Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Llegamos al mediodía, al tomar la calle principal me sentí sofocada al ver que de las azoteas pendían tiras y tiras, y más tiras de plástico de diversos colores que de un lado a otro de la acera se multiplicaban hasta perderse en el fondo de la calle.
Cuando le pregunté a mi hermano Carlos, a qué se debía esa contaminación visual, me respondió que era la decoración por la Semana Santa “vienen turistas y dicen: es para que el pueblo se vea bonito”; le repliqué, “pero ya es bonito” “lo único que provoca ese plástico es que aparte de contaminar impide disfrutar el paisaje”.
Me contó que la presidencia municipal estaba buscando que Ciudad del Maíz tuviera la declaratoria de “Pueblo mágico”; me reí y le dije que unos amigos de Salvatierra, Guanajuato bromeaban con la declaración que le habían hecho a ese lugar como “Pueblo mágico” porque, los primeros pobladores, en la época colonial habían pagado una gran suma de dinero a la Corona española para que Salvatierra recibiera el título de ciudad, siendo la primera en toda esa región en poseer orgullosamente ese título y cerraban la anécdota diciendo “te imaginas, nuestros antepasados se deben estar revolcando en su tumba, sólo de saber que aquí todos muy contentos porque volvimos a ser pueblo” y terminé comentando que a mi juicio, las autoridades maicenses habían perdido la brújula al buscar ser nombrado pueblo mágico cuando su nombre propio indica que es Ciudad, “veo contradicción en ello”.
Me vio con molestia y me respondió, “por qué no escribes mejor tus nefastas opiniones sobre los pueblos mágicos, porque aquí mucha gente ve la iniciativa con buenos ojos y creo que hay cosas que no sabe”.
Cuando le pregunté a la gente por qué les gustaba la idea de que Ciudad del Maíz tuviera la marca de “Pueblo mágico”, las respuestas fueron “para que venga gente”, “para que venga el turismo”. Cuando estas respuestas las convertía yo en preguntas, la gente ya no respondía, se quedaba pensando; ¿en qué te beneficiaría a ti que venga más gente? ¿Para qué quieren tener turismo? ¿En qué te beneficia que la gente conozca el pueblo?
Empiezo entonces con mis opiniones nefastas, que la mayor parte no son mías sino de expertos en el tema, que han estudiado los estragos que esa política pública ha ocasionado.
Ciudad del Maíz como muchos pueblos del semidesierto potosino, tiene una economía basada en la gran cantidad de remesas, gracias a las cuales muchas familias han mejorado sus condiciones de vida a lo largo de las últimas tres décadas, lo que ha permitido que el comercio del lugar prospere, sus problemas de inseguridad son resultado de la ola que vive el país desde hace más de 10 años. Pero en términos generales, es un lugar próspero y tranquilo, con una rica historia política y un valioso patrimonio cultural tanto tangible como intangible.
Pero este lugar no es un caso de excepcionalidad histórica o cultural, es como muchos pueblos de nuestro país, mágico por naturaleza, donde todos los problemas sociales son parte de la discusión política local y se resuelvan o no, son sus habitantes quienes intervienen, participan, gestionan y deciden.
Pero muchas de las cosas que ahora existen, podrían empezar a alterarse, a descomponerse, a deformarse, de lograrse la denominación de “Pueblo Mágico”, para ilustrarlo tomaré algunas experiencias de otros lugares que ya han transitado por ahí, partiendo de muchos estudios y experiencias.
Jessica Arévalo y Enrique Armas en su trabajo “Pueblos mágicos: implicaciones para el desarrollo local” revisan el impacto que el programa de Pueblos Mágicos ha tenido a lo largo de la última década, citando a diversos autores señalan: “se utiliza el auge del turismo como pantalla de la situación social y de seguridad que se vive en el país; las diversas contradicciones en las reglas de operación del programa hacen que existan localidades que disfrazan sus características propias para encajar dentro de los requisitos para entrar al programa, dichas actitudes están relacionadas en su mayora a grupos de poder e intereses políticos”
“Además, existe una polarización de beneficios entre los que forman parte del negocio turístico y los habitantes de la localidad. Se identifican cuatro grupos de actores, los turistas, la población local, prestadores de servicios, gobierno, cada uno de ellos con diferentes visiones e incidencia en el turismo. Uno de los grupos más afectados son los indígenas, se busca convertirlos en sujetos dóciles y así reordenar los espacios públicos. Las reglas urbanas aplicadas por el Programa de Pueblos Mágicos producen mayor exclusión social entre los habitantes indígenas y no indígenas.
“Entre los problemas más visibles está la inseguridad, ya que las poblaciones reciben más visitantes y por consiguiente problemas de inseguridad y violencia, perjudicando la actividad turística y la vida de los habitantes, dejando aún más visible la brecha de desigualdad con la población rural. Otro problema es que existe presión hacia la población de cambiar su vida cotidiana, su patrimonio por la atención al turista; el Programa Pueblos Mágicos fomenta la construcción de regiones sugeridas, modificando el territorio para responder al turismo, más que a los requerimientos de la población local.
“Gina Núñez al hacer un estudio sobre Pátzcuaro y citando a otros autores señala que al integrarse al programa, los municipios perciben a los Pueblos Mágicos como una alternativa para gestionar partidas presupuestarias, pues algunos buscaban solventar carencias básicas de la población local mediante los recursos derivados del programa. Erróneamente, se ha creado una falsa expectativa de que el programa es la oportunidad para mitigar las carencias de la población.
