Pasado y Presente
Por Pedro Alonso Pérez:
El rechazo a los libros de texto gratuitos (LTG) por algunos grupos sociales y políticos conservadores, bajo el argumento que adoctrinan o “ideologizan”, ha servido, entre otras cosas, para actualizar el tema de las derechas contemporáneas en México. En particular, sobre el origen oscuro y fobias ideológicas que caracterizan a sus organizaciones. La perspectiva histórica se vuelve entonces necesaria para identificar y analizar lo que esto significa.
Oscuros orígenes
La política de masas, una reforma agraria radical, la organización de grandes sindicatos y centrales sindicales y la expropiación petrolera, entre otros logros populares concretados durante el cardenismo (1934-1940), asustaron a ciertos sectores económico-sociales, particularmente a integrantes de clases medias y altas. Aquella efervescencia social – la movilización de obreros y campesinos- más el ejercicio de un gobierno progresista encabezado por Lázaro Cárdenas, obligaron a que los conservadores reaccionaran reorganizándose y relanzando acciones que venían desde antes.
Tras finalizar la guerra cristera (1926-1929) algunos grupos clericales y laicos buscaron seguir su lucha contra el Estado y la Revolución mexicana. Parte de la jerarquía eclesiástica y liderazgos seglares radicalizados, descontentos con los acuerdos de 1929 entre Iglesia y Estado, decidieron agruparse en movimientos abiertos y organizaciones secretas, así surgieron: Las Legiones (1931-1934) y La Base (1934-1937), organismos clandestinos que operaban a través de los membretes laicos de la iglesia como Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) y otros. Intentaron una segunda rebelión cristera y aunque fracasaron, volvieron a ensangrentar al país, en regiones de Zacatecas, Puebla, los altos de Jalisco y el Bajío de nuevo. Entre sus acciones “militares” podemos contar las agresiones contra maestras y maestros rurales a quienes asesinaban o mutilaban, en represalia por la educación socialista que impartían acorde a los postulados del artículo 3° Constitucional de aquel entonces.
Una víctima de ese fanatismo religioso y del rencor ideológico fue María Rodríguez Murillo, maestra en Huiscolco, Zacatecas, asesinada por una banda cristera el 26 de octubre de 1935; acusada de comunista y de apoyar el reparto de tierras fue violada y torturada, le cortaron los senos y, atada de pies fue arrastrada a galope de caballo hasta matarla; al día siguiente, el cura del pueblo ofició misa y absolvió a los asesinos. Otros ejemplos de aquellos crímenes de odio, documentados por Edgar González Ruíz (Red Voltaire, 11 mayo de 2010) estudioso de las derechas mexicanas, son: el 15 de noviembre de 1935, los cristeros asesinaron a tres maestros rurales en Teziutlán, Puebla; en sus propias escuelas y en presencia de sus alumnos, Carlos Sayago Hernández en La Legua, Carlos Pastrana Jiménez en Ixtipan, y Librado Labastida Navarrete en San Juan Xiutetelco, fueron apuñalados al grito de “¡Viva Cristo Rey!”; el 19 de noviembre de 1935 otro grupo de sublevados cristeros asaltó la escuela oficial de Camajapita, ranchería en los altos de Jalisco, agrediendo con golpes y vejaciones a las profesoras Micaela y Celia Palacios y al padre de ellas; cortándoles una oreja a cada quien como “gran escarmiento” sin importar la hemorragia provocada; antes de irse, los atacantes quemaron libros de texto y los títulos de las maestras, además destruyeron puertas y bancos. En otros lugares se repitieron estas mutilaciones el resto de ese año terrible y los primeros meses del siguiente.
Pero algunos jerarcas católicos sabían que por esa vía, de enfrentamiento armado y guerra, volverían a ser derrotados por el Estado mexicano. Orientaron entonces la lucha por otros medios, impulsando movimientos sociales y grandes campañas de adoctrinamiento y desprestigio de adversarios ideológicos. Pensaron que el ambiente cultural sería propicio, con un pueblo mayoritariamente analfabeto y de profundos sentimientos religiosos; con periódicos nacionales y regionales proclives al anticomunismo y al autoritarismo, siendo simpatizantes de Hitler y Mussolini. El fascismo en Italia y el nazismo en Alemania estaban entonces en pleno auge.
