Por Libertad García Cabriales
La lluvia es gracia. Es el cielo que desciende a la tierra.
John Updicke
Muchos poetas han cantado a la lluvia. Y no es para menos. El agua del cielo ha
sido siempre un fenómeno asombroso. Desde tiempos inmemoriales, los primeros
pobladores de la tierra se aterraban y sorprendían ante los vaivenes del clima. Los
truenos, centellas, los eclipses y por supuesto las lluvias torrenciales que desde
entonces han sido las más grandes bendiciones para la vida de los humanos.
Porque sin lluvia no hay ciclos vitales fundamentales para la sobrevivencia. El
agua hace germinar la semilla que ha sostenido a todos los seres vivos por
milenios. Ya lo decía el naturalista Henry Beston: el de la lluvia es uno de los tres
grandes sonidos elementales de la naturaleza.
El sonido, el aroma, el reverdecer infinito, las bendecidas cosechas. No
acabaríamos de nombrar las bondades y la inspiración provocada por la lluvia.
Incluida la melancolía, esa nostalgia de las gotas como lágrimas en el canto y la
poesía. “Esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú”, hemos repetido
muchos con Manzanero. Y luego la palabra del gran Prévert: “Y se fue bajo la
lluvia, sin una palabra, sin mirarme. Y yo tomé mis rostro entre las manos y lloré”.
Lluvia y llanto. Metáfora repetida entre poetas y enamorados. Así el buen Quirarte
que bautizó con agua un libro memorable: El peatón es asunto de la lluvia. Todos
somos asunto de la lluvia.
Y no podía Borges dejar a la lluvia sin poesía: “Bruscamente la tarde se ha
aclarado. Porque ya cae la lluvia minuciosa. Cae o cayó. La lluvia es una cosa que
sin duda sucede en el pasado”. No terminaría de citar a los inspirados hombres y
también mujeres motivados por la lluvia. La poeta Nobel por ejemplo que pide el
cese del agua ante los ríos crecidos y desbordados: ¡Al Arca! nos invita Wislawa
con su poema. Pienso en todos ellos, poetas y poemas, mientras la lluvia canta en
mis oídos. Y no todo es pura dicha, por supuesto; hubo que ponerle cubetas a las
goteras y en algunas casas y poblaciones padecieron mucho más, pues también
las aguas desbordan lo previsto. Porque también surgen enfermedades, baches,
socavones y calles intransitables, comunidades inundadas. Gente a la que le
llueve sobre mojado. Tenemos sentimientos encontrados ante ciertos sucesos,
pero sin pérdidas humanas, a Dios gracias.
Y después de años de sequías, nos llegó la lluvia; llenó nuestros ríos, abasteció
las presas, reverdeció jardines, inundó las cascadas y nuestra madre sierra está la
más bonita. Por fortuna además, apagó los incendios en diversos puntos del
territorio. Bastante falta hacía e inauguró el verano con felices augurios. Ahora
viene lo bueno. Esperar las cosechas, pero también cuidar y hacer conciencia. La
terrible escasez del líquido vital, los calores extremos son una lección que no se
acaba. El daño ya está hecho. Revertirlo es difícil, pero no imposible. De nosotros
depende. Para tener años con lluvias, debemos aprovechar y hacer la siembra.
Árboles y conciencia. El ciclo de la lluvia es prodigioso, pero los humanos
necesitamos cuidar el potencial, respetar, ser humildes, reconocer que nada
somos sin la naturaleza.
Y la lluvia también lava, limpia. Y no sólo a la tierra. También a nosotros. Está
comprobado. El agua del cielo mejora los ecosistemas y nos brinda bienestar
físico y emocional. Contribuye en la calidad del aire y del agua y también alivia el
estrés, la tensión y la ansiedad acumulada, sobre todo en temporadas de excesivo
calor. Algunos sicólogos incluso hablan de cómo la lluvia es capaz de purificar los
pensamientos y sentimientos de las personas. Limpiar nuestro ser. El sólo aroma
que provocan las gotas al caer (llamado petricor) es un estimulante asociado con
la disminución del estrés y el aumento de la alegría.
Cantemos ahora bajo la lluvia. Demos gracias al cielo, celebremos que la fiesta de
San Juan llegó con agua y podremos sembrar y plantar la semilla y los árboles,
esperanza verde para todos. ¡Llueve, llueve!, diría Cri-Cri y eso alegra las almas.
Tal vez algunos piensen que estos no son tiempos para fiesta. Pero bien decía
Steve Allen “la vida no se trata de esperar a que pase la tormenta, sino de
aprender a cantar bajo la lluvia”.