Liliana López dice: “Una de las críticas registradas en varias localidades es que el arreglo de la imagen urbana se reduce la plaza central y su entorno, “a 150 metros termina lo mágico”, dice uno de los entrevistados. Algo semejante registra José de Jesús Hernández en el pueblo de Tequila, Jalisco, cuando habla de los problemas de la localidad y afirma que contrastan «con un centro mágico que no sólo es cosméticamente más visible y llamativo, que permite ocultar las condiciones reales del pueblo tradicional».
“La idea de mejorar la imagen también ha llevado a desplazar actividades y personas que constituían parte importante del paisaje y de la vida social de una Comunidad. Ejemplo de esto ha sido el desplazamiento de las ferias y mercados, del centro a la periferia o el desalojo de los vendedores ambulantes de las plazas. Algunos, dice un entrevistado, son personas que venden ahí desde hace tres o cuatro generaciones y que los habitantes locales consideran como lo típico del lugar. Este tipo de acciones transgreden las territorialidades de los pobladores.
“En el análisis del Pueblo Mágico de Cuitzeo, Michoacán, Esperanza Duarte denuncia un imaginario impuesto que «lleva implícito ciertos valores y símbolos, como la estetización del patrimonio edificado y del espacio público, la limpieza, la seguridad y la búsqueda de negocios bien» y que tiene como consecuencia la exclusión de la población local.
“La autora transcribe algunas frases de las entrevistas hechas por ella y que son muy elocuentes de las dinámicas de segregación, despojo y desplazamiento. No dejan que los niños vayan y corran (…) no hay la confianza que había antes». «Las manifestaciones de rechazo hacia lo local son más marcadas en cada ocasión que se realizan fiestas o eventos políticos exclusivos en el exconvento agustino y la plaza de Cuitzeo, ya que por seguridad de los invitados, se cierran las calles aledañas al centro y desalojan a los vecinos de las calles”.
“En su estudio sobre Malinalco, otro de los pueblos mágicos del Estado de México, exponen varias situaciones como las de un inversionista que compró una hacienda y cercó la capilla a la que ya no pudieron acceder los locales; la de un hombre de negocios que quiso despojar a un barrio de su manantial o la de un empresario que compró su casa de descanso frente a una capilla y se enojaba cuando había fiesta patronal porque los cohetes no lo dejaban descansar.
“Para el caso de Tequila, Jalisco, a pesar de las promesas del programa, en la localidad siguen sufriendo problemas relacionados con el acceso al agua, con la basura, el mantenimiento de la infraestructura urbana, la criminalidad y corrupción. En Tequila «hay más trabajo pero no mejores condiciones de vida, tampoco participación social. Interesa la fuerza de trabajo pero no los trabajadores en sí.
“Por su parte, Lucía González hace un registro visual de los procesos de exclusión en Tequila, a través de imágenes con letreros de los productores de agave donde plasman que «aquí comienza la Ruta del Tequila para el paisaje agavero, patrimonio de la humanidad y zona de desastre y miseria de los agaveros» y que «éste es pueblo mágico para la industria y pretexto para el gobierno para ayuda de unos cuantos… pero desgracia y pobreza de los agaveros.»
“El caso de Tequila sirve también para dar cuenta de las territorialidades de la agricultura. En el paisaje agavero, la siembra del insumo de la bebida ha desplazado otros cultivos, así como otros usos del suelo rural. Algo semejante ocurre con otros pueblos, como Zacatlán de las Manzanas, en Puebla, que dejan de lado su producción agrícola para centrarse en el turismo. Con respecto al discurso del desarrollo sustentable, en el caso de los Pueblos Mágicos podemos afirmar que la naturaleza se convierte en negocio.
“Si bien se habla de la sustentabilidad ambiental, ésta se confunde con el uso del paisaje y sus elementos biológicos y geomorfológicos para atraer al turista. Entonces, en medio de parques naturales, como en el caso del pueblo mágico Mineral del Chico en Hidalgo o Valle de Bravo en el Estado de México se ofrecen tirolesas, cuatrimotos, lugares para escalar a rappel.”
La lista de ejemplos poco alentadores para los habitantes de los pueblos son abundantes, recientemente se han publicado en diversos sitios de noticias, reportajes sobre el peligro de que Real de Catorce pierda su título de Pueblo Mágico debido a que no existe un control de manejo de basura y contaminación al ambiente, aunado al agudizado problema de la escasez de agua que acaparan los hoteles y restaurantes, dejando a sus habitantes sin el más mínimo suministro de este vital líquido.
La destrucción de su riqueza natural y el creciente y desmedido poblamiento de quienes llegan al lugar para invertir en negocios turísticos se han vuelto la pesadilla de sus antiguos pobladores.
De aquí surgen varias preguntas ¿Turismo para qué? ¿Quiénes se benefician de ese turismo? ¿Quién tiene el poder económico para invertir en infraestructura turística? ¿A quién beneficia el negocio de bienes raíces que se dispara con estas declaratorias?
Se ha demostrado que estás declaratorias benefician directamente a inversionistas foráneos, a las administraciones municipales en turno, a políticos y sus familiares que hacen negocios de lobby, pero que pocas veces se concretan en beneficios reales para los pobladores que durante años han llevado una vida tranquila, familiar y comunitaria en el lugar.
Creo que Ciudad del Maíz merece un mejor proyecto, auténtico e identitario, más allá de un consumo indiscriminado de su patrimonio cultural y natural por parte de un turismo ajeno al amor por el terruño. Merece un mejor destino, porque mágico siempre ha sido.
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