Federico Anaya Gallardo
Por un momento abandonaré el tema que venía abordando en este espacio, los comités técnicos de evaluación (CTEs) para la designación de consejeros del INE. Lo hago porque la Historia (sí, así con mayúscula) ha regresado inesperadamente a las primeras planas de la prensa diaria (¡a veces pasa!). Veamos las primeras planas del 6 de febrero de 2023 en los periódicos de la capital federal: La Jornada cabeceó: “AMLO: devuelve la 4T a la Constitución su espíritu original; Norma Piña: la autonomía judicial, pilar de la democracia”; El Universal reportó: “Exigen independencia y respeto; AMLO quiere más cambios a la Constitución para abolir reformas neoliberales”; Reforma dijo: “Planta cara a AMLO la presidenta de SCJN; exige Piña, ante Presidente, respeto a Poder Judicial”; Milenio señaló: “Piña exige respeto para jueces y AMLO abolir resabios neoliberales”.
Los aniversarios de la Constitución eran ceremonias más bien aburridas. Eran espacios para la oratoria ampulosa y para la hipocresía de los “institucionales”… dos señales de muerte, de enfermedad, de entierro. En 1967, en el prólogo a su libro sobre el Constituyente (Querétaro: Sinaí en llamas), un orador maestro de oradores, José Muñoz Cota, relataba que en 1966 –preparando los festejos de los 50 años de la Carta Magna, uno de los constituyentes que aún sobrevivía “se levantó de su lecho de enfermo. Hizo el penoso y cansado viaje para estar presente en la ceremonia conmemorativa. Después, satisfecho, regresó a su cama” (p.xxix, Liga 1, que lleva a la edición de 2016 por la Cámara de Diputados en su colección La Constitución nos une).
La imagen del constituyente revolucionario agonizando en su cama mientras se cantan las loas a su obra es un perfecto retrato instantáneo de la situación de México en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz. José Muñoz Cota tenía entonces 60 años, era profesor en la Escuela Nacional Preparatoria –adonde se había refugiado luego de participar en la aventura Henriquista de 1952– y recordaba con amargura los días en que había sido secretario particular del general Cárdenas. Hoy, yo le preguntaría a don José si aquel viejo constituyente realmente regresó satisfecho a su lecho de enfermo. Sospecho que no. Con dolor intuyo que la palabra “satisfecho” la insertó mi maestro de Oratoria sólo por no convocar la ira del ogro que, un año más tarde, asesinaría a su juventud en Tlatelolco. Por ello es que en ese prólogo, a renglón seguido de la anécdota, Muñoz Cota escribió: “Quiero imaginar, por un segundo, la visón resucitada, traída desde el fondo de la memoria canosa: ¡Días de 1917!” Por eso es que tituló su librito Sinaí en llamas. Porque Querétaro 1916-1917 no fue un lugar de acuerdos y reconciliaciones, sino una más de las batallas de la Revolución Mexicana.
El primer aniversario de la Carta Magna que presidió el presidente López Obrador, en 2019, se caracterizó por la prudencia. Mientras el presidente de los diputados (Porfirio Muñoz Ledo) llamó a reformas constitucionales de gran calado y el presidente de los senadores (Martí Batres) señalaba la necesidad de convertir la Cuarta Transformación en novedosos textos constitucionales, Andrés Manuel subrayó que la 4T apenas comenzaba y que su constitucionalización llevaría tiempo. Cuatro años más tarde, el presidente repasó las pocas reformas constitucionales logradas (no menores, por cierto). Pero, recordando la facilidad con que la derecha cambiaba antes el texto constitucional, fustigó a sus adversarios: “Los convoco a que lo investiguen, es raro encontrar en el periodo neoliberal una reforma a la Constitución en beneficio del pueblo. Todo, todo, absolutamente todo se orientó a favorecer los intereses de una minoría nacional y extranjera.” (Liga 2, versión estenográfica de toda la ceremonia.)
