Por Carla Huidobro
En las grietas del tiempo, donde los recuerdos se desvanecen como el humo entre los dedos, vuelves. Ahorita, en este instante suspendido entre lo que fue y lo que será, te encuentras de nuevo en la encrucijada de los sueños. No es la nostalgia lo que te trae de vuelta, sino esa sed insaciable de sentir, de vivir con la intensidad de un niño que descubre el mundo por primera vez. Cada vez que regresas, es un intento desesperado por recuperar esa sensación efímera, esa alegría pura e incontaminada que una vez llenó tu ser.
Es un deseo mudo, un anhelo profundo que se esconde en lo más recóndito de tu alma. Quieres volver a sentir lo indescriptible, a experimentar el asombro frente a lo cotidiano, a mirar el cielo y encontrar universos en cada estrella, a sentir el viento como un mensaje cifrado que solo tú puedes descifrar. Pero el tiempo es un río que fluye sin cesar, y con cada intento, te alejas más de ese mundo perdido.
Aun así, persistes, guiado por la esperanza de que, en algún recoveco olvidado de tu memoria, puedas volver a encontrarte con ese niño que fuiste. Y en ese reencuentro, quizás, solo quizás, puedas volver a sentir la plenitud de vivir sin miedos, sin reservas, con el corazón abierto al asombro y la maravilla de la existencia. Porque ahorita, en este preciso momento, es todo lo que deseas: volver a sentir lo que sentías cuando todo era nuevo, cuando cada día era una aventura, y cada noche, un misterio por descubrir.