Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Ciudad Victoria se fundó en 1750 con el nombre de Santa María de Aguayo en el espacio que ahora conocemos como Tamatán. En el libro de Testimonios de los autos de la general visita aparecen diversas descripciones del paisaje que hacen algunos acompañantes de José de Escandón a través de algunas diligencias durante la fundación de la Villa de Santa María de Aguayo: “pero que les lleva mucha más ventaja esta de San Marcos, cuya agua, que según están informados, es permanente, es mucha más que la de San Felipe, y baja de tal altura, que solo por caminar por una regadera se puede llevar por donde se quisiera; que dicha boca es capaz, abundante de sabinos, nogales y semejantes maderas, su temperamento algo más frío que templado, abundantísimas tierras de la mejor calidad para siembra y cría de todo género de ganado con buenos abrevaderos y grandes abrigos y repechos en las faldas de dicha Sierra; y a poca distancia abundancia de encinos y pinos cal y piedra, madera y leña a cuyas comodidad se agrega la muy apreciable de abrir camino por esta dicha boca á el Jaumave […] y facilita la introducción del comercio de fuera, bastimentos y socorro y labor de los muchos minerales qué hay en toda ella […] por todo lo que hemos de sentir que en está predicha boca expongan la fundación qué quedará en uno de los mejores parajes de toda la colonia y de todos los útiles para su conservación y aumentó, siendo, cómo son de sentir que ninguna otra crecerá con la brevedad que ella según las bellas cualidades que la adornan.”
Este testimonio escrito el seis de octubre de 1750 y firmado por seis personas (Fray Ignacio Antonio Ciprián, Felipe Téllez Girón, Juan Elías de Moctezuma, José de Olazarán, Santiago Sais y Juan Crisóstomo Moctezuma) que dan fe lo que ahí se cuenta, es una de las primeras descripciones que se conocen de Aguayo; y más exactamente del río San Marcos con énfasis en la boca de éste, zona que después se conocería como Tamatán.
El texto señala como principal característica de este espacio su gran cantidad de árboles; un paisaje arbolado por la abundancia del río que tenía el agua fría, como la mayoría de los ríos de la zona. Sitio ideal para facilitar un camino eficiente que agilizaría el comercio e intercambio de mercancías, segunda cualidad que en Aguayo estaría presente como parte de su vocación como villa. Resalta que ésta quedaría ubicada en “uno de los mejores parajes de la colonia” (refiriéndose a todas las demás fundaciones del Nuevo Santander —hoy, Tamaulipas—), lo cual reafirma que dicho espacio es único y el mejor de todas las villas. Remata el texto con un aporte de elementos a la excepcionalidad del paisaje cuando señala que su crecimiento y desarrollo dependerán exitosamente de “sus bellas cualidades que la adornan”; tal parece que toda la utilidad del territorio de Aguayo se sostiene por ser un lugar hermoso.
La apreciación de su paisaje era acertada, ya que su importancia geográfica le dio el título de capital desde el siglo XIX, a pesar de contar con poca población en comparación con otras que para la época eran ciudades ya desarrolladas. Esto tal vez permite entender que la belleza del lugar enamoraba, al grado de ver en ella hasta riqueza mineral y potencial para desarrollarse. José de Guevara escribe: “certifico y doy fe y testimonio, concurren en este paraje que nombran la Boca de San Marcos, las buenas cualidades circunstancias que expresan el dictamen que precede, en sus buenas, fecundas y abundantes tierras, muy rica agua dulce, fácil y segura de su saca para riego, que según vi en el hermoso ojo de agua de donde vierte, me parece permanente, por lo cual y las demás utilidades que ofrece este tan ameno paraje, sin duda es el más a propósito para la fundación en el de la Villa de Santa María de Aguayo.”
“Ameno paraje” es el que utiliza José de Guevara para reiterar lo dicho por los anteriores testigos ya citados en el momento de la fundación, calificativo aplicado al paisaje de lo que hoy conocemos como Tamatán. Que abunde en elogios al río San Marcos puede ser una justificación necesaria para asistir a la fundación de la villa. Tal parece que estos exploradores ignoraban que el río tenía desde entonces un ciclo de seca; además de ser octubre la fecha en que se firma el texto, que es la época del año más propicia para poder ver lo caudaloso que puede ser su afluente, siempre y cuando la lluvia de verano haya sido abundante. Después de estos dictámenes, José de Escandón da fe para los efectos de ordenar la fundación de la Villa que “dicho sitio es el más cómodo de todas las faldas de aquella Sierra Gorda para poblar su hermoso cielo, buen temperamento algo más frío que templado, mucha agua para la villa, huertos y riego, facilísima seca, buenos pastos admirables, abundantísima tierras para todo género de ganados, mucha madera de sabino, nogal, encino y pino, poca distancia; de palmas, cal, piedras cuantas conocidas puedan apetecerse, para una fundación.”
En esta narración casi idílica y poética, José de Escandón abona a la excepcionalidad del paisaje de Aguayo con expresiones como “su hermoso cielo”, “buen temperamento”, “abundantísima tierra”; calificativos que más que contribuir en lo concreto a la fundación, abona a la apreciación de la belleza del paisaje que parece acercarse a una especie de paraíso terrenal por la abundancia de recursos materiales de fácil acceso donde la casa y el sustento estarán asegurados con facilidad; pues enumera el agua, los árboles, los animales y los materiales para construcción.
Hoy en su aniversario 272, Victoria es, como entonces Aguayo, un lugar con hermoso cielo, vegetación abundante y variada, un buen lugar para fundar un proyecto de vida, disfrutar los otoños que son la mejor época en este lugar. Una ciudad con su imponente Sierra, sus calles anchas y sus tortillas de harina, poderosa políticamente y modesta económicamente. Sus encantos seducen y su paisaje enamora. Sin duda es, como dice el huapango “una ciudad bendita”.
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Clara García Sáenz