Por Carla Huidobro
En los últimos años, la salud mental ha emergido como un tema prioritario en la agenda pública de Tamaulipas. Los trastornos depresivos y de ansiedad, en particular, han alcanzado niveles alarmantes, afectando a un segmento considerable de nuestra población.
Es imperativo que tomemos medidas inmediatas y contundentes para abordar esta crisis silenciosa que está cobrando un alto precio en el bienestar de nuestros ciudadanos.
La depresión y la ansiedad no son meramente condiciones individuales que afectan a unos pocos; son problemas de salud pública que tienen ramificaciones profundas en todos los aspectos de la vida social y económica. Personas de todas las edades, géneros y estratos sociales están siendo afectadas, desde jóvenes estudiantes que enfrentan presiones académicas y sociales, hasta adultos que lidian con el estrés laboral y las responsabilidades familiares, y nuestros mayores, que a menudo se sienten aislados y desatendidos.
Las estadísticas recientes revelan una tendencia preocupante: el número de personas diagnosticadas con trastornos depresivos y de ansiedad ha aumentado significativamente en Tamaulipas. Sin embargo, estos números solo cuentan una parte de la historia. Hay una vasta cantidad de personas que, por miedo al estigma o por falta de acceso a servicios de salud mental, nunca buscan ayuda profesional.
Esta subestimación de la prevalencia real agrava la situación, dejando a muchos sin el apoyo necesario. Es crucial entender que los trastornos depresivos y de ansiedad no solo afectan a los individuos en su capacidad de llevar una vida plena y productiva, sino que también tienen un impacto económico significativo.
La pérdida de productividad, el aumento del ausentismo laboral y los costos asociados con el tratamiento de condiciones crónicas vinculadas a la salud mental son enormes. En este contexto, invertir en la salud mental no es solo una cuestión de humanidad y justicia, sino también de sensatez económica.
¿Qué podemos hacer al respecto?
En primer lugar, necesitamos un sistema de salud mental accesible y efectivo. Esto implica no solo aumentar el número de profesionales capacitados en salud mental, sino también garantizar que los servicios estén disponibles y sean asequibles para todos, especialmente en las zonas rurales y marginadas. Las políticas públicas deben enfocarse en la prevención y el tratamiento temprano, proporcionando recursos y apoyo a quienes los necesitan antes de que sus condiciones se agraven. Además, es fundamental trabajar en la desestigmatización de los trastornos mentales. Las campañas de sensibilización y educación pública pueden desempeñar un papel crucial en cambiar las percepciones y en alentar a las personas a buscar ayuda sin miedo a ser juzgadas.
Es hora de que la sociedad entienda que la salud mental es tan importante como la salud física, y que buscar ayuda es un signo de fortaleza, no de debilidad.
Finalmente, la colaboración entre el sector público y el privado es esencial para crear un entorno de apoyo integral. Las empresas pueden implementar programas de bienestar mental para sus empleados, y las instituciones educativas pueden ofrecer servicios de consejería y apoyo psicológico a sus estudiantes.
Solo a través de un esfuerzo conjunto podremos enfrentar de manera efectiva esta crisis. La prevalencia de trastornos depresivos y de ansiedad en Tamaulipas es un llamado urgente a la acción. No podemos permitir que esta crisis continúe sin abordar. Es nuestra responsabilidad colectiva garantizar que cada persona tenga acceso a la ayuda que necesita para vivir una vida plena y saludable. La salud mental debe ser una prioridad, y ahora es el momento de actuar.
Carla Huidobro, doula cultural, impulsa con pasión la Cultura de la Curiosidad. Su enfoque, arraigado en la autenticidad, el respeto y la disciplina, le permite establecer conexiones significativas y enriquecer el aprendizaje.
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