Por Sebastián Olvera
El pasado 02 de junio los sectores populares de la sociedad mexicana dieron a Morena una
victoria electoral contundente. Claudia Sheinbaum fue elegida primera presidenta de México. La
alianza Morena-PT-PVEM consiguió la mayoría simple en el Senado y la mayoría calificada en la
Cámara de Diputados; lo que les da posibilidad de aprobar reformas a la Constitución. Además,
las candidaturas de esa alianza obtuvieron al menos 7 de las 9 gubernaturas: incluida la Ciudad
de México, que será gobernada por Clara Brugada. Ciertamente este es un triunfo irrefutable,
pero dista mucho de ser un cheque en blanco para Morena.
Es preciso recordar que esta victoria se produjo gracias al voto de miles de obreros/as,
trabajadoras del hogar, jornaleras/os, trabajadores informales, pequeños comerciantes,
operadoras/es de transporte, profesionistas precarizados, estudiantes y hasta un sector de
empresarios nacionalistas. Ellas y ellos votaron en contra de décadas de explotación y deterioro
en sus condiciones de vida, pero también para impulsar un cambio verdadero. Un cambio al que
no se le pueda pretextar la parálisis del Congreso.
Ante este grito de las mayorías, la derecha quedó reducida al desconcierto. Xóchitl Gálvez
pasó de la euforia, a la aceptación de la derrota y de ahí a la negación. Aguilar Camín aventuró a
explicar los resultados como la obra de una “ciudadanía de baja intensidad”, que canjea votos
por “dinerito”. La cumbre del patetismo vino con Denise Dresser, quien se proclamó
“libertadora” del pueblo y dijo estar decepcionada de éste.
En síntesis, la derecha nos explica la decisión de las mayorías como resultado de una
“incultura cívica”, que tiende al autoritarismo y que cambia la democracia por las dadivas de los
programas sociales.
Del lado de los dirigentes de Morena hubo exceso de entusiasmo, pero poca reflexión.
Sheinbaum al igual que López Obrador se dijeron contentos y orgullosos. Mario Delgado,
embriagado del éxito ajeno, habló de un “carro completo”. Pero, entre los hurras, las burlas a la
oposición y los elogios cruzados, ningún dirigente del partido planteó alguna autocrítica. Solo
Paco Taibo II, en los márgenes del aparato de poder de Morena, habló de la necesidad de que se
discuta entre las bases cómo a quiénes se otorgan las representaciones del partido.
Desde mi punto de vista hay tres factores relevantes que explican los resultados de los
comicios: 1) el impacto de las políticas social y salarial en la economía de las mayorías, 2) el
extendido prestigio social de AMLO y 3) la desastrosa campaña de la oposición.
El primer factor es el de mayor peso. En lo que va del sexenio se dio el aumento inédito
de 110% en el salario mínimo nacional, además, se invirtieron 2.7 billones de pesos en
programas sociales, que, por ejemplo, permiten que 1.5 millones de adultos mayores reciban hoy
una pensión de 6 mil pesos.
No se trata, como señala la derecha, de una red clientelar que cambia “dinerito” por votos.
Más bien es una política de masas populista y con tintes paternalistas, pero suficientemente
efectiva en términos políticos. En efecto, la política de masas obradorista es efectiva porque, tras
décadas de golpes a la calidad de vida de las mayorías, la gente común logró experimentar algo
parecido al bienestar.
Son mejoras básicas y hasta mínimas, pero concretas y comprobables. Mismas que se
reflejan en lo cotidiano como: salarios que alcanzan para más, alacenas menos vacías, un ingreso
complementario que llega cada uno o dos meses y, por lo tanto, una experiencia verificable de
que se vive mejor o menos mal. Esa es la fuerza política del reformismo honesto de Andrés
Manuel.
Otro factor, en parte producto de lo anterior, es el amplio respaldo social que ostenta
AMLO y que se desdobla no solo en su alta popularidad en encuestas, sino en prestigio social.
