Alicia Caballero Galindo
En torno a una mesa, jugaban Poker seis amigos; dos de ellos eran hermanos. La noche de invierno, se sentía fría y ventosa, en pocos días se festejaría Navidad. En realidad, Antonio y Jacinto vivían en otra ciudad, hacía muchos años que no se veían y entre jugada y jugada, hacían remembranzas de viejos tiempos. La mesa de juego se instaló en el taller de Carlos; él era técnico en electrónica y tenía un taller bien equipado. Al fondo, había habilitado un cuarto; cuando no iba a comer a su casa, en él descansaba un rato y comía ahí. Era un lugar acogedor, pues en tiempo de frío era cálido, bien resguardado del viento, pues las ventanas poco se abrían.
—Es tu turno, Ricardo, tengo par de reyes a la vista; vas o no vas.
Lo retó Juan
El aludido, se acarició la barbilla para darse tiempo, era Poker abierto y él tenía par de dices, dudaba si arriesgarse o no, tenían volteadas dos cartas y faltaba la última Solo eran ellos dos, los demás se habían retirado de la mano por falta de juego. No jugaban grandes cantidades de dinero, más bien era diversión y un buen pretexto para convivir, sin embargo, el espíritu competitivo natural los puso a todos en la emoción del final entre los amigos
—¡Me arriesgo! Te doblo la apuesta, a ver qué pasa.
Respondió sonriendo maliciosamente.
En medio de carcajadas de júbilo de todos, mientras degustaban unas botanas con cerveza. La emoción los invadió a todos; después de barajar las cartas, les sirvió Luis la última carta abierta; a Ricardo le dieron otro diez negro en medio de una algarabía de los demás, pues completaba una tercia, todas las miradas estaban clavadas en el carta de Juan; Luis se la hacía de emoción, por fin abrió y era un as. Todos se quedaron pendientes de la reacción de ambos contendientes y se hizo un silencio emocionante, todavía quedaba una carta tapada de cada uno.
En esos momentos de tensión y silencio, de pronto empezaron a escuchar ruidos y vieron que sin ninguna explicación lógica se movieron unos libros que estaban sobre un banco cantinero cerca de la mesa donde jugaban, eran las dos de la madrugada. Todos miraron extrañados al no encontrar explicación, pero como la cerveza había corrido en abundancia Luis, sonriendo dijo
—¡Será el diablo que anda moviendo la cola!
—¡Ni lo mientes!
Dijo Carlos persignándose. Luis, con una fuerte carcajada, dijo irónicamente:
—¿Tienes miedo? ¡A mí que se me ponga en frente y vemos de a cómo nos toca! ¡Yo no le tengo miedo!
Todos hicieron silencio porque les pareció un atrevimiento retar a las fuerzas del mal y de nuevo escucharon como que estuvieran moviendo algo en la oscuridad del taller. Luis sonriendo dijo:
—Si eres tú, Demonio, dame la cara ¡no te tengo miedo!
Dijo Luis parándose de su silla y dejando a un lado las cartas. Los ruidos continuaban, así como los retos del jugador, hasta que lograron asustar a los amigos. Su actitud preocupó a los jugadores, porque al final de cuentas, todos sabemos que el mal existe y deseamos mantenernos lo más lejos de él. Los ruidos siguieron escuchándose y Luis siguió diciendo tonterías al calor de la cerveza, el viento ayudaba a la surrealista escena, colándose por la rendijas del cuarto y produciendo un sonido que erizaba la piel. De pronto, Carlos, con más cordura y menos alcohol, les dijo:
—¡Párenle a su jueguito con el diablo! Se acerca Navidad, es tiempo de amar, alejar malos pensamientos y acercarse a Dios; ¡Él reina siempre entre nosotros!
Dicho esto, los ruidos cedieron y los jugadores continuaron su partida, el ánimo decayó por el incidente y ya cerca de la madrugada, los amigos se despidieron y cada quién se fue a su casa. Todos se prometieron no hablar con nadie del extraño incidente
Los días pasaron; después, Carlos decide visitar a Luis y su esposa para desearles Feliz Navidad. Al llegar a la casa de los amigos preguntó por Luis y la esposa contestó
—Luis se fue a un retiro espiritual, llegará mañana en la noche.
Carlos sorprendido responde
—¡No es posible! Si Luis no es de ir a la iglesia ¡menos de ir a un retiro!
La esposa, lo invitó a pasar muy seria y ya en la sala le contó:
—Cuando Luis estaba jugando, aquella noche horrible, como a las dos de la mañana, sonó el teléfono; yo creí que era él, pero al levantar el audífono, sentí un estremecimiento; una voz que en un principio no entendía pues su sonido no era normal, con una serie de malas palabras me dijo
—Dile al &*#°& de tu marido, que no se meta conmigo; yo creo que no sabe lo que dice. El auricular extrañamente estaba caliente, sentí mucho miedo, pregunté con insistencia que quién hablaba, la voz era… ¡no te puedo explicar! Pero no parecía salir de un ser humano. Por miedo, no quise seguir oyendo y corté la llamada, después dejé descolgado el teléfono. En seguida, se interrumpió la energía eléctrica, me asusté mucho, después de unos minutos, sonó el timbre del teléfono celular y de nuevo la misma voz con el mismo mensaje. Desde ese instante no pude dormir. Esperé a Luis despierta para contarle lo ocurrido. Él no dijo nada, pero se veía muy asustado. Al día siguiente decidió irse al retiro después de visitar al Padre Luciano que es su amigo desde hace tiempo. Hasta la fecha, no se qué pasó. Cuando regrese le preguntaré la razón de su cambio. Cada vez que suena el teléfono temo contestar Espero no volver a recibir una llamada de esas ¡Parecía venir del mismo infierno!