Así, surgió en 1937 la Unión Nacional Sinarquista (UNS) en León, Guanajuato, como expresión social de una derecha tradicionalista y continuación de la cristiada, ahora mediante la lucha pública en calles y plazas contra la implantación del proyecto “revolucionario” y “moderno”. La UNS se extendió pronto en las regiones cristeras y más allá, organizando campesinos y grupos religiosos en un movimiento supuestamente “apolítico” que realizaba campañas ideológicas contra la revolución “enemiga de la religión”, el agrarismo “subyugante”, el socialismo marxista “ateo” y la “anarquía”. Sinarquismo significaba para ellos lo contrario de anarquismo o desorden: crear un “nuevo” orden social cristiano, basado en la religión católica, en la disciplina y las jerarquías, querían restaurar “los derechos legítimos” de la Iglesia y hasta el régimen colonial, como ha mostrado el historiador Pablo Serrano Álvarez, que estudió a fondo la UNS como movimiento social. Por otro lado, se sabe que esta organización también estuvo inspirada en el fascismo y el nazismo, así lo indica su simbología, rituales y estructura de rasgos paramilitares; incluso, sus fundadores estaban relacionados con la embajada hitleriana en México y con las falanges españolas de Franco.
Dos años después, también como reacción a las políticas sociales del cardenismo, un grupo de intelectuales y dirigentes católicos fundó en la ciudad de México el Partido Acción Nacional (PAN), en septiembre de 1939. Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna encabezaron el grupo fundador integrado por gente de clase media, “personas de bien” podría decirse entonces, destacaban abogados y empresarios; una derecha conservadora que se organizaba políticamente para luchar por el poder: participar en elecciones, lograr representación parlamentaria y formar gobiernos en los diferentes niveles de autoridad.
Pueden distinguirse dos visiones distintas de la formación del PAN: la que enfatiza el carácter secular del partido y argumenta que Gómez Morín buscaba “modernización” y cambio “ordenado”, con una posición equidistante entre el capitalismo (individualismo) y el socialismo (colectivismo); aunque acepta el antiliberalismo de origen, la influencia del catolicismo vía González Luna, y la relación con el pensamiento de las derechas europeas (Francia y España), ve al PAN como partido de “minorías excelentes”, la oposición leal en México (Soledad Loaeza, 1999); la otra, muestra su relación orgánica con las derechas clericales, cristeras y anticomunistas; aunque no se formó como partido confesional, por la prohibición constitucional al respecto, no puede sustraerse a estos orígenes (La raíz nazi del PAN, El Fisgón, 2014).
Esta visión, apoyada en varios estudiosos de dicha organización política, la presenta como parte del conservadurismo mexicano e integrada en su mayoría por católicos que venían de movimientos religiosos de ultraderecha, sin desconocer otras vertientes que confluyeron en su formación: universitarios, ex vasconcelistas y funcionarios descontentos. Y con base en testimonios diversos, afirma que Mauro González, padre de Efraín González Luna era miembro de la “U”, organismo católico ultrasecreto; que Efraín fue amigo de Anacleto González Flores, líder cristero, y prestaba su casa para reuniones de los sublevados; en su momento, el entonces presidente Felipe Calderón “describió con orgullo” como su padre Luis Calderón Vega, otro fundador del PAN, muy joven fue correo de los cristeros e incluso les llevaba cartuchos; Jesús Guiza y Acevedo, también fundador, alguna vez declaró que “México es español y católico” y que él amaba a Francisco Franco; el mismo Gómez Morín -según dijera Salvador Abascal fundador de la UNS- habría pertenecido a Las Legiones, que dieron origen a La Base. Lo cierto es que el PAN, durante sus primeros años de vida, postuló como candidatos a antiguos cristeros para diputados y senadores, y que en 1947, cuando Aquiles Elourdy, fundador y uno de los primeros diputados declaró contra el clero, fue expulsado del partido sin que ningún panista lo defendiera.
