Por Carla Huidobro
Arrastras con tanto, tanto que tus pasos se vuelven ecos de un dolor que no termina de decir su último adiós. Cada huella en el camino lleva el peso de viejas batallas, de lágrimas que se secaron en la cara sin ser notadas. Cargas con el pasado como si fuera una cruz de sombras que solo tú puedes ver, solo tú puedes sentir.
Y yo, observándote desde la orilla de mi propia carga, me pregunto cómo podemos seguir, cómo podemos plantar flores en un jardín tan pisoteado por el desamor y el olvido. Tus ojos cuentan historias que tus labios nunca pronuncian, relatos de tormentas que nunca calmaron.
Pero aún en este desfile de penas que arrastras, veo una fuerza que me sobrecoge, una determinación que desafía la gravedad de tu carga. Es la esperanza, quizás pequeña, quizás temblorosa, que se atreve a susurrar que aún en los desiertos más áridos, puede brotar vida.
Arrastras con tanto, y sin embargo, sigues adelante, dejando detrás no solo huellas de lo que fue, sino semillas de lo que aún podría ser. Y en ese seguir, en ese lento avanzar, tal vez aprendamos que lo que arrastramos no tiene por qué definirnos, que podemos, de alguna manera, soltar parte de esa carga y respirar un poco más libres, un poco más ligeros, un poco más esperanzados.