Balcón del pensamiento
Alicia Caballero Galindo
Mi padre, nació en 1894 y desde muy temprana edad, se hizo cargo de tres de sus hermanas. La precaria economía de su padre y el haber perdido a su madre siendo muy pequeños, crearon vínculos familiares muy fuertes. Siempre estuvo cerca de ellas. Cuando mi padre se casó ya de 35 años, mi madre, comprendiendo su situación y le ayudó a cumplir esa misión que se impuso desde muy joven. Cuando nací, después de 20 años de casados, sólo tenía una hermana cuatro años mayor, era una niña Down que Dios nos prestó 34 años. Mi vida se desarrolló entre adultos mayores, mis padres supieron dirigirme y sortear la problemática familiar. Yo conviví con ellas hasta que Dios las llamó, me convertí en una lucecita para todos.
La mayor de mis tías se llamaba Zenona, como mi abuela, la que seguía en edad, Celeste Violante, le decíamos China por su pelo rizado y la menor Florencia, siempre le dijimos Chita. Todas tenían más de 65 años cuando las conocí, vivieron más de 85 años, razón por la que mis recuerdos están íntimamente ligados a ellas. Sólo dos se casaron ya grandes, sus hermanos eran muy celosos. Sólo China permaneció soltera porque el amor de su vida, no era del agrado de ellos. Así eran las cosas hace cien años.
Vivimos en Victoria Tam., y era frecuente que viajáramos a Matamoros Tam. por los negocios de mi padre, y casi siempre nos acompañaban China y Chita, Nonita vivía apartada de sus hermanas, en otra casa, y no se llevaba muy bien con Chita, la menor, además no tenía pasaporte para ingresar a EEUU, que era el atractivo principal de los viajes. Raras veces iba Nonita , mi padre la pasaba cuando estaba alguno de sus amigos en la aduana de EEUU y le permitía entrar sin pasaporte, antes se podía hacer eso, no había control electrónico. El viaje era toda una odisea; la carretera estaba en construcción y había desviaciones de terracería donde acabábamos llenos de polvo, no había clima en los vehículos y forzosamente los cristales de las ventanas estaban abiertos, sobre todo en tiempo de calor. En el asiento trasero de un carro Dodge modelo 55 viajaban mis tías, cuando llevaban a Nonita era problemático, la sentaban en medio y era gorda, en las curvas se recargaba en una o en otra de sus hermanas, con la consabida molestia, y los codazos disimulados que recibía. Para mí, era divertida la situación. Cuando pasábamos por fin a Brownsville, Chita hacía enojar también a China que aprendió un poco de inglés, diciéndole en el puente del lado mexicano:
-Mira China allí dice Bienvenidos a “welcome” ¿qué quiere decir?
A Nonita le empezaba a decir mil cosas, “a lo mejor no pasas”, “eres la única sin pasaporte” y más. Ella se enojaba mucho. Era tanta la molestia que mi padre decidió tramitarle su pasaporte.
Tenía como 80 años cuando por fin pudo pasar legalmente. El día que fue a estrenar su pasaporte, no pudieron molestarla con el asunto de la visa, sus hermanas, iban serias y calladas, pero los codazos, eran de rigor, así como las protestas cada vez que había necesidad de ir al baño, porque una de ellas se tenía que bajar para darle paso. Desde que llegamos a San Fernando, Nonita llevaba en la mano su pasaporte, listo para mostrarlo y cada rato preguntaba que cuánto faltaba para llegar al puente. Por fin llegó el momento de pasar “al otro lado” Nonita . En esos tiempos, no había “fila” para pasar, el tránsito era fluido y rápido, al pagar el peaje en el lado mexicano, mi tía extendió su pasaporte, apachurrando a una de sus hermanas para enseñarlo, y le dijeron que no era allí donde debía mostrarlo, con las consabidas bromas y el enojo de su hermana. Por fin, llegaron al puesto de revisión de pasaportes, Nonita llevaba la mano extendida para mostrarlo, aplastando a Chita que iba en la ventanilla y repelando como de costumbre, el que revisaba los pasaportes, resultó conocido de mi papá y ni vieron los papeles de nadie, le hizo una señal de saludo y le dijo que pasara, mi tía, blandiendo el pasaporte, le decía con una que otra palabra altisonante:
-Gringos tales por cuales $/%/)=, aquí tengo el pasaporte, miren, ya puedo pasar, por qué no me lo piden profiriendo una filípica irrepetible. Regrésate Emilio (mi padre) para que lo vean. Ya puedo pasar sin miedo a que me regresen y a la hora que quiera. El celador que ya no escuchaba, solo miraba el manoteo de mi tía, y levantó la mano en señal de saludo con una sonrisa.
Después del incidente, todos teníamos una razón para reír, inclusive mi tía Nonita. La vida transcurría a un ritmo distinto, sin computadoras, sin amontonamientos, sin celulares. Para festejar, llegamos a un restaurante de mariscos, donde Chita, pidió una pechuga de pollo, así era ella.
Con esas tres viejas queridas, transcurrió mi niñez y adolescencia, de la que atesoro hermosos recuerdos del gran amor que nos profesábamos.