Para entender este discurso militante del presidente, lectora, tienes que ver/oír las cuatro intervenciones anteriores. (Liga 3, para el video completo.) El orden fue como sigue: Mauricio Kuri González, gobernador constitucional del estado de Querétaro (PAN); Norma Lucía Piña Hernández, ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; Santiago Creel Miranda, presidente de la Cámara de Diputados (PAN); y Alejandro Armenta Mier, presidente del Senado de la República (Morena). El presidente fue el quinto orador.
El gobernador Kuri afirmó correctamente que la Carta Magna de Querétaro “funda al México moderno”, pero mintió al decir que “su redacción es el acto previo, formal e indispensable que encuentran los diversos grupos para cesar las hostilidades y la guerra. Para ello, adoptan un acuerdo explícito: someterse al Estado de Derecho”. Lo anterior es falso porque en 1917 seguían levantados en armas zapatistas, villistas y cedillistas –los remanentes de los grandes ejércitos campesinos comandados por campesinos. Si Muñoz Cota llamaba al Constituyente Sinaí en llamas no era por artilugio poético. El país en que se redactó la Constitución estaba ardiendo. Este detalle nos lo oculta el gobernador panista. A propósito habla del pasado usando verbos en presente. Concluye: “La lección central es: cuando la política falla la violencia estalla. Los mexicanos de hace un siglo olvidan su hermandad, su origen común, dejan de escucharse y pierden la sensatez, la solidaridad y la vida.”
Luego habló la ministra-presidenta de la Suprema Corte. Su discurso habría sido impecable en otras circunstancias. La ministra afirmó que “las injusticias generan inconformidad, descontento, enojo, violencia, pero para encontrar una verdadera solución a ellas, de largo plazo, se necesita crear conceptos, ideales, convicciones de lucha política, de fortalecimiento institucional.” Nadie podría oponerse a esto. Sin embargo, Piña también dijo que la “lección que imponen estos muros [los del Teatro de la República] y que no debemos olvidar ni menospreciar” es que la Constitución de 1917 fue el mecanismo “para salir de la guerra fratricida y construir la gran nación que hoy conformamos”. Nota, lectora, el paralelo exacto con el discurso del gobernador Kuri. Al final de su discurso, cuando la ministra Piña afirmó: “aseguro a todos que cuentan con el Poder Judicial Federal”; las audiencias no sabíamos a quiénes se refería. ¿A todas y todos los mexicanos o a las derechas que hablaban ese día en el antiguo Teatro Iturbide de Querétaro?
No reconfortó mucho que el siguiente orador, Santiago Creel, regresara a las mentiras históricas de Kuri –y que empezara evocando al “Héroe de Iguala”. El diputado y precandidato panista a la Presidencia empezó diciendo que “el México independiente nace de un diálogo entre dos personas muy distintas: Guerrero e Iturbide”. La idea de diálogo y acuerdos se fue multiplicando durante su largo discurso –porque, dice don Santiago, eso es lo que México necesita. Las dictaduras porfirista y priísta (a la que Creel no se atreve a nombrar, ¡ah, gente interesada!) son especies de un régimen que “no dialoga, no acuerda” y provoca guerras fratricidas. Creel dixit: “Los constituyentes superaron sus intereses de facción, tuvieron la inteligencia y el carácter para pasar de los adjetivos hirientes a los sustantivos catalizadores de acuerdos [atención con el verbo “catalizar”], transitaron de la diatriba al argumento y de las armas a la Constitución. El diálogo triunfó sobre la división y eso es precisamente lo que hoy celebramos.”
