Clara García Sáenz
El libro impreso es un invento perfecto, porque es tal vez el único que no ha sufrido modificaciones desde que la imprenta de Gutenberg los produjo masivamente; decía Borges que el libro era la extensión de la mente humana y durante siglos, diversas instituciones, gobiernos y grupos de poder han intentado aniquilar bibliotecas, ediciones, títulos polémicos, en aras de la moral y promoviendo la ignorancia.
El libro es tal vez el invento humano que más persecución ha sufrido a lo largo de la historia y tal vez se deba a que todos los libros implican la difusión del pensamiento humano. Mucha gente dice amar los libros, sin embargo, en la rutina, la gran mayoría de las personas viven alejadas de ellos, de hecho, la mayoría de los hogares en el mundo carecen de libros como una posesión permanente que forma parte de su vida diaria y de su valioso patrimonio.
Quien haya leído “El nombre de la rosa” del escritor Umberto Eco, sabe de la importancia de los libros y la emoción que representa descubrirlos, porque la novela mantiene al borde de nervios al lector cuando narra la existencia de una extensa y misteriosa biblioteca, sus manuscritos, su manera en que está organizada, los misterios que la rodean y produce una gran angustia querer descubrir que contienen ciertos libros que son objeto de disputa entre algunos monjes. Solo quien es amante de los libros entiende la seducción que produce esa extraordinaria biblioteca, la más completa de la época medieval y es capaz de llorar por su muerte como personaje principal del relato.
Hace algunos años me encontré con un antiguo compañero de licenciatura, llevaba yo tres libros en la mano y al verme exclamó “todavía sigues cargando libritos”, su expresión irónica no me ofendió, me reí y le dije “Sí, es mi destino”; porque entendí que esos artefactos le eran ajenos. Y es que querer los libros, poseerlos, apropiárselos, compartirlos, disfrutarlos, cuidarlos, buscarles dueño, salvarles la vida, hacerlos circular, defenderlos, no es una pasión que todos sientan. El libro es el pensamiento humano, que nunca debe ser destruido, censurado, embodegado, escondido, condenado.
Por eso cuando se desmantelan salas de lectura que han sido alimentadas por mas de 30 años en recintos universitarios y se condenan a los libros las mazmorras oscuras y húmedas, cuando una autoridad estatal sale a informar que los libros de texto gratuitos no serán distribuidos, cuando algún funcionario decide tirar cajas de libros ante el cambio de administración gubernamental o que una persona decide destruir los libros de algún pariente difunto, se comete un crimen, un crimen contra la humanidad, contra el pensamiento humano, contra la existencia misma de la dignidad humana.
Resulta vergonzoso que, como los inquisidores, se persiga el libro y que por decisiones políticas a la viaja usanza de los dictadores nazis o fascistas sudamericanos se les condene y se prohíba su distribución, privando al pueblo del conocimiento humano. No distribuirlos es contribuir a fortalecer la ignorancia.
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