Balcón del pensamiento
Alicia Caballero Galindo
En punto de las cinco de la tarde, en Villa Frontera, Coahuila, que era donde se encontraba la estación ferroviaria más codiciada del norte del país, por confluir ahí una importante red de líneas ferrocarrileras se recibió un telegrama que escuetamente decía:
“Las huestes villistas, llegarán cerca de las diez de la noche, el ejército carrancista, no estará a tiempo para defender la plaza. Avisen a la población que se prepare mientras llegan los refuerzos. El telegrafista, fue abatido por el enemigo, soy su ayudante”.
La estación de telégrafos, en ese tiempo, estaba en la estación, el telegrafista que recibió el mensaje, de inmediato lo dio a conocer al jefe y la noticia corrió como reguero de pólvora. El movimiento armado requería a todos los hombres en edad de pelear, y en las pequeñas poblaciones, solo había mujeres, ancianos, soldados lisiados y niños. La mayor preocupación de las madres, era resguardar a sus hijas, porque los villistas tenían fama de ser abusadores y violadores de jovencitas, sembrando el terror por donde andaban.
A doña Fela, le llegó en forma privilegiada la información, ya que su esposo, Antonio, era conductor del tren de Don Jesús Carranza, hermano de don Venustiano, su familia era muy querida y respetada en el lugar, vivía a unas cuadras de la estación, frente a una plaza donde fusilaban a los rebeldes, las ruinas de una vieja hacienda, se había convertido en paredón.
Al saber la noticia, empezaron los preparativos a toda prisa en las casas. En la de Fela, solo estaban sus tres hijos pequeños menores de diez años y el problema, eran las mujeres, Olivia, Juanita y Dora, que fluctuaban sus edades entre los catorce y los diecinueve años. ¡Ellas eran las que estaban en mayor peligro! Al saber la noticia, todos los habitantes empezaron en forma silenciosa, pero con prisa, a prepararse; debajo de la cama donde dormían Antonio y ella, había un hueco, donde almacenaban las reservas de comida, porque lo primero que hacían los villistas al tomar un pueblo, era abastecerse de víveres para su ejército, siempre hambriento de comida y… sangre, eran muy crueles, con los vencidos. El tío Evaristo de Fela, cayó en una contienda unos meses antes, frente a la casa, le tocó ver cómo lo remataban dejándole caer una gran piedra en la cabeza, para no gastar balas, no dejaban tras de sí heridos.
La mujer empezó a dar órdenes a sus hijos para preparar su defensa, la acompañaba su hermana Chana, que era soltera y vivía con ella.
-¡Arturo! Junta a las gallinas y enciérralas detrás de los manojos de pastura. ¡Chana! Ayuda a las muchachas a entrar al pozo.
Era una noria aterrada que se conservaba como escondite, tenía cubeta y carrucha, pero no había agua, ahí se resguardaban las muchachas cuando había peligro.
-Vamos a poner las tancas de las puertas, ¡rápido!, y las ventanas que dan a la calle, hay que cerrar los postigos. Vamos a cubrirlas con los colchones de las camas. Son de lana y están gruesos, no dejarán pasar las balas.
En cada casa del pueblo, había una frenética actividad, en menos de tres horas, el pueblo, estaba silencioso y las calles vacías. En la casa de Fela y Antonio, todo estaba preparado, las muchachas en el pozo con agua suficiente, las gallinas resguardadas detrás de los manojos de pastura, los muchachos debajo de la cama, y las mujeres, rezando un rosario frente s un viejo crucifijo, acompañadas de la parpadeante flama de una vela a punto de consumirse.
Cerca de las diez, se escuchó el silbato el tren anunciando su llegada y el terror, crecía por minutos.
No hubo enfrentamiento, llegaron los villistas y se adueñaron del pueblo sin disparar una sola bala, no hubo resistencia.
La noche fue larga y tensa, de vez en cuando se escuchaban pasos y carreras a pie y el trote de los caballos por la calle, algunos gritos de júbilo e improperios, nada más. Al despuntar el sol, las puertas de las casas empezaron a abrirse con timidez y miedo.
El hijo menor de Antonio, Rodolfito, salió y se sentó en el escalón que había para llegar a la banqueta, las muchachas, salieron del pozo y estaban escondidas detrás de la leña, Chana hacía tortillas en el fogón y Fela, sacaba de una caja de zapatos, algunos huevos que había escondido para hacerles el desayuno.
Escucharon voces en la calle y vieron pasar a dos revolucionarios con sus enormes sombreros, clásicos de los villistas, se detuvieron y saludaron al niño que les llamó la atención y con voz estridente, le dijeron:
-Diga ¡Viva Villa Cab$%&es!
Esperaban que el niño repitiera la expresión, pero con toda su inocencia respondió con una voz clara y vibrante
¡Viva Carranza, señores!
Chana y Fela, conociendo la crueldad de ellos, esperaban lo peor, y con palabras irrepetibles le dijeron al niño:
-¡No! Debes decir: ¡Viva Villa!
El niño, respondió:
-¡Viva Carranza! Porque villita, es malo y mata.
Después de un silencio angustiante, los hombres profirieron mil insultos y rubricaron su florida protesta diciendo:
-Aquí, hasta los perros son carrancistas, ¡vámonos a la chin#%&ada!
Fela y Chan, respiraron aliviadas, al verlos alejarse.
Unos minutos después, se dibujó en el horizonte una nube de polvo y el suelo empezó a vibrar.
Por la calle unos hombres a caballo, gritaban:
-Vienen dos destacamentos carrancistas y son más que nosotros; ¡Vámonos antes que nos quiebren a todos!
Las puertas de las casas de nuevo se cerraron para evitar el peligro, pero esta vez, con el regocijo de la llegada de su gente.
Este relato, es una vivencia de la infancia de mi madre, quien nació en 1908 en Monclova Coahuila.
Nota:
Villa Frontera era el lugar donde estaba la estación, actualmente se incorporó a la ciudad de Monclova.
¡Viva la Revolución Mexicana!