por Guadalupe Correa-Cabrera
El proceso electoral en Estados Unidos del presente año está que arde. El candidato republicano a la presidencia y expresidente de ese país, Donald Trump, sufrió hace algunos días un “espectacular” atentado en un momento clave de la contienda. Entretanto, el actual presidente Joe Biden se retira de la candidatura presidencial y pasa la estafeta a quien ha sido su compañera de fórmula y vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris. El que fuera el país más poderoso del mundo hasta hace poco muestra claramente un desgaste y un declive general en muchos ámbitos. Esto se ve reflejado en una enorme polarización de su sociedad, ausencia de liderazgo y en una crisis de valores y adicciones que nunca hubiéramos imaginado en una nación de lo que antes llamábamos el “Primer Mundo”.
La política estadounidense parece un espectáculo chusco en el que los montajes, el escándalo y la demencia ocupan un rol estelar. De aquí al 5 de noviembre se anticipa una batalla campal y un discurso extremadamente polarizante desde ambos lados del espectro político. No obstante el avance reciente del trumpismo y la oferta política republicana enmarcada en el proyecto de América Primero, es difícil anticipar el resultado final del proceso electoral de este año. Todo puede pasar en esta “sociedad del espectáculo”.
Ya desde hace algunos años, el desencanto de los ciudadanos estadounidenses con los políticos tradicionales convierte a la política de ese país en un espectáculo hollywoodense, en un circo, o en una arena de lucha libre en la que actores o “influencers” hacen como que se pelean en una contiendo de “rudos vs técnicos” que nada tiene que ver con la realidad. Al final, somos los espectadores de un show barato que no representa las negociaciones ni intereses reales de quienes verdaderamente gobiernan ese país: las empresas del complejo militar (fronterizo) industrial, las grandes farmacéuticas, las grandes corporaciones del sector energético y la banca internacional.
Ya decía el periodista Roberto de la Madrid que “Estados Unidos no es una nación”, sino la síntesis de un conjunto de intereses del gran capital internacional. Sí, hablamos de los intereses de esos actores que no identificamos plenamente y que mantienen sus activos “mezclados” en fondos de inversión (o grandes gestoras de fondos) como BlackRock, Grupo Vanguard, Fidelity, et al. Analizando la historia de Estados Unidos, su imperialismo y colonialismos, las guerras que libra fuera de su territorio, su belicismo y su política del espectáculo, podemos pensar que los verdaderos “amos” de ese país no son los gobernantes, sino las grandes corporaciones transnacionales que tienen sus centros de operación (headquarters) en terreno estadounidense.
Llama mucho la atención la forma en la que la opinión pública desvía su atención de lo fundamental (es decir, de los abusos y planes de las élites) y se centra en un show de políticos mediocres, sin agenda real, sin cordura o sin capacidad para gobernar. Entretanto, el verdadero sendero de Estados Unidos lo delinean/trazan otros actores mucho más sofisticados—no personajes de película de Hollywood o serie de Netflix como Trump, Biden, Harris, o el nuevo “villano” JD Vance. Nos quedan poco más de tres meses de “espectáculo” electoral. Los análisis de “expertos” en política estadounidense y las proyecciones sobre la contienda en medios tradicionales y en redes sociales no se harán esperar. Estaremos pendientes de los dimes y diretes entre candidatos y, por supuesto, de las encuestas de opinión que probablemente anticiparán un resultado incierto, considerando un margen de error.
Los temas de frontera, inmigración, tráfico de drogas, relación con México y política exterior en un mundo multipolar, ocuparán un lugar central en la contienda electoral. La sociedad estadounidense se encuentra sumamente polarizada alrededor de estos temas clave, por lo que no es fácil anticipar el resultado electoral, no obstante la ventaja que lleva hasta ahora el partido republicano. Es posible pensar que el desenlace de la contienda presidencial no dependerá del desempeño de dos candidatos que dejan bastante que desear. En realidad, esta elección la definirán las élites, es decir, ese conjunto de intereses que gobierna realmente Estados Unidos y que algunos, con razón o sin la misma, denominan “Estado Profundo (Deep State)”. Por un lado, estas élites han planteado una “era de mujeres” y progresía para algunas latitudes, por lo que no podemos descartar un triunfo de los demócratas. Por otro lado, muchos estadounidenses apostarán por un liderazgo que aparenta ser fuerte y antisistema, y que promete hacer que “Estados Unidos vuelva a ser grande”; también podría ser éste un proyecto que apoyen las élites. Entre una mujer y un actor-influencer, no sabemos hoy quién ganará en Estados Unidos en noviembre.