El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Para todas quienes cada mañana construyen el mundo con su corazón
Este año, la conmemoración del Día Internacional de la Mujer será distinta. Por
primera vez en la historia, tenemos la altísima posibilidad de ganar la más alta
responsabilidad del país para una mujer. Porque si no sucede algo imprevisto, el
próximo mes de junio elegiremos a la presidenta que gobernará México durante
seis años. Se dice fácil, pero el camino recorrido ha sido largo y muy complejo.
Confieso. Nunca creí vivir para ver una contienda como esta. En un país todavía
machista, hasta hace poco parecía sólo una bella utopía.
Pero es verdad. Estamos al borde, es decir, muy cerca de una victoria que será de
todas. De quienes antecedieron la larga lucha y de cada una de las mujeres
mexicanas ahora sacando la casta todos los días para construir este país con
manos, mente y corazón. Porque algo debemos tener muy claro. Ninguna
candidata en este 2024, ni a la Presidencia de la República, ni a las senadurías, ni
a las diputaciones, ni a las alcaldías, llega sólo por sus méritos, sino por el apoyo y
el trabajo de muchísimas mujeres que antes y ahora, han sido sostenes
fundamentales en la búsqueda de la equidad. Qué nadie lo olvide.
El logro es extraordinario y debemos estar muy orgullosas. Un enorme cambio que
esperamos nos traiga también pequeños grandes cambios en la forma de ver,
tratar, respetar y dar oportunidades a todas las mexicanas. Porque si bien no
podemos soslayar los avances, todavía hay muchas asignaturas pendientes en la
agenda femenina. Y una mujer en la Silla del Águila no borrará de un plumazo
siglos de machismo. El reto es de todos, hombres y mujeres unidos con plena
conciencia de una realidad violenta e injusta en muchos sentidos para gran parte
de las mujeres mexicanas.
Así las cosas en esta florecida semana de marzo, cuando nos unimos a las
conmemoraciones internacionales, mientras los políticos en campaña ya afinan
encendidos discursos “feministas” declarando lo que no practican ni en su casa.
En tiempos de multicitados acosos, donde han sido exhibidos hasta quienes
parecían más virtuosos, las mujeres ya no se contentan con buen verbo y una
rosa, pues muchísimas han alzado su voz para decir basta al ultraje, la inequidad
y las injusticias repetidas.
Gravísimo, pero no es todo. Los feminicidios en el mundo siguen reflejando lo peor
del odio machista hacia las mujeres en una de sus más dañinas expresiones.
Cifras de escándalo que van más allá de los números para ser parte de muy
dolorosas historias de vida. No podemos olvidar que los crímenes más brutales,
más crueles, son los perpetrados contra las mujeres. “El machismo mata”, dicen
bien los grupos de mujeres organizadas. Un macho, lo mismo en casa o en la
calle, es un violento en potencia, un pobre hombre acomplejado e inseguro de su
virilidad, pero capaz de las más temibles acciones, física y emocionalmente.
Y es en casa donde se siembra el machismo o la igualdad. Y muchas veces
somos las mujeres quienes reproducimos esquemas de discriminación al exigirles
a las hijas tareas domésticas, sin pedirles lo mismo a los hijos. En un reciente
estudio se demostró que las mujeres hacemos más del 75% del trabajo doméstico,
incluyendo la crianza y las atenciones a la familia toda. Porque somos nosotras
quienes dedicamos la mayor parte de nuestra vida a la construcción de la familia.
Una tarea ardua, cotidiana, sin tregua, una tarea donde el querer deriva en poder,
porque no hay obstáculo que el amor no supere. Pero a pesar de ser muy
importante, porque las mujeres formamos en casa el capital social de una nación,
no es un quehacer reconocido en su justa dimensión.
Y escribo la palabra mujer y pienso en mi amada madre, que aun dentro de un
entorno machista, nos formó a 5 mujeres, rodeadas de libros y libres para elegir
nuestro destino. Y recuerdo a mi añorado padre, quien nos regaló una infancia
feliz y oportunidades de estudio, respetando más tarde mi elección de una carrera
considerada “para hombres” y yo arriba del tractor, no sin miedo; pero dispuesta a
luchar como muchas mujeres, por lo que elegí. Con todo, y pese a las todavía
imperantes desigualdades, las mujeres seguimos trabajando dobles y triples
jornadas; en casa, en el trabajo y hasta en la comunidad. Mujeres que en su
mayoría, no tendrán nunca candidaturas ni grandes protagonismos públicos, pero
se reconocen en su poder femenino con amor y dignidad. Esas mujeres anónimas,
llevando a su niño de la mano a la escuela, esas madres llorando a sus hijos
desaparecidos, esas mujeres entregando su corazón en el cuidado diario, esas
luchadoras dando la batalla diaria por la equidad, son quienes están cambiando el
mundo.
En suma, agradecemos los avances y celebramos saber que muy pronto
tendremos en México a una mujer preparada, eficaz y valerosa en la Presidencia
de la República. Y eso es una victoria para todas. Ojalá las féminas que lleguen a
los puestos de elección popular en esta contienda, estén a la altura del reto y no
nos traicionen. Nos va el futuro en ello.