus, el Nobel Bangladés, nos invita a buscar sentido mediante la
ayuda a los demás: “Piensan que hacer dinero es la felicidad pero yo les digo que
hacer felices a otros es crear felicidad”.
Las guerras en el mundo nos amenazan a todos. Nadie está a salvo. La respuesta
está en cada uno de nosotros. Es tiempo de tomar conciencia. La vida es sólo
una.