Alicia Caballero Galindo
Adamary contemplaba como hipnotizada las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal de su ventana; la gravedad las hacía caer, al juntarse con las otras, formaban ríos minúsculos que se deslizaban cada vez más rápido hacia el marco para mezclarse con el agua que se acumulaba y finalmente, caían al suelo para perderse en la nada. Eran las seis de la tarde y el sol, luchaba por alumbrar a pesar de la lluvia, pero las nubes eran demasiado densas para romperlas. Ella se encontraba sentada en la sala de su casa viendo caer esa lluvia bienhechora sin viento, sin tempestades, pertinaz y constante. Sus hijos aún no salían de la escuela, y su esposo llegaba hasta las nueve de la noche. La casa a veces le pesaba, su única compañía era su abuela, una mujer con más de 80 años que era ágil de movimientos y mente clara; gustaba leer, ver películas y noticias. Pasaba grandes tiempos en su recámara, su única hija, madre de Adamary, murió prematuramente en un accidente, y desde entonces, vive con ella, pero nunca la vio decaída, era la abuela quien levantaba el ánimo de su nieta cuando la veía triste. Procuraba ser independiente, pasaba muchas horas frente al televisor mientras tejía.
Unos días antes, Adamary, había cumplido cuarenta y tres años y sintió que, sobre su espalda, pesaban como una losa que la empequeñecía, su mente en retrospectiva la torturaba; pensaba y rumiaba en silencio sus ideas:
“¿Por qué acepté quedarme en el pueblo? Yo hubiera querido salir a estudiar a otra parte, conocer otros entornos, pero no me atreví a contrariar la voluntad de mis padres. Entré a la academia de comercio y solo llegué a ser una secretaria competente. Conocí a Matías, me enamoré de él, me conformé con mi destino y permanecí en mi pequeña ciudad, me casé y por un tiempo, fui feliz hasta que, con el paso de los años, de nuevo me asaltó la desilusión por mi destino y empecé a buscar culpables; mis padres por limitar mis ambiciones, Matías por sugerirme que dejara mi trabajo en la única tienda de autoservicio para dedicarme a la familia ¡y lo hice! Acepté gustosa, por un tiempo me preció divertido, pero mi inquietud profesional me llevó a estudiar en línea, terminé preparatoria y una carrera de contabilidad. Me sentí satisfecha, pero de nuevo, la frustración se adueñó de mí. De qué me sirve haber estudiado si estoy atrapada en una vida que no me gusta”…
Hundida en sus pensamientos, cada vez se aislaba más de su familia y llenaba sus tiempos libres buscando culpables de su “desgracia”. Esa tarde en particular se sentía más sola y frustrada, la lluvia callada, pertinaz y constante que no paraba la asfixiaba como su realidad. El viento empezó a soplar y las gotas de agua azotaban con furia los cristales, amenazando en convertirse en granizo.
Ella sabía que la lluvia es una bendición par la tierra, pero en esos momentos sentía que eran latigazos que le recordaban su situación.
Después de unos minutos, estaba a punto de llorar de rabia, rebeldía y frustración. Sintió la mano suave de su abuela posarse sobre su hombro y se estremeció, ella era la única persona con quien platicaba sin sentir coraje; con su esposo y sus hijos, inconscientemente se sentía molesta considerándolos culpables de sus ataduras.
La abuela, casi adivinaba los pensamientos de su nieta, con quien convivió desde niña, conocedora de la vida, se sentó a su lado y le dijo:
-Quiero que me enseñes a manejar eso del estudio en línea; quiero aprender inglés para entender las películas que no tienen traducción.
Admary se estremeció; ¡a su edad! La abuela pensando en esas cosas…
Como adivinando los pensamientos de su nieta, la abuela continuó.
-Mira hijita, sé que tengo muchos años, pero mi mente está clara y quiero aprender, ¡nunca es tarde! Yo no pienso cuánto me falta para irme, mejor veo cómo pasar lo mejor posible el tiempo en este plano vital.
Por muchos años sufrí buscando culpables de no haber hecho tantas cosas que deseaba, pero la verdad, me limitaba yo misma, me inhibía, hasta que comprendí que la vida es una serie de acciones diarias producto de nuestras propias decisiones. Al pasar el tiempo y ver que no nos atrevimos a tomar la riendas de nuestra vida, nos desgastamos buscando culpables, es un total desperdicio del tiempo. Un día comprendí que el pasado no se puede cambiar, pero mientras haya salud y capacidad de pensar, siempre es posible tomar decisiones para mejorar las cosas y lograr lo que nos proponemos.
¡Mmmmmm! ¡Si yo lo hubiera comprendido a tus años, otra cosa sería!
¡No! ¡No soy una mujer ridícula! Quiero aprender inglés y sé que lo puedo lograr. ¡Anda! Dime como puedo estudiarlo en línea como dicen ustedes.
¡Despabílate niña!
Adamary, se sintió un tanto avergonzada por sus pensamientos, besó la mano de su abuela con una sonrisa y se dispuso a enseñarle cómo estudiar inglés en línea. La lluvia continuaba golpeando su ventana, pero ya no le pesaba. No supo si su abuela adivinaba sus pensamientos o la conocía muy bien. El hecho fue que aprendió la lección.
Su vida era de ella, y de las decisiones que tomara, dependería su futuro. Unos momentos atrás se sentía vieja y frustrada, su abuela la hizo reflexionar y entendió que nadie tiene la culpa de los caminos que tomó en su vida, ella es responsable y la vida a los cuarenta, apenas comienza… ¡Queda mucho por hacer! Y cada quien es arquitecto de su destino. El primer paso es aceptar esa gran verdad y el segundo, construir el mañana con lo que se tiene al alcance
Los pequeños golpes del granizo en la ventana, fueron música