Por Guadalupe Correa-Cabrera
Este pasado 23 de mayo se publicó un reportaje en el diario The Washington Post titulado “Cómo los carteles mexicanos infiltraron el negocio de la tortilla” (How Mexico’s cartels infiltrated the tortilla business) firmado por Mary Beth Sheridan, Lorena Ríos y Fred Ramos. Con un título muy sugestivo, el reportaje muestra un panorama extremadamente desolador en lo que se refiere a la situación actual de inseguridad y violencia en México, y se enfoca en el tema de la extorsión y en la industria de la tortilla. Escrito quizás principalmente para un público estadounidense preocupado por los tacos y los nachos que tanto les gustan y que están elaborados con tortillas de maíz (corn tortillas en inglés), el reportaje hace una radiografía de lo que, bajo la lógica de quienes lo escriben, constituye el creciente control de los mal-denominados “carteles” sobre gran parte del territorio y áreas clave de la vida del país. La idea central del texto es que los “carteles mexicanos se expanden más allá de las drogas, creando amplias redes de extorsión”. Estas últimas, según lo reportado en el influyente diario, afectan de manera inusitada a múltiples negocios e industrias en México, incluyendo a los productores de tortillas de maíz.
Al igual que a través de los múltiples reportajes sobre los carteles mexicanos y el aguacate—utilizado para elaborar el guacamole que degustan muchos estadounidenses en la cocina TexMex, restaurantes mexicanos y en tiempos del “Super Bowl”, con este nuevo artículo en la prensa internacional se consolida la idea del poder apabullante que supuestamente tiene el “narco” en todas las áreas de la vida de México y gran parte de su territorio. Esta narrativa ha llevado a pensar a muchos que México se ha convertido en una especie de “narcoestado” gobernado por un “narcopresidente” y donde las autoridades de todos niveles están coludidas con narcotraficantes. La problemática que delinea el nuevo reportaje del Washington Post es escalofriante y refleja una situación en la cual el narco se ha infiltrado en todo, ahora incluso en la industria de la tortilla, que es un alimento emblemático de la cultura mexicana. Esta idea parece provenir directamente desde una óptica estadounidense cuyo estereotipo del mexicano va ciertamente acompañado de la imagen de este producto.
En general, es posible decir que la cobertura de este medio sobre el tema es más bien desafortunada pues contribuye a una narrativa que no le hace nada bien a México y que mezcla “peras con manzanas”, mostrando poco rigor y falta de conocimiento sobre la compleja configuración del panorama criminal en México. Con esto no decimos que en México se viva un clima de paz y seguridad o que en el país no existen amplias redes de extorsión que afectan a un sinfín de negocios micro y pequeños en su mayoría. La grave situación de inseguridad en México es una realidad y la delincuencia organizada (no necesariamente toda vinculada al narco) va ganando espacios al cobijo de autoridades gubernamentales de distintos niveles.
El tema del narcotráfico, por un lado, y la delincuencia organizada en sus múltiples facetas y dimensiones, por el otro, constituyen un flagelo insuperable hasta la fecha en nuestro país. México vive una era muy difícil en términos de violencia e inseguridad, así como de la extensión y capacidad de la delincuencia organizada. Durante todo este siglo, las redes criminales controlan cada vez más actividades, extienden sus capacidades en múltiples territorios, al tiempo en que se adaptan y se transforman para abarcar cada vez más espacios. Nadie puede negar los múltiples homicidios, las desapariciones, secuestros y extorsiones que afectan de forma apabullante a la sociedad mexicana. Tampoco puede negarse el hecho de que ninguna de las administraciones en México en el presente siglo ha hecho frente a esta problemática de manera exitosa.
El artículo en el Washington Post, como es de esperarse en un medio tan influyente y de tanto prestigio, no parece presentar datos falsos o información sin verificar, proveniente de fuentes poco serias o de dudosa calidad. De ninguna manera. Lo que sí hace este reportaje es, como de costumbre—y a la par de lo que hacen otros medios del llamado “mainstream”, así como periodistas, académicos y comentócratas (angloamericanos en su mayoría) trabajando para grandes corporaciones e instituciones con centros de operación en lo que llaman el Norte Global—presentar una realidad a medias sin explicar la complejidad del mundo criminal en México, ni la responsabilidad compartida o concentrada en ciertos espacios de poder real dentro y sobre todo fuera del país.
El artículo del Washington Post sobre “las tortillas y los carteles” presenta una situación en la que pareciera ser que toda la violencia e inseguridad en México tiene su base u origen en el narcotráfico—enemigo fundamental de Estados Unidos. Esto, de hecho, no es totalmente cierto. Además, según esta narrativa, pareciera no haber solución a nivel interno/nacional para acabar con la violencia en el país dada la podredumbre de un sistema político y social anclado en una cuestión que incluso se antoja cultural y propia del mexicano. Los clichés y las medias verdades, sin matiz y sin una explicación rigurosa sobre el tema de las redes de extorsión en México contribuyen a alimentar una narrativa muy peligrosa para nuestro país, en un momento muy delicado de definiciones políticas en Estados Unidos. Esto sucede en vísperas de un complejo proceso electoral en el vecino país del norte, en el cual se vislumbra la posibilidad de que triunfe el trumpismo—o movimiento de América Primero (“America First”) encabezado por Donald J. Trump.
