El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Sólo cuando el último árbol este muerto, el último río envenenado, el último pez atrapado, te darás cuenta que no puedes comer dinero.
Proverbio indoamericano
Hace unos días me impresionó profundamente una noticia: las llamas alcanzaron
la cumbre de nuestro Bernal, emblema de identidad de Tamaulipas en muchos
sentidos. Se dice que fue un rayo la causa del incendio. Las fotos publicadas en
redes son impactantes. El Bernal de Horcasitas, alguna vez volcán a decir de
algunos conocedores; se volvió a ver, muchísimos años después, coronado por el
fuego. Y los naturalistas refieren no haber antecedentes de algo similar en más de
un siglo. Al respecto, el gobernador Alejandro Prieto mencionó que la cúspide del
Bernal se vio iluminada por las llamas por última vez en abril de 1857.
En su interesante libro Historia, Geografía y Estadística de Tamaulipas, donde por
cierto nos cuenta la fascinante aventura de su escalada a la cima del Bernal en
1872, el ingeniero Prieto hace conjeturas acerca del incendio de 1857, infiriendo
entre las causas algún resquicio de lava volcánica, combustión de materias
subterráneas inflamables, la electricidad de un rayo o la propagación de un fuego
extraño. Las noticias de hace unos días aseguran que las llamas vinieron de una
tormenta eléctrica en seco, pues así dieron testimonio los lugareños. El caso es
que los incendios en el Bernal no son algo común, ni frecuente y algunos
apocalípticos ya hablan de señales del cielo.
Y hablando del cielo, nuestra invaluable Reserva de la Biósfera El Cielo, emblema
igualmente de la riqueza natural en nuestro territorio, tiene también un incendio
activo desde hace casi dos semanas. Por fortuna, en el Bernal sólo duró unos
días, pues la movilización de voluntarios e instituciones fue rápida y efectiva. En la
Biósfera es más complejo. Las imágenes son desoladoras. Pues las llamas no han
podido ser mitigadas, pese a los esfuerzos de voluntarios y brigadistas de diversas
corporaciones. Impresionante el despliegue de elementos de la Guardia Nacional
para llegar por vía aérea a los puntos casi inaccesibles de la bellísima sierra.
Elementos de Conafor, Seduma, Protección Civil y la Guardia Estatal también se
han sumado a la complicada tarea, según me entero. Seguramente hay muchos
más. Es verdaderamente conmovedor ver cómo arriesgan su vida tantas personas
buscando apagar la lumbre en nuestro Cielo. Mis respetos especialmente para los
voluntarios, entre los que se cuentan los ejidatarios de la zona y organizaciones
civiles de mi Mante amado. Dignos de mencionar los integrantes del sitio Cielo
Gómez Farías, el Club 4 x 4 y los voluntarios Guillermo Sáinz Mansur, Mario
Álvarez, Laureano Vázquez y Luis Martínez, quienes además de trabajar en la
zona afectada, han promovido donaciones de víveres para las brigadas.
Todos esperando la lluvia, pues hace unas horas publicaron los voluntarios que el
viento complicó el incendio al brincarse una brecha, provocando así el avance del
fuego hacia una de los espacios más valiosos de la reserva, el llamado Bosque de
Niebla, un tesoro ecológico reconocido internacionalmente. Lo leo y me duele el
alma al imaginar los enormes pinos, las flores, los arbustos que alguna vez conocí
junto a uno de mis maestros cuando estudiaba agronomía. Además no podemos
olvidar que son contadísimos los lugares del mundo con las características
ambientales de la Biósfera El Cielo. Ojalá los valerosos brigadistas logren detener
el avance, ojalá las señales del cielo vengan con nubes cargadas de lluvia para
todo Tamaulipas.
Porque si de señales hemos de hablar, la naturaleza nos está dando bastantes
para reflexionar. Y no se necesita ser gurú para verlo. La escasez de agua en el
sur del estado no la hubiéramos imaginado ni en las peores pesadillas. Más bien,
los expertos preveían grandes y graves inundaciones en la región, pero una
sequía de tales dimensiones no la vimos venir. En esta Victoria lo hemos padecido
ya muchos años, pero no como la cuentan en el sólido sur. Y lo más triste es que
no hacemos conciencia, pues aquí, allá y acullá, se sigue con las malas prácticas:
consumismo, contaminación, desperdicio, depredación. Muchas personas
cortando árboles inconscientemente, en lugar de plantar más, sin reconocer que la
flora es parte fundamental del ciclo de la necesaria lluvia.
Mientras escribo pienso en lo mucho que pudiéramos lograr si como los
voluntarios en los incendios, todos los tamaulipecos hiciéramos algo, por pequeño
o grande, para mitigar el terrible y desolador panorama ecológico global. Mientras
escribo pienso en la joven Carolina Madai quien en su natal San Fernando no se
cansa de plantar árboles y flores para mejorar el entorno y fomentar la autoestima
colectiva. Pero son muy pocos todavía los valerosos grupos y ciudadanos como
ella. Entre los más de tres millones de habitantes, son escasísimos quienes
desinteresadamente trabajan por el bienestar ambiental y por tanto, social.
En suma. No queremos ser apocalípticos pero los escenarios son de terror y es
necesario ser humildes ante la grandeza ambiental para entender que la
naturaleza siempre podrá renovarse. Somos los humanos quienes corremos el
más grave peligro. Pensemos en nuestros niños y actuemos con urgencia. Nos va
el futuro en ello.