Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Después de acomodarnos en varios vehículos partimos rumbo a San Nicolás; los compañeros del grupo multidisciplinario de investigación científica que desde hace algunos años se dedican al estudio natural y social de esa zona nos habían motivado para sumarnos a la excursión. Habiendo concluido nuestra jornada laboral y sin programa a realizar por la tarde, aceptamos la invitación.
No conocía a algunos investigadores del grupo y a otros los conocía poco; aun así armamos amena charla por el camino. Glenda prometió que San Nicolás estaba cerca y siendo la más entusiasta y conocedora de la zona nos fuimos en su vehículo.
La lluvia de la tarde dificultó el tránsito por una carretera estrecha, solitaria y en mal estado, sin embargo, el viaje se hizo corto escuchando las explicaciones sobre la vegetación, la sierra y la gente que habita la región, la charla nos fue entusiasmando, al grado que, cuando finalmente llegamos al pueblo, pedí bajarme en la entrada para caminar la conocida calle Real hasta el centro que a simple vista es un montón de paredes viejas y casas de piedra casi derrumbadas.
Mi decisión motivo a los demás y todos bajamos de los vehículos para caminar y tomar muchas fotografías a un paisaje que nos trasportó de golpe a la otra época. La calle estaba cubierta con piedra laja y en las dos aceras las ruinas de casas de piedra, algunas mejor conservadas que otras se podía aun suponer que eran de techo de dos aguas y tenían compartidas las paredes formando una larga hilera. Según me contó después una amiga, esas casas, hasta muy entrado el siglo XX fueron habitadas por de los trabajadores de las minas.
Caminamos lentamente, disfrutando los detalles de las ventanas, descubriendo las cactáceas y otras plantas que habían nacido entre sus grietas, nos admiramos de una casa en particular que tenía sus arcos estilos mudéjar y paso a paso llegamos a las casas habitadas que adornadas con macetas, bien pitadas y remozadas alegraban la calle.
Cuando llegamos a la plaza, nos sorprendimos con su templo, dedicado a San Nicolas Tolentino, cuatro grandes campanas dan la bienvenida colgadas a un lado de la entrada casi a la altura de la puerta de una iglesia muy pequeña aunque de fachada amplia. Atrás del campanario se encuentra una extraña torre que rebasa la altura de las campanas, parece un montón de piedras como mojonera y arriba una cruz.
Cuentan que el templo fue construido con las piedras que había en la región, pero como la argamasa era de mala calidad, se derrumbó buena parte de este. Gamaliel, amigo de nuestros guías, nos invita a conocer unas minas que están, según dijo muy cerquita; aún con la lluvia amenazando nos animamos a ir. Entramos por algunos campos donde crían chivas y empezamos a subir un monte.
No estaba cerquita, pero como el que nada sabe nada teme, los seguimos por largo rato subiendo el cerro entre piedra laja suelta y una lluvia tranquila, finalmente entramos a la boca de mina donde apreciamos la ingeniería colonial que aún se mantiene en pie, sorprendidos por la buena conservación en que se encuentran las construcciones.
San Nicolás es una modesta población tamaulipeca que parece detenida en el tiempo, su riqueza natural y su patrimonio cultural es como un pequeño tesoro que está celosamente escondido y que se muestra solo a quienes tienen la paciencia de llegar hasta él para sorprenderse.
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Clara García Sáenz