Con esta narrativa del narco, reforzada a través de la cobertura de los grandes medios estadounidenses, se apoya al mismo tiempo la retórica de un proyecto político con amplias posibilidades de ser exitoso en el proceso electoral venidero. Dicha retórica tiene como una de sus piedras angulares la confrontación con México en base a lo que ocurre en la frontera con la migración indocumentada y el narcotráfico. En efecto, el trumpismo, mediante múltiples voces en el partido republicano—y, por su puesto, sin una argumentación racional que haga sentido—ha llegado a poner sobre la mesa la propuesta del envío de tropas estadounidenses a territorio mexicano para enfrentar a los temibles carteles que se encuentran fuera de control y que parecen estar apoyados por todas las autoridades mexicanas. El reportaje del Washington Post sobre las tortillas y los carteles contribuye (“sin querer” supuestamente) a confirmar la narrativa de los “bad hombres” de Trump y ayudaría ciertamente a justificar lo que algunos han llamado una “guerra contra los carteles” que implicaría la intervención militar en México.
El reportaje del Washington Post sobre las corn tortillas no es el único en su tipo, es decir, no es el único que utiliza el concepto de cartel y el tema del narcotráfico de forma facciosa y sin rigor al mezclar todo tipo de datos sobre violencia y control territorial del narco en una misma historia. Por ejemplo, el reportaje establece que por lo menos el 15% de las tortillerías en México sufren extorsión y pagan cuotas a los carteles, lo cual impacta de manera significativa el precio de este producto. Además, mezcla estos datos con los 12 mil millones de dólares (12 billion en inglés) que supuestamente ganan los carteles al año por venta de drogas según estimaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) y también con la cifra del 88% de los migrantes mexicanos entrevistados por la Kino Border Initiative que supuestamente dejan el país por temas de violencia e inseguridad. Estos datos presentan un panorama escalofriante que no parece distar mucho de la realidad. Sin embargo, las metodologías utilizadas por las fuentes autorizadas (y de prestigio) que utiliza el Washington Post dejan bastante que desear—si uno las revisa con cuidado—y quizás no puedan extrapolarse para representar de forma exacta la realidad nacional.
Mayor rigor se antoja en un artículo de un medio tan prestigioso como este. Esperaríamos menos generalizaciones y una explicación diferenciada de los distintos niveles de violencia y negocios criminales que existen en México. No toda la violencia que se registra en México se puede atribuir al narco o los carteles de la droga. El panorama criminal en México es demasiado complejo y en este tipo de historias no se refleja dicha complejidad. Cabe destacar también que el reportaje de referencia retoma el tema del narco en sus diferentes secciones, e incluso se refiere directamente al Cartel de Sinaloa, al Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y a capos como Joaquín (“El Chapo”) Guzmán y el fallecido Arturo Beltrán Leyva (alias “El Jefe de Jefes”).
Hace falta entender que estas agrupaciones criminales no son carteles en sentido formal, son en realidad redes o franquicias criminales que no se explican enfocándonos en los capos de la droga como en las series de Netflix. Este tipo de reportajes me recuerdan a los reportes anuales del Departamento de Seguridad Pública (DPS por sus siglas en inglés) de Texas encabezado por Steven McCraw, los cuales mezclan todo tipo de datos sobre criminalidad y migración indocumentada o irregular para presentar la idea falaz de que la inseguridad y la violencia en el estado de Texas se explican mayormente por la inmigración “ilegal” (como llaman ellos).
En la presente historia, el objetivo son los carteles y el Estado Mexicano, aparentemente infiltrado—casi en su totalidad—por el narco. Recordemos que el tema del narcotráfico, particularmente ahora con la “crisis del fentanilo”, es para Estados Unidos un tema de seguridad nacional y una prioridad. Recordemos también que la “guerra contra el narco” estadounidense parece ser aprovechada con fines geopolíticos y de control geoestratégico desde el siglo pasado cuando la declaró Richard Nixon (en 1972). Autores varios plantean esta idea con rigor (e.g., Paley 2014; Zavala 2018 y 2022, Mastrogiovanni 2014, y otros) y hacen una crítica justa de reportajes como el de referencia.
La cobertura del Washington Post, aunada a los recientes reportajes de otros medios mainstream como el New York Times, la Deutsche Welle (DW) y otros, reportes de la DEA y otras agencias estadounidenses, así como algunos think tanks que se enfocan en los supuestos vínculos (aún sin pruebas) entre el narco y el actual presidente de México, no sólo refuerza la narrativa de la alianza opositora mexicana en tiempos de elecciones, pero también—y de manera muy especial—la retórica trumpista de aquí a las elecciones de noviembre y más allá. Todo lo anterior, aunado a las series de Netflix o Telemundo y las películas de Hollywood sobre lo que todos denominan carteles, coloca a México en una posición muy delicada en la cual la intervención estadounidense en territorio mexicano, con aquello del tema del narco, la crisis del fentanilo y la agenda trumpista, no dista mucho de volverse realidad.
Quizás nos equivoquemos, pero recomiendo la lectura de dos libros del profesor Oswaldo Zavala: Los Carteles No Existen (Malpaso 2018) y La Guerra en las Palabras (Debate 2022), los cuales explican a cabalidad la construcción y los objetivos de una narrativa facciosa basada en el tema del narco, que es para Estados Unidos un tema de seguridad nacional y pareciera ser un instrumento geopolítico o de control geoestratégico, bajo ciertas condiciones. No extraña entonces el papel de la prensa internacional en el reforzamiento de las ideas de que Mexico es un “narcoestado”, que los carteles debieran denominarse organizaciones terroristas internaciones y que en el país gobierna un “narcopresidente” que será relevado por una “narcocandidata”—no obstante las buenas relaciones de México con su vecino del norte. Este doble discurso centrado en el concepto del narco no es nuevo; la retórica facciosa de la que hablamos lleva ya décadas construyéndose. El trumpismo hará un uso adecuado de la misma; de eso, no hay duda.