También está documentado que La Base, agrupación católica secreta – dirigida por el arzobispo Luis María Martínez – impulsó la formación de la UNS y del PAN en aquellos años. La primera, como organización y movimiento cívico “apolítico” (aunque en su larga existencia diera origen al Partido Fuerza Popular en 1946 y al Partido Demócrata Mexicano en 1975), integrado por campesinos, pequeños comerciantes, artesanos y profesionistas – en sectores populares de corte tradicionalista – creando una derecha plebeya, mística y religiosa. El segundo, como organización política de “notables”, un partido de élites orientado a influir en las clases medias, ideológica y políticamente ubicado a la derecha, “secular” pero conservador y apoyado por la Iglesia católica. Tales fueron en México los proyectos organizativos de las derechas antes y durante la segunda guerra mundial, cercanos también al fascismo y a Hitler. Y gravitando en torno a estas organizaciones militantes, actuaban muchas asociaciones de laicos, la “sociedad civil” del catolicismo, como la ACJM, la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF), Acción Católica Mexicana (ACM), Caballeros de Colón y otras, que además de realizar sus funciones pastorales, sociales y religiosas; alimentaban con cuadros directivos y bases, los movimientos y luchas político-electorales de aquellas. Todo un fermento ideológico, que mezclaba tradición, hispanismo, sentido del orden, autoridad, disciplina y jerarquías, con nociones de patria o nación, propiedad y paz social, conservadurismo, anticomunismo y rechazo a masones, judíos y “yanquis”.
Fobias y demonios
En los años de posguerra, con el desarrollo de la guerra fría y la polarización ideológica, se afianzó el macartismo en los EUA, y en México, los gobiernos “revolucionarios” endurecieron su autoritarismo pero establecieron un “modus vivendi” con la Iglesia. Estas condiciones prohijaron el surgimiento de otra extrema derecha en el país. Es conocida la historia de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG), la primera institución privada de educación superior, formada como respuesta a la educación socialista y controlada por Los Tecos, un poderoso grupo anticomunista y antisemita proclive a la violencia contra sus “enemigos”. Las acciones de éste y otros grupos de choque similares ya habían sido denunciadas por Manuel Buendía en sus columnas periodísticas (La Ultraderecha en México, 1984). También existe el Yunque, organización nacional ultrasecreta de inspiración religiosa, “que recluta jóvenes para adoctrinarlos y adiestrarlos en el combate físico e ideológico”; fundada en Puebla hacia 1955 por Ramón Plata Moreno y Manuel Díaz Cid, con respaldo del Obispo Octaviano Márquez y Toriz, esta agrupación empezó a detectarse hasta 1975 en diversas partes del país. Nació para combatir ideologías de inspiración “diabólica” como el comunismo ateo, el judaísmo y el liberalismo; estaban convencidos que a nivel mundial operaba una “conjura judeo-masónica-comunista” y dispuestos a enfrentarla por todos los medios para instalar “el reino de Dios en la tierra” (El Yunque. La ultraderecha en el poder, Álvaro Delgado 2005). A través del tiempo actuaron violentamente mediante fachadas como el Frente Universitario Anticomunista (FUA), el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), Movimiento Cristianismo Sí y otros membretes; en los años setenta se apoderan de la UNPF y constituyen después organismos amplios como Asociación Nacional Cívica Femenina (Ancifem), Desarrollo Humano Integral A. C. (DHIAC) y varios más, influyendo ideológicamente en ellos e infiltrando al PAN y sus gobiernos, locales y federales, como ocurrió en los gabinetes de Fox y Calderón. La participación de esta tenebrosa agrupación no se ve, pero se siente en las campañas y cruzadas de las derechas contemporáneas.
Los movimientos y organizaciones derechistas del pasado fueron instrumentos de la intolerancia cultural, ideológica y religiosa; los actuales grupos y acciones contra los LTG, contra la despenalización del aborto y el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, contra la educación sexual y la diversidad, los derechos de género, el multiculturalismo, etcétera, son herederos – reconózcanlo o no – de esas viejas batallas poco plausibles; los mismos que quieren imponer doctrinas y se quejan de “adoctrinamiento”, los portadores de ideologías excluyentes como el neofascismo, que reclaman hoy contra los libros por ser “ideologizantes”; en efecto, aquellos que queman libros de texto o llaman a destruirlos, recuerdan a la inquisición, que además de libros quemaba “herejes”; a las hordas hitlerianas quemando libros en las calles y familias judías en los hornos crematorios; a Pinochet y otras dictaduras militares que ordenaban hogueras de textos; la memoria de esos tiempos ingratos nos grita que los intolerantes de hoy son polvos de aquellos lodos.