Balcón del pensamiento
Alicia Caballero Galindo
No tuvo la culpa…
Doña Martina siempre platicaba con Filiberto el tendero, mientras compraba, normalmente hablaba “hasta por los codos”, estaba enterada de la vida y milagros de todo el barrio y era muy afecta a “opinar” sobre los asuntos ajenos y armaba ¡cada lío! Y luego se divertía viendo el alboroto que causaba. Los vecinos procuraban no hablar mucho con ella por tal situación. En esa ocasión estaba muy callada y Filiberto, sabía por qué; su hija menor, anduvo muy acaramelada con Beto, el hijo de Ambrosio, que tenía un negocio de tacos, se vendían al anochecer y… al parecer, la muchacha, había salido agraciada con “el premio gordo”, lo malo fue que el Beto, se desapareció del mapa como por encanto, y la muchacha, casi no salía de su casa, ya empezaban todos a hablar del caso. Filiberto, no era la excepción, al ver a Martina tan seria, no se aguantó, y le soltó el “chicotazo”:
-Ya supimos que va ser abuela, tanto anduvieron moneando la Chiquis, su hija, con el muchacho que pasó lo que tenía que pasar. Y… ¿quién tuvo la culpa?; ella por ligerita o él por atrevido. Aunque usted, ¡debería estar feliz! o… ¿no?, ¿sabe a dónde se peló el Beto? ¡Canijo muchacho! Hizo su gracia y se desapareció.
Martina, acostumbrada a hablar de todos, levantó la cabeza con energía, después de pensar una buena respuesta, le respondió.
-Mire Filiberto, primero no meta la nariz donde no lo llaman.
El tendero le responde con una sonrisa irónica.
-¡Mire nomás quien lo dice!, jajaja, usted habla hasta del gato de su vecina.
Martina, elude el comentario y le responde rauda y veloz, con aires de triunfo:
-La culpa no es de ninguno de los muchachos, lo que pasa es que los pi%$#es condones los hacen ahora de mala calidad; se les rompió a mera hora buena y… pasó lo que pasó, si no fuera por eso, estarían muy contentos, y todos ustedes, ¡calladitos!
Sin decir más, tomó con aires de indignación la bolsa de las cebollas que compró y salió muy oronda del tendajo, con aires de triunfo, dejando a su interlocutor con la boca abierta sin tener qué responder.
Doña Ramoncita
Al dar las doce del día, sonaba la campana de la iglesia, anunciando la última misa de la mañana, era la más concurrida del día, sobre todo, había muchas personas mayores, los jóvenes creyentes, gustaban de la misa de siete de la tarde la tarde, porque de allí le seguían a la plaza para platicar, echar novio, y tiempo de calor, degustaban paletas heladas de frutas. Era un pueblo devoto ubicado en las faldas del Popocatépetl.
Aquel lunes seis de abril, no fue la excepción, al llamado de la iglesia, acudieron los feligreses que iban a esa hora. Doña Ramoncita, ¡no fallaba! Era tal vez, la persona de mayor edad, vivía sola, era muy reservada y poco hablaba con los demás, ¡eso sí! Atenta a responder con cortesía cada vez que la saludaban. Nadie sabía de dónde llegó al parecer, recibía de alguna parte una generosa pensión. Vivía cómodamente, pero con austeridad. Don Casimiro, era el único que de vez en cuando le barría el pario. Siempre se sentaba en misma banca frente al altar para escuchar mejor.
El pueblo era tranquilo, pero en esos días, la violencia inquietaba a la gente; hubo varios altercados que no llegaron a mayores y se fugaron dos muchachas con sus novios. El sacerdote, dedicó el sermón ese día, a hacer conciencia en la gente para que se tranquilizara. Después de un breve silencio, pidió a los feligreses:
-Levante la mano, bajo juramento, quien no se haya enemistado con nadie de este pueblo.
Los feligreses se miraban entre sí, pero nadie se atrevía a levantar la mano,
Después de unos segundos, doña Ramoncita levantó tímidamente su mano y todos los ojos se volvieron hacia ella. El sacerdote, aprovechó la oportunidad para una arenga de alabanzas a la conducta de Ramoncita, hasta le pidió que se pusiera de pie.
-Aquí tienen una virtuosa mujer que a pesar de haber vivido muchos años, no se ha enemistado con nadie.
Al finalizar la alabanza le pregunta el sacerdote:
Algún consejo que le quiera dar a los demás. ¿Por qué no tiene enemistades en el pueblo Ramoncita?
La señora en cuestión, se aclara la garganta y pide el micrófono; se hace un silencio total y todos los ojos se vuelven a la señora:
-Ya no llevo la cuenta de cuántos años tengo, pero lo que sí les puedo decir es que, todas las c”#$%as que me molestaban ya se murieron y por eso, no tengo enemistades, no hablo con los demás para no hacer nuevos enemigos.
Después de un silencio total, se escuchó un murmullo de voces y todos, incluyendo al Padre, rompieron en risas y carcajadas, que terminaron con la tensión, y limaron asperezas.