El jardín de la libertad por Libertad García Cabriales
Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando
Tagore
Conocido y hasta reverenciado como “todopoderoso sindicalista”, la democrática
parca se lo llevó igual que a cualquiera. La nota está en todos los medios
nacionales y hasta en varios internacionales. El corazón del eterno líder petrolero
se detuvo hace unos días y ante la muerte, de nada le sirvieron ni el poder
desmedido, ni la colección de relojes y carros, ni las millonarias cuentas, ni las
propiedades, ni los incontables privilegios. No hubo palanca que le valiera a quien
fue alguna vez chofer de pipa nacido en Tampico y considerado por muchos como
uno de los más conspicuos representantes de la corrupción nacional. Y por
desgracia, también de la impunidad.
No es de ese tamaulipeco de quien escribo hoy; ya bastantes vergüenzas hemos
tenido en esta heroica para añadirle más tinta negra. Ojalá la justicia hubiera
inclinado la balanza en vida. Ojalá quienes padecieron arbitrariedades, pudieran
ser recompensados, porque es obvio que el dinero ganado en corrupción se
pierde en bienestar social. Pero no voy a darle más espacio. Seguro habrá quien
quiera contar la historia, hacer una novela o una película con su vida de excesos.
Yo quiero hablar de otro corazón tamaulipeco, de uno que habiendo dejado de latir
hace unos años, sigue siendo referente de lucidez, valor, dignidad, perseverancia
y honradez a toda prueba: el doctor Ramiro Iglesias Leal. Una eminencia.
Nacido en Santa Rosalía, una pequeña comunidad rural del municipio de Camargo
Tamaulipas; Ramiro Iglesias desde pequeño demostró tener sed de conocimiento
y un corazón abierto al servicio. Es proverbial la anécdota contada por el ex
gobernador Marte R Gómez en sus cartas, al recordarle al general Lázaro
Cárdenas en una misiva, cuando Ramiro casi niño le pidió al entonces Presidente
de la República en una visita a Camargo, apoyo para seguir estudiando, pues lo
más que había logrado para seguir en la escuela era cursar tres veces el cuarto
año de primaria. Lázaro Cárdenas giró instrucciones inmediatas para ingresarlo en
la reconocida Escuela de Tamatán, después vino un breve paso por una
vocacional en Tampico y luego al Politécnico Nacional, donde además reorientó su
vocación de servicio para pensar en la medicina y no en la agronomía como
primero había considerado.
Así llegó a la UNAM a cursar la carrera de médico. Es importante destacar que
desde su arribo a la gran ciudad, el estudiante contó con una mensualidad y el
pago de sus libros por parte del ingeniero Marte R Gómez. A cambio solamente de
buenas notas, pidió el generoso mecenas. Y el joven Iglesias superó con creces
las expectativas con las más altas calificaciones. Un hijo del ejido, que supo portar
alas para volar alto y lejos como dijo bien Marte R. Gómez a Lázaro Cárdenas al enviarle en 1955, la tesis profesional del médico dedicada a ellos. Y no sólo eso,
solicitarles también apoyo para seguir preparándose en el extranjero.
El apoyo de los sensibles políticos que apostaban a la formación de profesionales
de excelencia fue fundamental; pero el empeño, la capacidad y el amor por el
saber del joven médico fueron definitivos en su ejemplar trayectoria. Con su título
de médico, Ramiro Iglesias se fue a Francia donde estudió Medicina Interna e
inició sus estudios del misterioso músculo cardiaco, para después cursar en el
prestigiado Instituto de Cardiología en Londres, su especialidad, que continuó en
el también reconocido Instituto Nacional de Cardiología en México, una de las
instituciones más cercanas a su corazón. Tanto que descartó una oportunidad en
la muy reconocida Clínica Mayo de Estados Unidos para ser parte de su equipo.
En ese contexto, la presencia y las lecciones del gran cardiólogo mexicano Ignacio
Chávez, fueron un gran impulso en su luminosa trayectoria.
Después vino el tiempo de la Medicina Aeroespacial, donde fue pionero y tuvo la
oportunidad histórica de ser el primer cardiólogo en interpretar un
electrocardiograma desde la órbita lunar en la Misión Apolo 8. Enorme honor y
responsabilidad, más sabiendo que la NASA, sólo le confía esas misiones a
grandes eminencias. Catedrático, investigador, autor de libros de medicina
aeroespacial y de teorías acerca del hombre cósmico, miembro de sociedades,
academias y consejos de gran prestigio, conferencista en diversos países,
científico multi-premiado; Don Ramiro Iglesias Leal construyó una trayectoria de
vida impresionante, pero ante todo fue un cardiólogo, un ser humano de gran
corazón. Tuve la inmensa fortuna de conocerlo y tratarlo, conversar con él,
escuchar acerca de su práctica médica, su filosofía de vida, su insaciable sed de
conocimiento, el amor por su tierra. Sonriente, discreto, honesto, humilde en su
ser y hacer pese a su sabiduría; nunca le vi un desplante de soberbia ni un mal
modo. Su ser era para la grandeza que pocos alcanzan.
En el año 2021, en plena pandemia, el corazón de Ramiro Iglesias dejó de latir
ahí en el hospital que tanto amo y sirvió. No tuvo homenajes ni ceremonias para
despedirlo como merecía. Hace unas semanas me enteré por su sobrina Isela que
habrá un homenaje organizado por el Gobierno Estatal este sábado 28 en el bello
Planetario que lleva su nombre. Un gusto saber que será presidido por el
Gobernador. Deber ser cosa del corazón pensé, de lenguaje entre cardiólogos.
Honrar honra, decía Martí. Reconocer como tamaulipecos a un grande que se
inspiró en su tierra para ser y hacer. Alguna vez lo dijo: “fueron los bellísimos
amaneceres, los trinos de las aves del campo, el esplendor de los cielos
estrellados de mi tierra natal, la fuerza de las tempestades, lo que movió mi mente
y mi alma”.
Estas letras son mi humilde homenaje. Sé que su corazón nos sigue hablando.