Aún más claramente, Creel afirmó: “Hoy, después de dos alternancias federales incuestionables [¿cuáles dos? porque hay tres: 2000, 2012 y 2018], era de esperarse que hubiéramos arribado a un amplio consenso en torno a las instituciones y a las reglas electorales. Esto no es así. Nuevamente los acuerdos se frustran. Lo que debe resolver la política y el diálogo, eso nos toca a nosotros, incompresiblemente el tribunal constitucional lo tendrá que dirimir.” ¿Notas, lectora, cómo Creel ha llevado al Teatro de la República la acusación falaz de que el obradorismo divide y que Andrés Manuel presidente se niega a dialogar, a lograr acuerdos… que es un dictador? Por otra parte, la cuestión de cuáles dos transiciones es relevante. Si las “incuestionables” son 2000 (del PRI al PAN) y la de 2018 (del PRI a Morena), entonces Creel reconoce que en 2012 no hubo transición y que el PRI ya era lo mismo que el PAN. ¿O las “incuestionables” son 2000 y 2012 (PRI-PAN-PRI) y 2018 no vale porque es el retorno a la “dictadura” de todos tan temida?
Vista, oída y leída en medio de los discursos de los panistas Kuri y Creel, la intervención de Piña sólo puede leerse en clave conservadora. Hay quien, en una primera lectura, le llamó “impecable”, porque la ministra-presidenta presentó el papel de la judicatura en un plano abstracto-teórico. Pero en el contexto que te explico, lectora, es evidente que la cabeza del Poder Judicial Federal jugó al posicionamiento político del gobernador y del diputado panistas, para quienes, las y los mexicanos de 1917 llegaron a acuerdos y superaron posiciones extremas. Para todos es evidente que Kuri y Creel estaban previamente de acuerdo. Circula por allí un video de entrevista banquetera, al parecer previa a la ceremonia, en que Creel dice algo así como “va a estar calientito”.
Si el equipo de la ministra-presidenta no estaba enterado de lo anterior, es una falta imperdonable. Pero con tristeza debo decir que esta hipótesis no es muy fuerte. Te pido que hagas una búsqueda en los cinco discursos que te comparto en la Liga 2. Verás que el verbo catalizar y el sustantivo catalizador aparecen dos veces. Una en Piña: “el Poder Judicial, guiado por la Constitución, no sólo resuelve las controversias, no sólo pacífica los conflictos, sino que también promueve y cataliza el cambio social.” Y la que ya mencioné, sobre “sustantivos catalizadores de acuerdos” en Creel.
Ambas personas se precian de buena pluma. Catalizar es hacer catálisis, lo que significa “incremento de la velocidad de una reacción en presencia de un catalizador”. Más allá que la Real Academia nos regale azarosamente la palabra reacción, es interesante el uso de este concepto en materia judicial. Cuando hablamos de tribunales y procesos jurisdiccionales es mucho más común usar el verbo canalizar y el concepto de canalización, en el sentido de “regularizar un cauce o corriente” de un río o “recoger corrientes de opinión, iniciativas, aspiraciones, actividades, etc., y orientarlas eficazmente”. Debatir en tribunales es lo opuesto de hacernos la guerra abierta. Pero los tribunales no son el espacio para dirimir las grandes disputas políticas: son el único poder no-electo de nuestra República.
Que tanto Creel como Piña hayan usado el mismo verbo es ominoso. Siendo tan serio el evento y siendo que todos escribieron de antemano sus discursos (los discursos de Armenta y López Obrador también estaban coordinados, como es obvio), la Opinión Pública no puede asumir que la coincidencia verbal entre diputado y ministra sea azarosa. Tampoco es fortuito el modo en que la prensa de derechas retomó los dichos de la ministra-presidenta para aplaudir su plantar cara a la primera Presidencia de izquierdas desde que mi general Cárdenas dejó Palacio Nacional en 1940. Esto no es cosa nueva. Hace rato que los conservadores llevaron su guerra reaccionaria a la Suprema Corte. Pero una cosa es que en mil juicios las partes militen radicalmente (eso es cosa muy buena) y otra muy distinta que el juez se manifieste en público a favor de una de las partes.