Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Todavía en la década de los noventa, después de la caía del muro de Berlín, Silvio Rodríguez era la imagen de “la canción de protesta”, de la izquierda, del socialismo, de la disidencia, de la rebeldía contra el capitalismo. Para entonces sus discos eran difíciles de conseguir y si alguien quería verse “intelectualoide” lo escuchaba.
Ya entrado el siglo XXI las cosas fueron más fáciles, más pasables, más tolerables, porque nadie se impresionaba si escuchabas o no a Silvio, te asumieras de izquierda; incluso, el decir que sentías nostalgia por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) sonaba muy “cool” y el hipócrita mundo capitalista aplaudía películas como “Adiós a Lenin” o “Érase una vez un país”.
Entonces Silvio vino a cantar al zócalo de la Ciudad de México y todo mundo hablaba de la apertura, a todos les gustaba y para la prensa de derecha “todo era felicidad”. La primera vez que cantó en el Zócalo a modo de gran concierto gratuito fue en el 2005; La Jornada reseñaba así el concierto: “El Zócalo de la capital del país quedó desbordado la noche del sábado por el poder de convocatoria del cantautor cubano. Ochenta mil, cien mil, ¿muchas más? Un chingo de personas de edades, estratos sociales y pensamientos políticos diferentes allí reunidas, convertidas en un colosal miocardio durante más de tres horas. ¡El milagro de la palabra!” cantada!”
Volvió a llenar el zócalo en el 2007 y después en el 2014, la prensa calculó más de 100 mil personas en todos los conciertos y ondearon banderas de la UNAM, del EZLN y cuanto movimiento de resistencia, de izquierda o de protesta al régimen y entonces todo estaba “muy bien”.
El 10 de junio de este año también llenó el zócalo, pero ya las cosas fueron diferentes, muchas de aquellas banderas ya no estaban, la prensa destacó el costo del concierto, y el artistas, bueno el artista “un ordinario”, “comunista,” “lambiscón del régimen de AMLO” y lo peor, “un cubano propagandista del régimen de Fidel” y otros epítetos que nunca se les habían ocurrido a los opinadores nacionales.
En un artículo que Juan Pablo Zebadúa Carbonell escribe a propósito del concierto en el zócalo dice: “Al respecto del concierto de Silvio Rodríguez leí a Julio Patán (quien dice): En los últimos días se ha leído con pelmaza frecuencia que bueno, güey, Silvio, como artista, es incuestionable. Como he dicho antes, no me lo parece. Al contrario. Están esa infumable pulsión metafórica en la que todo puede leerse como un canto de amor a la revolución, esa pinche vocecita, y esa característica suya que, extrañamente, no suelen mencionar sus críticos: su mamonería, ese hieratismo de perdonavidas del hombre plantado en una silla, inmóvil, frente a las partituras, en el escenario; un hieratismo que se puede permitir Bob Dylan, pero no él. Sobre todo, está esa melcocha, recordatorio de que detrás de un represor suele haber un cursilazo, o viceversa.”
Zebadúa Carbonell continua “Cáspita. Mucha diatriba para decir que no te gusta la trova y ya. A don Julio, es obvio no le encanta Silvio (así, con nombre propio) y no pasa absolutamente nada, a mí tampoco a mí me gusta la música de banda, pero no por eso corro a decir pestes de los artistas y luego plantear que por el “sistema político” tan jodido en el que estamos, están triunfando. Porque luego arremete que, por eso, por ser tan malo Silvio Rodríguez y por ser un trovador izquierdoso, el foquin gobierno no debiera patrocinar nada de eso.”
“Pienso si los Rolling tocaran en Ciudad de México, gratis y “para el pueblo”, entonces las huestes redes sociales dirían que Mick Jagger es comunista porque se le notó desde antes; no se inclinó nunca ante la reina y porque, lo que más les jode, es que haya venido a un país donde gobierna la maldita izquierda, la cual no se le puede dar ninguna concesión porque, por sí, es mala y malvada. Eso piensa Chumel, es neta.”
Remata diciendo Zebadúa: “Me pregunto: ¿Qué pasará ahora cuando toque, gratis otra vez, el grupo Firme y los Ángeles Azules? Se sabe ya hay agenda de conciertos en el zócalo de la ciudad de México. ¿Qué dirán las huestes apostadoras de los léxicos de odio (igual al otro bando) cuando vean la plaza llena de malvados comunistas prorusos bailando? Dijera el clásico, como el rock, Silvio no tiene la culpa y mucho menos la cumbia populachera del lumpen proletariado”.
El escándalo mayor, para la derecha en el concierto de Silvio en el zócalo fue haberle dedicado la canción de El Necio al AMLO, que por cierto, en algunas radiodifusoras hace ya algunos años estuvo prohibida por que usa la palabra “mierda”.
Pero más allá de la politiquería, Silvio llenó el Auditorio Nacional con varias fechas y desbordó el zócalo con un concierto gratuito, pasando la prueba que sólo los grandes artistas logran, el tener llenos totales donde se presentan.
Una de las cosas que a mí, en lo personal me gustan y emocionan es ver como alumnos míos se sorprenden de saber que a mí también me gusta Silvio como a ellos, lo que significa que la trascendencia de su música de una generación a otra no es por sus ideas o filias, sino por su talento artístico.
Más allá de sus clásicas canciones de los 70 y 80; la complejidad de Silvio radica en que como todo buen artista, ha evolucionado y su crítica se ha vuelto más fina, su metáfora más elegante, y su ímpetu de juventud, se ha transformado en tranquilidad reflexiva.
Pero cuando hay corazones que odian al diferente, guardan rencor por sus fracasos políticos de clase social y están enojados porque sus privilegios se esfuman, no hay forma de invitarlos a que escuchen las críticas tan complejas hechas en canciones como “Paladar” o tan amorosas como “Ala de colibrí”, tan liberadoras como “Soltar todo y largarse”, incómodas como “Cuantas veces al día” porque no las entenderían ni les tocaría el alma, pero tal vez “El reino del todavía” sea lo única canción que explique la actitud contra Silvio de sus detractores en aquellas líneas que dice “Nadie sabe qué cosa es el comunismo, y eso puede ser pasto de la censura.” O tal vez les enrabiete escuchar la que dice: “Viva el harapo señor y la mesa sin mantel, viva el que huela a callejuala, a palabrota y taller.”
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