Por Carla Huidobro
En los recovecos de esta era tumultuosa, los veinte se despliegan como un paisaje de contradicciones, donde las sombras y la luz juegan a las escondidas en el alma. Es un tiempo de búsqueda incansable, un momento de interrogantes que flotan en el aire, tan palpables como el suspiro de la noche. Aquí estoy, navegando en el mar tempestuoso de la incertidumbre, donde cada ola es una decisión, cada corriente, un camino por descubrir.
La crisis de los veinte, ese puente suspendido entre la inocencia perdida y la sabiduría aún no encontrada, se torna en el escenario de mis días. Los sueños, esas criaturas etéreas y salvajes, se mezclan con la realidad hasta que no puedo distinguir dónde termina uno y comienza la otra. Las palabras de amor, de deseo, de miedo y de esperanza se entrelazan en un tejido fino y complejo, dibujando en mi alma el mapa de una existencia que busca, incansable, su propio significado.
En este laberinto, cada paso hacia adelante parece acompañado de dos hacia atrás. La luz al final del túnel a veces parece un faro, otras, una ilusión óptica. Pero es en este caos, en esta tormenta de ser y no ser, donde poco a poco, se va gestando la esencia de quien soy. Porque en la crisis, en el cuestionamiento, en el dolor y en la belleza de este desorden, hay también una promesa silenciosa de renacimiento. Aquí, en el umbral de los veinte, me encuentro conmigo misma, en una danza eterna entre la sombra y la luz, aprendiendo a ser.