Juan Becerra Acosta/*La Jornada
El pasado 3 de septiembre el Ángel de la Independencia fue, una vez más, escenario de un importante hecho, se trató del acto a través del cual el PRI, finalmente y después de casi 90 años, entregó la plaza a su eterno rival, el PAN, partido político fundado con tendencias fascistas por el sector más reaccionario de México para combatir las ideas, acciones y políticas progresistas y nacionalistas impulsadas por Lázaro Cárdenas y su gobierno.
Así como el PRD, partido nacido de la resistencia de izquierda encabezada por el Frente Democrático Nacional al fraude electoral de 1988, pisoteó su misión y escupió a sus bases fundacionales al levantar la mano de Ricardo Anaya en 2018, el tricolor –que hace mucho tiempo dejó de ser revolucionario y hoy ya ni institucional es– se alió a los herederos de quienes la Revolución Mexicana combatió y levantó la mano de Xóchitl Gálvez para, por primera vez desde la fundación del PNR, quedarse sin candidato propio en una elección presidencial.
El Ángel de la Independencia fue testigo hace tres semanas, al igual que un íntimo grupo de acarreados que acompañaron a la cargada opositora en favor de Xóchitl Gálvez, de la unción a la coordinadora del Frente Amplio por México, organización que durante el proceso de selección de candidata fue reduciéndose cada vez más hasta entregar a Xóchitl una constancia que de mayoría no puede ser debido a que, a diferencia del prometido proceso ciudadano, la candidata fue impuesta por las cúpulas de los partidos políticos sin encuesta de por medio, haciendo a un lado a la ciudadanía, y con declinaciones obtenidas a través de la vieja y efectiva «manita de puerco«. Lo que le entregaron a Xóchitl Gálvez fue una constancia de dedazo.
Bajo la sombra del Ángel de la Independencia y del declive de la oposición, Xóchitl enunció algunos compromisos, entre ellos el de no engañar ni manipular a la ciudadanía, al tiempo en que marcas como Bachoco o Forbes se deslindaron del uso indebido de su imagen por una candidata que se tituló a través del plagio en un informe académico y que vive en una propiedad obtenida a un precio mucho menor del comercial, con presunto conflicto de intereses en su adquisición, y construida sin los permisos correspondientes.
Xóchitl también prometió apoyar las luchas y necesidades de –entre otros– personas indígenas, pero se sumó al embate politiquero que existe contra el Tren Maya, obra que lleva desarrollo al sureste mexicano, zona históricamente olvidada y con ello también su gente, población indígena que ha sido volteada a ver por primera vez por un gobierno y beneficiada con este proyecto que busca justicia social. ¿Quién bajo la bandera del indigenismo se podría oponer al Tren Maya? Alguien que afirme, por ejemplo, que en el sureste mexicano la gente no tiene en su cultura el trabajar ocho horas seguidas, como Xóchitl Gálvez, quien a pesar de haber suscrito el compromiso anterior, también prometió no proferir insultos ni descalificaciones.
Al insulto que se da a través del falso discurso indigenista de una mujer indígena se suma, en Xóchitl, el lenguaje de la mentada de madre, la palabrota, la procacidad como constante en declaraciones, entrevistas, o respuestas a señalamientos y acusaciones. Esa grosería disfrazada de lenguaje coloquial que tanto usa Gálvez no solamente es un rasgo que degrada a la persona, sino también es una estrategia que se vale de un aparente arrojo audaz y descarado –hasta imprudente– para conectar a través de las emociones de manera mezquina con quienes, por la razón que sea, se sienten decepcionados, y así manipularlos.
Aquella persona que en su legítimo derecho busca en la oposición un relevo al actual gobierno, ¿encuentra en Xóchitl Gálvez una opción? La candidata del Frente Amplio por México, ¿representa a quienes no piensan votar por Morena en 2024?
Hace un par de días publiqué en redes sociales lo siguiente:
“La verdad… qué bien está representada la derecha mexicana con su candidata”.
Las respuestas no se hicieron esperar y los insultos de quienes dicen estar con Xóchitl Gálvez comenzaron a llegar con el mismo lenguaje de la candidata.
Escribieron descalificaciones, insultos, amenazas y difamaciones que muestran su enojo a lo expuesto en el mensaje, pero ¿por qué se enojaron?, y, ¿qué les enoja más?: ¿que Xóchitl –en efecto– no los represente, o tener que enfrentarse a ello y reconocerlo?
*Link original en La Jornada:
https://www.jornada.com.mx/2023/09/27/opinion/018a1pol