El jardín de la libertad Por Libertad García Cabriales
Por Libertad García Cabriales
A la memoria de Cecilia Montemayor Marín, por su ejemplo
A finales de los años cincuenta del siglo pasado, el ingeniero Rudecindo Montemayor García, recibió la invitación del Gobernador Norberto Treviño Zapata para hacerse cargo de la cartera de Fomento Agropecuario del estado. Radicado entonces en la Ciudad de México, el agrónomo acepta encantado la encomienda de volver a Tamaulipas. Hijo del también calificado ingeniero Rudecindo Montemayor Garza y nieto del político y hacendado Rudecindo Montemayor Martínez, nacido en Nuevo León, avecindado en Matamoros y más tarde alcalde de Victoria y Jaumave a finales del siglo XIX. Rudecindo nieto, formado en Chapingo y con experiencia en los asuntos de la tierra, se traslada a esta ciudad con su familia y se entrega con pasión al desarrollo de procesos agropecuarios, entre los que se cuenta su contribución como Consejero Técnico en la creación de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia en 1957.
Así llegó Cecilia Montemayor Marín a Victoria para encontrarse con su raigambre tamaulipeca. Nacida el siete de octubre de 1953, desde muy pequeña demostró su amor por la tierra y la gente, inspirada en su padre, el incansable ingeniero Rudecindo y en la sensibilidad de su madre, Doña Nohemí Marín. Y Cecilia creció entre los aromas rurales de Jaumave y Llera, rodeada de árboles y animales y viendo florecer pequeñas industrias productivas. De piel de porcelana y bellos ojos de mar, la conocí hace casi treinta años, cuando dirigía el Centro de Investigación Social de la UAT, fundado por ella misma a finales de los años ochenta. Dos cosas me impresionaron desde el primer momento: su amor a Tamaulipas, su amplio conocimiento y su generosidad para compartirlo.
En ese entonces, yo empezaba a trabajar en temas ambientales y sus consejos al respecto me fueron de gran utilidad. Después me fui enterando de su trayectoria en la Universidad Autónoma de Tamaulipas, de sus aportes como investigadora social y su especialización en diversos temas, pero sobre todo, conocí de cerca su amor por las comunidades, su apoyo al desarrollo con procesos para el bienestar de las personas. Su impresionante currículo es digno de mencionar: estudiante de Doctorado en Arquitectura con énfasis en vivienda, Doctora en Ciencias Agropecuarias, Maestría en Desarrollo Organizacional, Diplomado en Sexualidad Humana, Licenciatura en Trabajo Social, Especialidad en la Educación de personas con Trastornos de Audición y Lenguaje y Profesora de Jardín de Niños, su primer título otorgado en abril de 1979.
Porque sin duda Cecilia se distinguió por ser una mujer de estudio, de academia e investigación con líneas muy enfocadas a lo social. Así se especializó y trabajó intensamente en Áreas Naturales Protegidas, en Desarrollo Comunitario Urbano y Rural, en Ecoturismo y Turismo Rural, Comunitario, Alternativo y Familiar, en Educación Especial y Ambiental, en Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable, en Manejo Integral de Residuos Sólidos Domésticos y Municipales, Vivienda Rural, Migración y Género. Pero lo más significativo en su carrera, fueron los hechos, la sensibilidad y el talento para llevar su conocimiento al terreno de la acción en lo comunitario, lo productivo y muy especialmente en lo educativo. Mucho le debe a Cecilia Montemayor la Universidad Autónoma de Tamaulipas. Y muchos estudiantes y maestros están para testificarlo. Directora de la Facultad de Trabajo Social a la que además le entregó 31 años de su vida y miembro de cuerpos colegiados y académicos diversos y evaluadora de proyectos en la misma UAT y en otras universidades e instituciones educativas; Cecilia Montemayor se distinguió también en otros estados y países donde se le reconocía por su calidad humana, espíritu de servicio e investigación social.
No me alcanzan estas letras para incluir todos sus aportes como mujer investigadora de excelencia, profesora extraordinaria y ser humano de excepción. Reconocida como La Mujer Victorense más Distinguida del Año 2007, Ceci fue también socia de organizaciones, clubes sociales, asociaciones ecológicas y consejos técnicos locales, nacionales e internacionales, donde siempre fue reconocida por sus aportes intelectuales y su probado humanismo. Una mujer culta, dotada para la música, tocaba varios instrumentos y supo tejer literal y metafóricamente con amor en familia, donde la reconocen como eje central.
Hace unas semanas, la sorpresiva noticia de su partida al jardín celestial me dolió profundamente. El próximo siete de octubre estaría cumpliendo 70 años de vida. Con estas letras, mi humilde homenaje al ejemplo vivo en una mujer de acciones que transformaron vidas, buena amiga, excelente universitaria. Mi abrazo a su familia, a sus hermanos quienes me dicen han recibido llamadas de varios países reconociendo su entrega de toda una vida. Me alegra saberlo. Ojalá nuestra Universidad Autónoma de Tamaulipas le rindiera de alguna forma un reconocimiento. Una vida dedicada a la educación y la investigación lo merece. Personas como ella le otorgan luz, dignidad y orgullo a la institución. Por sus frutos los conoceréis, dice la palabra. Cecilia cumplió cabalmente el mandato y ya la imagino en la casa del padre al que sirvió a través del amor a su prójimo. Un gran legado nos deja. Y cuando el legado es grande, el polen de la vida sigue esparciéndose. Cecilia amó y trabajó por la naturaleza; en ella seguirá floreciendo. Vive su ejemplo.