Balcón del pensamiento
Alicia Caballero GalindoUna mañana de abril, Analí llegó a Jiménez, Tamaulipas, dispuesta a estudiar los cultivos propios de la región y la manera de mejorarlos. Se preparaba para hacer su tesis de maestría con esa temática. Sus padres se resistieron mucho a que se fuera sola, pero ella estaba decidida a realizar su trabajo. Victoria, la capital, del estado donde radicaban estaba relativamente cerca, además, frente a la plazuela del pueblo, había una casa propiedad de la familia de su madre, estaba muy deteriorada por los años y el abandono, durante más de tres generaciones fue habitada por sus antepasados. Era una casa con historia. Las familias eran numerosas. De la construcción original, solo estaban habitables dos cuartos y la cocina, que utilizaba la familia de vez en cuando, lo demás, fue presa delas llamas algún día.
Era una construcción de sillar de gruesas paredes y techos con vigas de madera, algunas de ellas, originales, habían resistido el paso del tiempo. Dos ventanas con forja daban a la calle, el resto de las habitaciones eran ruinas que se extendían hacia el patio trasero, que tenía árboles frutales.
La acompañaron sus padres para vigilar que quedara bien instalada, su perra, Mila, correteaba en torno a ellos, olfateando todo. Uno que otro transeúnte, miraba con curiosidad, y la vecina de a lado, una mujer de más de ochenta años, de inmediato se acercó a ellos con una sonrisa diciendo:
-¡Bienvenida muchacha! Siempre he vivido aquí y tus abuelos, eran mis amigos. Tienes los mismos ojos vivarachos de… ¡bueno! Eres muy bella, lo que se te ofrezca, ya sabes, estoy a lado, te traje estas naranjas de mi patio, espero te gusten. Me llamo Mariana, pero todos me conocen como doña Mary.
Analí, observó cierta inquietud en su madre, doña Teresa Garza, cuando se acercó la vecina, percibió un estremecimiento cuando mencionó su parecido a… no sé a quién. Después de una plática informal, la vecina se retiró reiterando a la joven que sería un placer ayudarla en lo que se le ofreciera. Su madre, pareció aliviada.
En menos de una hora quedó instalada en lo que quedaba de la vieja casona y sus padres partieron a la ciudad, después de hacerle mil recomendaciones. Su perrita no cesaba de olfatear todo con curiosidad, era una salchicha de pelo largo, negra, con manchas blancas, su eterna compañera desde hace más de un año.
Después de observar aquellas añosas predes, decidió dejarlas así, al natural, le parecían bellas e interesantes, eran testigos de muchas historias desconocidas que se perdieron en el tiempo.
Cuando quedó sola con su perrita, empezó a acomodar sus cosas, una vieja mesa que conservaba su señorío, le daría uso múltiple, le serviría para trabajar y comer. Percibió una mancha ennegrecida en una de las paredes que daba a la vecina, era el cuarto donde ella dormiría, al parecer, alguna vez fue de una mujer, porque se distinguían restos de una greca de flores, pensó que le daría una buena limpiada, debía tener algo de humedad, porque la mancha, estaba a ras de piso.
Mila tenía especial interés precisamente en ese lugar, no le hizo mucho caso, esa raza es así curiosa por naturaleza, tal vez olfateó algún ratón, son obsesivas con eso.
Casi todo el día lo pasó acomodando sus cosas, los dos cuartos, tenían vista al patio trasero, que estaba muy descuidado, lo mandaría limpiar para usarlo aplicando sus ideas para la mejor producción de algunos cultivos. Le encantaba sembrar, investigar, innovar, también en su patio había naranjos y otros frutales, más allá de las ruinas de los cinco cuartos de la casa. Al día siguiente empezaría a planear sus actividades. Lo primero, era instalarse perfectamente, sus necesidades eran mínimas; comodidad para dormir y un espacio para guisar, el cuarto de la entrada sería recepción, despacho, comedor y todo, en la cocina, había lo necesario; un refrigerador chico, estufa de gas, fregadero y una mesita para preparación.
Cerca de las seis de la tarde, todo estaba listo, al día siguiente inspeccionaría el patio.
Se preparó una taza de café e hizo quesadillas con unas tortillas de harina que le dio su mamá. Encendió un pequeño televisor y veía noticias mientras disfrutaba su comida. La plazuela se divisaba y se escuchaban gritos lejanos de niños que jugaban a la pelota, el ritmo de vida, era otro. Se levantó con un suspiro de satisfacción y una sonrisa de placer, era una aventura estar sola, esa casa olía a tiempo, a historias pasadas de su familia. Tomó uno de sus libros favoritos y entró la recámara, su padre había acondicionado un pequeño baño conectado con la recámara.
Después de leer recostada en la antigua cama de latón que debía tener ya muchos años, apagó los focos y se dispuso a dormir, Mila, estaba inquieta y se obsesionaba la mancha del sillar inquisitivamente. La llamó y ambas se acomodaron para dormir. Las luces y los ruidos naturales se fueron apagando, y la ciudad quedó en silencio.
Analí despertó a media noche, un poco sobresaltada por los insistentes ladridos de Mila que miraba sin cesar al patio desde la cama, un tanto temerosa, Analí encendió la luz exterior y miró muy cerca de su ventana a una mujer joven con ojos suplicantes, la ropa descuidada y su larga cabellera enmarañada:
La muchacha se acercó a la ventana y aquella joven mujer le dijo:
-Ayúdame a encontrarlo, por favor, sé que está aquí, es lo único que me queda de él.
La muchacha sintió pena por el sufrimiento de la intrusa, pero ésta, no le dio tiempo a responderle, dio media vuelta y se perdió en las sombras gritando: “Nadie me puede ayudar.”
Continuará…