Por su trayectoria, estilo personal y política de masas, Andrés Manuel ostenta un masivo
prestigio que sostiene tanto su figura política, como a Morena y a sus lideres mediante ese
complejo fenómeno que es el obradorismo; mezcla de las simpatías activas (a veces poco
críticas) y la disposición para movilizarse de millones de personas.
Se ha dicho mucho sobre que la aprobación no se puede transferir mágicamente de un
actor político a otro. Pero, lo que se escapa a la vista es que el prestigio de un actor o fuerza
política con base de masas puede ofrecer continuidad a un proyecto por medio de su sociología
política. Me parece que esto es lo que sucedió en los pasados comicios.
Finalmente, el otro factor explicativo lo encontramos en la fallida campaña de la
oposición. La alianza PAN-PRI-PRD mostró por sí misma su pobreza política y su deterioro.
Simplemente las fotos que Xochitl compartió durante su campaña con el cacique priísta Alito
Moreno, el trasnochado Jesús Sambrano, del ahora extinto PRD, y el senil-demente Vicente Fox
Quezada, nos recordaron a todos y todas lo dañinos que fueron los 71 años de dictadura perfecta
del PRI, así como los 12 años de panismo, en los que se desató una vorágine de violencia.
Ahora bien, lo qué creo que tendríamos que entender quienes pertenecemos a los sectores
populares es que a partir de ahora lo que suceda no solo compete al nuevo gobierno de la 4T. La
organización popular y la movilización entorno a demandas puntales serán imprescindibles para
evitar que Morena impulse solo aquellas propuestas que crea plausibles o se sumerja en la
parálisis del respeto a los “tiempos”.
Los tiempos en política son importantes, como señala Obrador. Pero, no menos cierto es
que hay demandas que para concretarse ameritan audacia. Este es el caso de la Reforma
Judicial, que es necesaria para evitar los vetos e intervenciones de una Suprema Corte alineada
con los intereses de ciertas elites políticas y económicas. En la medida en que esto se así, tendrá
que ser apoyada por las mayorías populares.
No obstante, existen otras iniciativas que están vinculadas más directamente a los
intereses de estos sectores. Entre ellas se encuentran, por ejemplo, reformas constitucionales
para tener: una semana laboral de 40 horas sin reducción salarial; una escala móvil de
salarios, que permita a cada hogar tener un ingreso de al menos $15 mil pesos mensuales para
superar la línea de pobreza; o una política de pensiones que aseguré pagos del 100% para
quienes ganan menos de $16 mil pesos (la media de ingresos de trabajadores afiliados al IMSS).
Todas estas reformas son fundamentales, han sido enarboladas por actores sociales y algunas
están contenidas en el plan de gobierno de Claudia Sheinbaum. De modo, que es preciso
apoyarlas desde el inicio, a la par de la Reforma al Poder Judicial.
Como no es posible supeditar la propuesta de esas medias necesarias a las buenas
intenciones de un gobierno que está sometido a distintas presiones (internas y externas) y que
en el pasado reciente ha impulsado los intereses populares de forma muy parcial, es preciso que
el principal beneficiario de estas reformas, es decir el pueblo trabajador, se organice y las
impulse mediante campañas y movilizaciones populares que abarquen barrios, escuelas y
centros de trabajo.
Esta, además, es una manera de blindar las acciones gubernamentales ante los ataques y
vetos de los poderes fácticos. Pues, si las mayorías impulsan las reformas, esos poderes no
tendrán más que aceptarlas, como ya aceptaron los resultados electorales.
De no hacerlo, quedaremos a la expensa de las buenas intenciones y el sentido de
oportunidad de un gobierno que no cesa de recibir presiones y de unas elites que nunca han
concedido ninguna mejora a las mayorías. Desde ahora, el balón está del lado de la cancha de las
mayorías populares.