El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Sólo quien se empeña en conocerse por dentro puede disfrutar de su verdadera
esencia, y por lo tanto, de la vida.
Xavier Guix
Los tiempos actuales han convertido como nunca a la apariencia en un gran
negocio. Y no es que antes no hubiera interés, pero el surgimiento de las nuevas
tecnologías aumentó de forma exponencial el papel de la apariencia en todos
lados. No sólo en las mujeres, no sólo en los jóvenes, no sólo en las celebridades,
no sólo en los políticos; pues si algo hay democrático es el acceso a las redes
sociales. Hasta en los lugares más remotos o marginados hay celulares y por lo
tanto fotos, exhibición, morbo, apariencia.
Basta ver en qué manos están las mayores fortunas del mundo y sabrá usted por
donde masca la iguana. Los amos de la tecnología y los grandes marchantes de
ropa están en todas las listas de súper millonarios en el mundo. Amancio Ortega
con su “fast fashion” que vende como pan caliente sus prendas en su cadena
internacional de tiendas y los magnates tecnológicos apellidados Musk, Bezos,
Gates, Zuckerberg, Buffet y otros, quienes con sus empresas han sabido potenciar
las humanas ganas de tener cinco minutos de fama. ¿Quién tira la primera piedra
en esta locura donde parece ganarle la apariencia a la esencia?
Ya lo dicen los expertos, antes se buscaba identidad a través de la ropa, ahora ya
no es ser, sino parecer lo que cuenta. Pura apariencia. Y el devaneo no tiene
distingos. Para todos los bolsillos hay oferta. Y si no hay liquidez, ahí están las
tiendas dando créditos para comprar ropa y celulares pagando por semana. Para
eso también tenemos los magnates mexicanos. Slim, Salinas Pliego y compañía.
Siempre hay cerca una tienda, una tecla para oprimir, comprar lo que se antoje y
después aparecer en redes para ser vistos por los “amigos”. Y si no les gusta,
pues ahí están los filtros y efectos para verse como estrellas de cine. Pura
apariencia.
Y la apariencia no está solo en la ropa. También es un tema de conducta. Los
políticos son maestros. Cuántos de ellos aparentando tener matrimonios perfectos,
ser buenos cristianos, padres amorosos, cuando se sabe todo lo contrario. Porque
las apariencias ya no engañan fácilmente, pues también hemos aprendido a
detectar las monas y monos vestidos de seda Y no sólo en los políticos. Las redes
sociales muestran cotidianamente este afán de muchos por mantener las
apariencias a través de fotos de familias y cuerpos perfectos en constante
competencia. No se me olvida la jovencita que dejó de comer para presionar a sus
padres a comprarle una bolsa como la de una amiga que subió a instagram.
Vivimos en un mundo de mucha apariencia y sustraerse a ello resulta muy
complejo porque todo un sistema nos envuelve.
Buscar la esencia entre este vendaval no parece fácil. Pero se puede. Porque lo
esencial casi siempre está cerca y no lo vemos, no lo sentimos. En estos días,
cuando se recuerda la muerte y resurrección de Jesucristo, es la esencia de lo
humano lo que se manifiesta: amor al prójimo, perdón, humildad, solidaridad. Eso
es lo que verdaderamente trasciende. No el mejor viaje, ni la mejor casa o marca,
ni el número de seguidores en redes, ni el efímero poder político. La esencia está
dentro de nosotros, sabiéndonos imperfectos, falibles, mortales; pero buscando
siempre hacer la parte que nos toca para mejorar este mundo plagado de violencia
y apariencia.
Todos podemos. Cada día una buena acción por pequeña que sea. Dar amor para
empezar. Ahí está la esencia en el mensaje del hijo de Dios. No en la hipocresía
de los “sepulcros blanqueados” que como en el tiempo de Jesús, siguen
vendiendo sus mentiras. Lo esencial está en lo profundo del ser y cuando lo
descubrimos la vida cobra sentido, pese a todas las adversidades, las piedras del
camino. Mientras escribo pienso en el mensaje que esta semana nos une a tantos
seres humanos. La resurrección como enseñanza para todos. Renacer a la
esencia del amor y de la vida buena, la que no se compra con dinero ni requiere
presumirse en las redes.
Es Semana Santa y mucho ayudaría en estos tiempos de violencia y apariencia,
enseñarles a nuestros niños los fundamentos del pensamiento cristiano. Parábolas
que han trascendido el tiempo y el espacio sin perder su esencia. Palabras que
pueden parecer complicadas si se leen en los libros sagrados, pero se reducen a
algo muy sencillo: “amarse los unos a los otros”. Si esto sucediera, no
necesitaríamos nada más para vivir en armonía. Si el motor de nuestro quehacer
fuera el amor, las cosas serían muy distintas. Finalmente, la resurrección es el
triunfo del amor y de la vida sobre la muerte.
¡Felices pascuas!